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-- Eres un idiota – le grite a James, estaba empapada y furiosa

James estaba saliendo de la piscina y revolvió su cabello color caramelo, sus abdominales quedaron a la vista y estaba a punto de derretirme, pero no podía dejar que aquella gran vista me distrajera, debía seguir muy enojada.

- Corrección – dijo – soy el idiota que tú amas

El volvió a tomarme en sus brazos con su peso hizo que ambos volviéramos a caer, ahora me encontraba en la piscina otra vez, mojada y enojada.

- Eres peor que un unicornio – gruño James

- Los unicornios no existen, ¡¿Cómo puedo ser peor que ellos?! – dije toda confusa.

Una pequeña risa se escapó de sus labios y me derritió

- Sabes se dice que los unicornios tienen magia en su cuerno.

Me daba mucha gracia escuchar aquella historia de los labios de James, sus gestos me hacían pensar que lo que me lo estaba contando era real.

- Pero se la guardan para ellos mismos, son egoístas, pero tu Izz, esparces magia cuando te ríes o cuando me gruñes o peor aun cuando cuentas chistes demasiados malos y te ríes como loca, al final todos terminan riendo solo al escuchar tu escandalosa risa.

Sentía como mis mejillas empezaban a teñirse de rojo, así que empecé a hundirme en la piscina, lo cual sería fácil pero no James no lo haría fácil, el me tomo de la mano y me atrajo hacia sí.

- Tu magia se la contagias a todo aquel que te rodea, eso me hace sentir muy celoso debo admitirlo, por eso eres peor que un unicornio, eres una pequeña criaturita llena de magia, y eso no me gusta.

James termino la frase con un puchero y era inevitable besarlo, así que lo hice. Pronto escuchamos un par de botas correr en nuestra dirección y ese fue nuestra advertencia para salir a toda carrera del agua, tal vez nos seguían porque estaba prohibido entrar en la piscina a la media noche.

...

Cuando abrí los ojos tenía lágrimas en ellos, habían pasado ya siete meses desde su muerte y siempre soñaba con él, a veces eran sueños cortos otros duraban toda la noche, pero ninguno era suficiente, nunca lo serian.

Mi padre entro con una gran bandeja llena de todo tipo de comida que debía admitir se veía deliciosa, había llegado hacia dos días y él se encontraba muchísimo más emocionado que yo sobre la universidad.

- Buenos días princesa – puso la bandeja en la mesa con ruedas que el hospital muy amablemente nos había regalado (Ross se había apoyado con furia y la rompió)

Me ayudo a sentar y me alcanzo la mesa, no sin antes darme un gran beso en la frente.

Al cabo de una hora me encontraba alimentada, bañada y cambiada lista para mi primer día de clases.

- Es hora de irnos querida – dijo mi madre quien había conseguido ser traslada al hospital militar más cercano a la universidad.

Recogí la muleta canadiense (como la llamaba mi doctor), y la puse en mi brazo después de siete meses y con apenas tres de cinco operaciones, necesitaba esa cosa para caminar, por el simple hecho de que el dolor volvía cada cierto tiempo y si caminaba en exceso era un dolor de muerte.

- Recuerda que en la Primera Capital existe mucha más gente que habla japonés, por lo regular son las personas adultas, trata de no cabrearlos con tu lenguaje – me advirtió el tío Jorge

Proyecto: ValkyriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora