Capítulo 33

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El calor volvía a penetrar, calándose muy hondo de mí, proporcionándome un poco de paz y sosiego a mi atormentada mente

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El calor volvía a penetrar, calándose muy hondo de mí, proporcionándome un poco de paz y sosiego a mi atormentada mente. Yakov me había acogido, como si se tratase de su propio hijo, en su casa, donde pasé un tiempo recluido y en duelo, dejándome morir en vida un poco; sin embargo, este, una mañana con engaños me sacó de aquel rincón oscuro que había hecho propio, llevándome de paseo por los alrededores, deteniéndose en una de las bancas frente a una escuela.

─Mañana empezarás a trabajar allí como asistente de docente, para que conozcas la dinámica de la escuela y te adaptes. El director es amigo mío, conversé con él un poco sobre ti, nada comprometedor, sólo lo necesario para que accedas al puesto.

Aquello había sido suficiente para que mis piernas temblasen un poco, yo no estaba preparado para ello, para nada nuevo; tal y como Yakov me había dicho, las personas de allí, me trataron como un docente más, uno que se volvía reincorporar al sistema, dejándome al cuidado de los más pequeños. Infantes de seis y siete años, esos pequeños niños me habían envuelto con dulzura y travesuras, recordándome a mi Viktor.

La ciudad en la que estaba viviendo era pequeña, el verdor en casa de Yakov así como en el pequeño colegio me recordaba al campo donde pasé tiempo con mis padres. Las primeras semanas, el contacto con los niños me había quebrado, lloré como un bebé en brazos de Yakov o en los baños de la escuela luego de la salida; envidié un poco las familias que recogían a los pequeños, tan llenos de vida y jóvenes, me sentí tan lleno de culpa y remordimiento, yo podría haber sido uno de ellos si hubiese aceptado las propuestas de Caroline, pero el miedo y mi necedad habían primado y aquello ya no podía cambiarse.

Fue así como tomé el dolor como lo que era y decidí que había sido suficiente lamentación y miseria con mi persona, estaba aprendiendo a vivir por mí y sólo para mí, estaba aprendiendo a quererme. Sin excusas.

La ciudad de Chico no era tan grande como había imaginado, era lo suficiente para acoger a la mayoría de inmigrantes que buscaban un espacio donde crecer, tranquila y colorida a pesar de que ciertas zonas estaban aún descampadas, mostrándose como un pequeño reflejo de soledad en un tono gris. No era una ciudad que ostentaba riquezas o lujos, sin embargo, la calidez que emanaba en cada esquina era lo suficiente para sentirse amparado y feliz.

El tiempo pasaba veloz y no perdonaba, tres años habían pasado en un parpadeo, mi vida ahora parecía navegar en aguas calmas y no turbias. Una tarde frente al parque de la escuela, observé con cuidado una familia, los padres y los abuelos de uno de mis alumnos, Jean Leroy, el pequeño había venido de Canadá con su familia por sus abuelos, quienes estaban delicados de salud. La figura del niño abrazando fuertemente a sus abuelos, restregándose hasta impregnarse de su aroma había sido preciosa; este me había notado y corriendo con sus cortas piernas se acercó a mí, tiró de mis manos, ilusionado en presentarme como su maestro favorito. Su familia me sonrió y estrecharon sus manos conmigo, comentándome lo tanto que Jean hablaba de mí y lo contento que estaba con las clases. Sus ojos azul cobalto brillaban con orgullo al hablar de su familia, empinándose con entusiasmo cuando deseaba ser escuchado, parloteando sin descanso.

Forjando nuestro destino #ViktuuriAwardsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora