35. Persiguiendo al oso plateado

24 7 0
                                    


Si los pasos del enorme oso parecían torpes al principio, a medida que iba andando se iban haciendo más pesados y lentos. Megan deducía que se estaban acercando al final. El corazón le latía con fuerza.

Estaba claro que no era nada sensato internarse sola por aquellas cañerías oscuras y oxidadas; sin embargo, algo la había impulsado a hacerlo. Echó de menos a Danny y se culpó por haber perdido su joya ¿Y si no volvía a verlo nunca más? Intentó no pensar en eso y se concentró en el patronus, cuya luz cada vez era menos intensa.

De pronto se toparon con un muro. No había más camino, las cañerías se acababan ahí. Pero el oso no se detuvo y atravesó la barrera metálica dando los últimos bandazos. Megan intentó llamarlo, también golpeó el muro, pero el oso no regresaba.

- No puede ser. – dijo en voz alta. – ¿Para eso me traes hasta aquí? ¿Para ver como desapareces detrás de esto? – aporreó el muro otra vez, más fuerte en aquella ocasión.

El golpe hizo que un inquietante eco se escuchara por todas las cañerías. Megan miro hacia atrás alterada, aunque no había nada, solo oscuridad. De pronto fue consciente de que tenía frío. Estaba calada hasta los huesos y con toda aquella humedad era imposible secarse. Tampoco ayudaba el hecho de andar sobre charcos.

Se olvidó del patronus y buscó la varita. Con prisas escudriñó entre los pliegues de su capa, pero no la encontró. La levantó para buscarla por los bolsillos del uniforme, lo que resultó ser una mala idea, ya que la varita sí que estaba guardada en la capa y con aquello solo consiguió que se cayera al suelo encharcado.

- Mierda. – dijo por segunda vez desde que había bajado a aquel lugar.

Se agachó y metió las manos en el agua, tratando de encontrar la varita, pero todo fue en vano. La había escuchado caer, pero no sabía por dónde exactamente; además la oscuridad tampoco favorecía la situación. Megan comenzó a dar vueltas sobre sí misma, moviendo sus manos cada vez con más desesperación. En una de estas, su mano resbaló y acabó cayendo en plancha sobre el agua, mojándose todavía más y provocando de nuevo aquel escalofriante eco.

Se levantó como pudo. El agua le caía por el cabello negro y la capa, totalmente mojada, le pesaba muchísimo. Al final decidió quitársela y arrojarla al suelo. Se agarró los brazos mientras miraba otra vez hacia el oscuro túnel. No sabía volver hacia donde estaba el resto del grupo, siguiendo al oso había continuado por bifurcaciones y más cruces de caminos.

De pronto sintió la necesidad de llorar. Se encontraba tan sola, era como estar en una de sus pesadillas: rodeada de agua y oscuridad. Lentamente, se liberó de su abrazo y consiguió suspirar profundamente. Se giró y se situó frente al muro.

¿Y si intentaba atravesar el muro? Sabía que era una locura y que no tenía ningún sentido lógico, pero aun así lo pensó como una posibilidad. En Alquimia había aprendido que con la magia a veces solo era cuestión de "creer para hacer".

Cerró los ojos y volvió a suspirar, esta vez más lentamente. Imagino que el muro no era sólido, es más creyó que en realidad no se encontraba frente a un muro, sino frente a una fina cascada de agua, totalmente traspasable e inofensiva. Apoyó con tranquilidad la mano sobre el muro. Estaba frío, como el agua de una cascada. Se atrevió a presionarlo y se dio cuenta de que no hacía falta que hiciera esfuerzo, su mano simplemente lo atravesó. Sintió caer una corriente de algo líquido y helado sobre su antebrazo. Incluso fue capaz de distinguir el sonido del agua.

Abrió los ojos. El muro de metal oxidado ya no existía, su lugar había sido ocupado por una cascada de agua plateada. Lo había conseguido, después de todo las clases de Alquimia con Aglier no habían sido una pérdida de tiempo.

Historias de Hogwarts II: el VolumenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora