Capítulo 11- Cupido negro (parte 1/2).

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—Ladybug, espera... Tengo que decirte algo.

Su tono de voz estaba un poco desanimado, estaba nervioso y no sabía si en realidad quería decírselo. Es decir, la amaba. Pero tenía miedo de que la heorína lo rechace, y eso era justo lo que estaba pensando.

Suspiró—. Escucha, el beso... Tenía que romper el hechizo y...

—¿Qué? ¿Un beso? —murmuró confundido—. ¿Cuál beso? No yo sólo quería decirte que...

—Cuidado Chat Noir, tu anillo está centellando —lo interrumpió.

Aquel notó que estaba sonando, por lo que quedaba muy poco para que adoptara su forma normal. El poco tiempo que tenía lo hacía sentirse más nervioso, sobretodo por que no encontraba las palabras exactas. ¿Por qué es tan difícil decir “te amo” si sólo son dos palabras?

—Ah... Los tuyos también —agregó mientras escuchaba el sonidito que producía.

Ella rió.

—Estamos por volvernos calabazas y personalmente, no me gustaría ver eso —rió tiernamente.

Iba a correr pero él la detiene tomándola de la mano.

—¿Podemos vernos hoy en la torre Eiffel a las doce de la noche? —preguntó no tan decidido.

—Cl-claro, nos vemos gatito.

Ese recorrido a su casa fue largo y confuso. No podía dejar de pensar en lo que le diría, pero iba a hacerlo. Era su oportunidad para decirle cuanto la amaba y admiraba, al fin y al cabo, era la heroína de París... Y la de su corazón.

Se recostó en su cama sin ganas de leer las cuantas cartas que había recibido hoy. Ninguna le importaba realmente.

Plagg había desordenado las cartas buscando una. Se la pasó a Adrien para que la leyera. Esa tenía una forma de corazón rojo pálido que estaba muy bonito.  Al leerla notó que habían rescatado su poema, pero no estaba firmada.

Una mariquita roja apareció, posándose en el papel y marchándose. Adrien la siguió como un niño jugando a la pelota, entusiasmado. Pensando en que esa carta se la había hecho Ladybug.

Marinette hablando con Alya recordó que no la había firmado. Se maldijo a si misma por haberse esforzado en vano. Pero por lo menos se había atrevido y eso era lo que en realidad importaba.

Cuando Alya se había ido, aquella se recostó entre sus sábanas esperando nerviosamente las doce. Sabía lo que él iba a decirle.

—¿En qué piensas tanto, Marinette? —susurró la mariquita.

—Tikki —dijo tristemente mirando levemente el techo.

Ella no quería hacerle daño. Era su amigo y la ayudaba a salvar París. Y se odiaría a si misma si después Chat Noir la odiaba por lo que tenía que decirle.

—Tranquila Marinette, ¿qué pasa?

La chica se había exprado como cual poeta. Le dijo todo lo que le tenía que decir a su kwami. Había llegado la hora de juntarse con el gato, había llegado la hora de ser Ladybug y acabar con todos los problemas, como solía hacerlo.

Lo que queríamos que pasara en Miraculous Ladybug Donde viven las historias. Descúbrelo ahora