Capítulo 8

1.7K 234 125
                                    


Hacía mucho tiempo en que no había recibido noticia por parte de los Katsuki. Según recordaba, el menor de ellos ya debía estar cursando los diecisiete años. Había hallado bastante interesante a aquel niño, que a pesar de mostrarse tan pausado y dulce, podía ser bastante feroz.

Algunas veces había jugado con el pequeño, inyectando sin el permiso de su madre, en las periódicas revisiones que le hacía una serie de sustancias, en las que alteraban sus niveles de testosterona. El juego era simple, el elevaba sus hormonas un par de horas, las suficientes para hacer preguntas interesantes y tomar un par de muestras.

Su cuerpo no había mostrado cambios importantes hasta ahora. Parecía que el cuerpo de su singular paciente estaba esperando algo para manifestar su verdadera naturaleza.

Los niveles de testosterona seguían en los límites como los de cualquier beta, al igual que sus niveles de estrógenos, normal para los de un chico de su edad, pensé con aburrimiento. Acomodé mis lentes, meditando en que tal vez era momento de hacerles una visita de rutina. Necesitaba seguir con detenimiento a Yuuri.

Un par de toques en la puerta me devolvieron al presente. Con cuidado, guardé la historia de mi caso especial en los cajones de mi gaveta.

—Pase ─exclamé, acomodándome la bata blanca. Sonreí casual al ver entrar a la auxiliar de enfermería, con otra pila de historias. Aquella mañana prometía ser movida.

─Buenos días doctor, la señora Katsuki vino─ comentó la muchacha. Yo tenía informado a mi personal, que cuando alguno de los Katsuki se hallase entre mis pacientes de consulta, me avisase con anticipación. Para los pocos que preguntaban sumidos en la curiosidad, les decía que los Katsuki eran amigos míos o que debía tomar más tiempo en sus consultas porque eran tímidos, por lo que debía de cuadrar mis tiempos con anticipación, para así no perjudicar a los demás pacientes. Si bien, no mentía con lo que les decía, la verdadera naturaleza de mis intenciones escondía secretos que no me permitiría revelarlos.

─Gracias Sala, podrías llamar al paciente Kenjirou Minami ─ pedí con una sonrisa, tomando la historia del mencionado, dándole una ojeada con rapidez.

No tardé mucho con el menor, a penas y era un típico caso de resfriado. Que sumado con la hipotensión del muchacho hacía un poco de estragos; nada que un cambio en su dieta baja en azúcares, antiinflamatorios y descanso solucionasen.

Considerando que el presente invierno era el más frío que se había pasado en la región, la mayoría de sus pacientes lo estaba sobrellevando bastante bien. Un par de resfriados como Minami o faringitis.

Traté de apurar un poco al antepenúltimo paciente, entregándole un par de pastillas azules. Este estaba convencido que sufría una enfermedad contagiosa y terminal, sin embargo yo ya me había cansado de hacerle entrar en razón demostrándole con detalles en los exámenes y pruebas que habíamos tomado de que no había nada que aquejase su perfecto estado de salud. Yo ya me había cansado de su actitud tan necia y pleitista, así que... ¿por qué no darle en el gusto? Total las píldoras no tenían nada de efecto, eran aquellas que en el mercado llamaban de placebo.

Además estaba ansioso de jugar con mi paciente favorito; por supuesto, también me gustaba platicar con la señora Katsuki. Ella me agradaba mucho, me recordaba mucho a las florecillas que solía arrancar cuando niño vivía en las praderas de Suiza.

Sin embargo, cuando vi el nombre en la historia mi rostro se tornó un poema. "Katsuki Viktor". ¿Quién era ese tal Viktor?, el que recordase, no había nadie con ese nombre dentro de la familia de ascendencia japonesa. Posé una mano en mi barbilla, masajeando con el pulgar derecho el mentón, meditando unos segundos las posibilidades de quién era ese misterioso nuevo integrante.

Forjando nuestro destino #ViktuuriAwardsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora