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Después de marcharnos del Coliseo Ross decidió que debíamos hablar, pero lo más importante para nosotros ahora era cerciorarnos que estuvieran bien.

Íbamos caminando lentamente, él se sentía muy cansado después de la pelea porque había utilizado demasiada energía para lograr esquivar los golpes más brutales y yo por otra parte empezaba a sentirme mareada, el efecto de todas las pastillas que me había tomado empezaba a pasar y no deseaba que Ross lo notara, conociéndolo el me cargaría hasta la enfermería a pesar de estar tan o más agotado que yo.

El camino de regreso se volvió incluso más pesado, sentía como el dolor en mis manos y los raspones que tenía empezaba a incrementarse, no me había percatado de todas estas heridas cuando recupere la consciencia esta mañana, pero si no recuperaba mis pastillas pronto empezaría a gritar.

- ¿Te encuentras bien, Ross? – decidí que, si distraía mi mente, el dolor menguaría un poco.

Ross caminaba a mi lado, no lograba verle la cara desde este ángulo, pero estaba segura que si le dolía algo, yo jamás lo sabría.

Para cuando llegamos a la enfermería, me apoyaba mucho más en mi muleta, mis piernas se sentían pesadas y las heridas dolían demasiado. Ross me dejo con mi madre y se marchó en busca de su hermano.

Mamá se encontraba con su impecable uniforme blanco, a pesar de todo el ajetreo que existía en el hospital ella seguía viéndose hermosa, mamá había evitado la parte del reencuentro, Iris me había contado que mi madre había pasado toda la noche conmigo esperando que no muriera, también dijo que había llorado toda la noche. Me rompió el corazón lo desconsiderada que había sido con mis padres, al no tratar de cuidarme un poco más en la pelea del domo.

Mamá me llevo con una de sus amigas doctoras para que me recetaran algo para el dolor, necesitaba medicación y no quería quedarme en el ala medica que se encontraba más llena que nunca.

La doctora me dio algunas pastillas y me mando a limpiarme las heridas para que no se infectaran, después me quede sentada en la estación de enfermería donde no había nadie, todas las enfermeras estaban demasiado ocupadas.

Era normal sentir el cuerpo pesado, me dijo mi madre y era cierto, el dolor fue apaciguado poco a poco, estaba a punto de quedarme dormida cuando sentí las cálidas manos de mi madre tomando mi rostro.

- No me des estos sustos, hija. – sentí un cálido beso al igual que algunas lágrimas en la frente.

Mi madre estaba contenta porque no había muerto, pero aún quedaba aquel sentimiento de tristeza al verme moribunda. Mamá se marchó, no sin antes darme instrucciones explícitas de tomarme algunas píldoras y pidiéndome que vaya a mi propio cuarto a dormir, la enfermería estaba a reventar y estaba en un estado considerablemente normal en comparación con el resto de los pacientes.

La noche caía cuando me asome a la habitación de Terry, tenía moretones en todo su rostro, pero ya no estaba inconsciente, al verme entrar, una hermosa y blanca sonrisa me recibió, Terry se paró en instantes y me abrazó.

- Terrix. - susurre.

- Estoy bien Iss. – estire mis brazos para rodearlo y una mueca apareció en su rostro. No estaba tan bien como afirmaba.

- Terrier, eres un chico malo. – la primera vez que lo conocí, sin querer le había dicho Terrier, todos nuestros compañeros del salón se rieron de mí, pero el trato de ayudarme diciendo que su nombre era en realidad un tributo a esa clase de perros.

Fue la peor excusa creada jamás, pero a penas teníamos cinco años, nadie podía culparlo. Desde aquel día cuando él se portaba mal, tenía la manía de llamarlo Terrier.

Proyecto: ValkyriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora