Capítulo 26

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Había pasado dos años y algo más desde que dejé a la suerte a mi hijo, seguir con la farsa de pretender ser quién no era sólo mantenía mi posición a salvo hasta tomar una decisión definitiva; no existía motivo para seguir cuidando de algo que jamá...

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Había pasado dos años y algo más desde que dejé a la suerte a mi hijo, seguir con la farsa de pretender ser quién no era sólo mantenía mi posición a salvo hasta tomar una decisión definitiva; no existía motivo para seguir cuidando de algo que jamás había sido mío, no había más un propósito de continuar. Tomé un papel y escribí por última vez a la persona que alguna vez me hizo sentir pleno, cumpliendo mi mundo de fantasías.

La noticia que había recibido aquella noche de invierno directamente de mi hijo había sido demasiado para mí; había soñado incontables veces que Viktor sería un alfa, sin embargo su naturaleza no contempló mi magullado corazón. Él manifestó lo mismo que yo era, un omega. Mi cachorro estaba expuesto a la desgracia, el sinsabor y el dolor como yo mismo lo había pasado; aterrado y furioso le había insultado, vejado y echado. Mi cachorro, mi único cachorro que había logrado tener luego de tres abortos involuntarios, estaba destinado a seguir una vida que no deseaba para él.

Su belleza y fuerza era idéntica a la de mi ex esposa, Caroline, a quien llamaba cuando todo era felicidad y dicha de Inna. Ella se había llevado consigo parte de mi vida al decidir viajar a la ciudad que quedarse conmigo y mi pequeño cachorro de seis años a mi lado, en la mina cerca del valle, viviendo una vida tranquila sin muchas ambiciones. Una vida en donde nuestra prioridad era vivir y compartir todo nuestro amor con nuestro pequeño Vitya.

Mis ojos siempre se empañaban cuando observaba el anillo de oro con una pequeña piedra azul, aquella que demostraba y corroboraba que alguna vez había amado con todo mí ser a una fuerte rosa, culta, ávida y dispuesta a vivir más allá de lo esperado.

Me había dispuesto a seguirla a cada paso, cuidando de sus pasos firmes desde que éramos infantes, su familia me había acogido como pago por una gran suma que mis padres, productores de arroz, no habían logrado saldarla; adoptándome dentro de los lujos como su sirviente personal y juguete de aquella preciosa niña que gustaba tanto de divertirse en el barro con los gusanos y caracoles como de disfrutar de la música y sus clases. Ella siempre me había tratado como un igual, jugando conmigo o tomándose su tiempo para explicarme una que otra de sus lecciones para que yo también no me quedase atrás.

Su padre vio otros intereses conmigo al cumplir los dieciséis, este me mandó a la mina, enseñándome lo necesario para que pudiese empezar como uno de los tantos que laboraban allí, sin embargo mi habilidad para con los número o encontrar oro, hicieron que este en un corto periodo me removiese del trabajo pesado y me colocase como el que supervisaba el trabajo, daba órdenes, buscaba y reclutaba nuevos trabajadores.

No obstante eso no nos impidió que Inna y yo nos siguiésemos juntando como en un pasado, compartiendo nuestros diferentes rumbos. Ella soñaba con cantar dentro de la ciudad, donde sus abuelos habían vivido por años, dedicándose a la música y la danza. Yo le comenté que si no funcionaba, podría probar suerte con su grandiosa habilidad para componer canciones frente al piano, ella sonrió con sus hermosas mejillas teñidas de carmín para terminar de acercarse y besarme. El sabor de sus labios teñidos de rojo quedó marcado en mi corazón de modo permanente, al igual que el recuerdo del maquillaje discreto en sus preciosos ojos azules que resaltaban su belleza natural.

Forjando nuestro destino #ViktuuriAwardsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora