Para toda la vida (2° parte)

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Matrimonio. Una palabra que aterroriza a muchas personas y que hace inmensamente feliz a otras... al menos durante un tiempo. Sólo unos pocos afortunados pueden decir que se sienten orgullosos de haber dado ese paso, otros, se arrepienten toda la vida. Si bien para unos es tan sólo un simple documento, para otros es mucho más; una unión sagrada, la demostración más absoluta de amor, el paso -casi- definitivo en una relación, porque, ¿qué hay más trascendental que las dos famosas palabras?: Sí, quiero... Pues, una hipoteca, hijos, trabajo... La vida es muy complicada incluso cuando hay amor verdadero, porque el amor puede dar felicidad, pero no da de comer ni paga las facturas.

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Eran apenas las seis de la mañana y Gabriel ya estaba despierto. Después de dormir casi la mitad del día anterior no es que le apeteciera mucho estar en la cama... a no ser que fuera para mirar la preciosa cara de su futuro esposo, que seguía durmiendo.

<Esposo> —pensó mientras miraba su anillo de nuevo, y sonrió. Le gustaba pensar en Markku como su marido.

Sabía que lo que había entre ellos no podía mejorarlo ni empeorarlo nada, mucho menos un papel, y ni siquiera había vuelto a pensar en ello desde hacía meses, pero que Markku quisiera casarse con él, es más, que lo hubiera estado pensando desde su viaje a Nueva York estaba haciendo que sintiera una especial ilusión por dar ese paso. Cuando él se lo pidió no lo había pensado bien, por eso salió corriendo sin esperar la respuesta, por eso y porque estaba aterrorizado de que Markku le dijera que no.

—<Qué tonto soy>  —pensó, besando la frente del rubio—. <Aún sabiendo lo mucho que me quieres, todavía hay veces que tengo miedo de que te des cuenta de que puedes tener a alguien mejor que yo y me dejes>  —Gabriel apartó un mechón de pelo que caía sobre la frente de Markku.

Ese gesto le hizo darse cuenta de algo; cuando le conoció, Markku siempre iba vestido de manera impecable con traje y corbata y su pelo pulcramente peinado con fijador, así que un gesto como ese de apartarle el pelo de la cara sólo era posible en momentos como ese, por la mañana, antes de que Markku se arreglara para ir al trabajo poniéndose el fijador que hacía que su pelo no se moviera ni un ápice, pero desde que Markku no iba al trabajo para cuidar de él, había cambiado su estilo por completo. Ahora iba vestido cada día con jeans, unos jeans ajustados que a Gabriel le encantaban porque le marcaba su redondo culo de una manera muy sexy, y si encima llevaba una camiseta o camisa igual de ajustada marcando su torso entonces su novio era un pecado sobre dos piernas.

Gabriel suspiró pensando en lo afortunado que era de tener un hombre como Markku.

Un ruido lastimero se oyó desde la habitación del fondo donde dormía Chocolate y Gabriel se llevó una mano a la frente. ¡Se había olvidado del perro!

Salió de la cama intentando no despertar a Markku, agarró ropa del armario y salió del dormitorio. Cuando abrió la puerta donde estaba el perrito este empezó a gimotear.

—Lo siento mucho precioso, pero ayer pasaron un par de cosas y me olvidé de ti por completo. Debiste hacer ruido para hacerte de notar  —le decía mientras se vestía. En cuanto acabó de ponerse la ropa, agarró a Chocolate y le dio un beso en la cabeza—.  Perdóname, ¿sí? Menos mal que cuando te trajimos de casa de Pedro ya habías salido, si no te habría costado mucho aguantarte. Anda, vamos  —dijo, poniéndole la correa y saliendo del apartamento.

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En casa de Adán...

Adán sabía que buscar con interés a otra persona en su cama al despertar no sólo era raro, era inverosímil. Pero ahí estaba, él, que dormir con alguien era algo impensable, se sintió decepcionado de no encontrar a Mat a su lado al despertar.

Línea recta (Homoerótica)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora