Capítulo 59

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"Acabo de ordenar las flores" me había dicho. "Los centro de mesa serán rosas blancas y rojas"; y si, tal como Rydel lo había decretado, su decoración era a bases de rosas. En la gran capilla que se encontraba hasta al frente, se encontraban ligadas rosas rojas y blancas entre las enredaderas; las flores caían como en una ligera cascada, y las luces decorativas le daban a todo el lugar un ambiente romántico y privado. Esa sería una hermosa boda, quizás la más bella a la que hubiera ido en toda mi vida.
Ellington se veía muy guapo, y se notaba al mismo tiempo nervioso y ansioso. No dejaba de pararse sobre sus talones, y mantenía sus manos dentro del bolsillo. El padre sonreía al mirarlo con cariño, y yo tan solo me enfocaba en la gama de olores en el ambiente. Miré a Ross de reojo, sentando a mi lado, jugando con una de sus pequeñas primas desde lejos a hacerles caras raras y graciosas. Sonreí inconscientemente; Ross sería un excelente padre...
El pianista dejó sus dedos recorrer las teclas blancas y negras, y al compás de una suave melodía, las dulces damas de honor comenzaron a caminar con un pequeño ramo de rosas blancas y rojas. Pasaron algunas que ya me había tocado conocer durante nuestra sesión de belleza con Erick y Paulo, y otras cuantas las conocía de vista verdaderamente. Todas se veían preciosas.
Justo después de la décima dama, se escuchó la tan esperada marcha nupcial. Todos nos pusimos de pie inmediatamente; mi corazón latía al mil por hora de la emoción... nunca me hubiera esperado haber reaccionado de ese modo. Miré por sobre mi hombro, y la vi, despampanante, casi como un ángel, una visión. Su cabello estaba suelto y en suaves ondas sobre sus hombros; el vestido era de entallado encaje en la parte posterior, con caída suave inclinada hacia la derecha, que tenía ciertos puntos de encaje y brillo. Rydel parecía como si estuviera caminando sobre una nube, una clase de Diosa.
Entonces, mi corazón se detuvo: Su papá la estaba llevando al altar.
Ross pareció inmutarse ante eso, pero yo me encontré sorprendida. Supongo que nunca pensé en si el padre llegaría a ir a la boda... Y entonces, al fondo, en las sillas de la última hilera, alcancé a ver a Jennelle. Me encontré un poco aturdida por tanta sorpresa.
Rydel y su padre caminaron hacia el altar; ella no podía despegar los ojos de su prometido, y Ellington no le quitaba la mirada de encima a la hermosísima novia. De repente aquél se sintió un momento tan íntimo que hasta sentía vergüenza de mirar fijamente hacia el altar.

La ceremonia fue romántica y llena de demostraciones de afecto. Se notaba a simple vista que ambos eran felices, que se casaban enamorados, que su máxima ilusión era cumplir su para siempre. Me sorprendí a mí misma al momento en que unieron sus vidas con un dulce beso, encontrarme llorando. ¿Yo? ¿Llorando en una boda? Bah... Laura Marano debía de estar más loca de lo que alguien se lo hubiera podido haber imaginado.

...

La gente estalló en aplausos cuando la melodía de "The way you look tonight" terminó; acabábamos todos de ser testigos del primer baile de la nueva pareja recién casada. Ellington y Rydel se besaron intensamente, tanto que otra vez parecía muy inapropiado la idea de verlos en ese instante. Se separaron del beso, y las mejillas de Rydel expusieron un color rojo carmesí que resaltaba de un modo intenso en su piel blanca.
La fiesta continuó, así como varias personas que se levantaban a bailar.
Miré de reojo a Ross, el cual se acomodaba su corbata. El resto de la mesa se mantenía hablando animadamente.

Era extraño ser "parte de la familia Lynch". Bueno, tanto así como "parte" aún no lo era, sin embargo estaba sentada en la mesa de "familia de la novia"... jamás me hubiera imaginado estar en una situación como esa, principalmente porque en mis planes jamás había estado la idea de casarme, por lo tanto jamás me había imaginado como sería mi "nueva familia", o más que nada "la familia del novio".

Eso era bastante extraño.

- ¿Bailas? - preguntó Ross alzando las cejas. Yo me congelé en la silla blanca con el lazo rojo, y negué con el cráneo. Yo, Laura-Dos-Pies-Izquierdos no bailaba ni siquiera la macarena.
Ahí fue cuando me di cuenta - otra vez - de lo sensual que se veía Ross esa noche. Sonreí al recordar las palabras de mi abuela Nina años atrás, cuando Ronny y yo la acompañamos junto con Isabella y Paulette a comprarle un vestido a esta última para un baile de bienvenida; mi abuela había citado: "Todos los hombres se ven mejor de negro".
- Ni un poco. - Extendí mi mano sobre la mesa para tomar la copa de cristal, y darle un sorbo al agua.
- ¿Bailas conmigo? - volvió a preguntar, y pasó su brazo por mi espalda, recargándolo totalmente en el respaldo de mi silla. La proximidad de su nariz con mi hombro desnudo me ponía la piel de gallina.
¿Cómo se lo iba a decir? Jamás me había avergonzado de mi falta de coordinación, pero por alguna extraña razón - enamoramiento iluso y tonto - ahora resultaba catastrófico la idea de que Ross se enterara del hecho de que yo y el baile tenemos una silenciosa guerra, con un tratado de paz condicional muy simple: Si yo no me metía con ella, no me atacaría. Si intentaba bailar, caería en el intento.
Entonces Ross besó despacio mi hombro. Mierda. Maldito.
En mi estómago se desató una revolución de sentimientos, y de repente sentí mis labios punzantes. Quería besarlo otra vez, pero él no lo había intentado desde la última vez que yo le había pedido no hacerlo... ¡No lo había dicho tan literalmente! Me refería a que sí lo había hecho, pero... ¿Por qué de repente él tenía que tomarse en serio lo que decía? ¡Mierda!
Ross elevó su rostro hasta mi oído, para después susurrar:
- ¿No te importa si te beso, cierto? Creo que mis abuelos esperan comprobar que si tengo novia. - Santo Cielo. Miré horrorizada hacia los dos ancianos que se encontraban al otro lado de la mesa, y comprobé las palabras de Ross: era como si los dos abuelos nos estuvieran viendo con rostro aburrido y cansado, como si se hubieran hartado de esperar algo de nosotros. ¡Bésame! Grité con la mirada al voltear los ojos de los señoras mayores y volverla a Ross. Y sin nada de rodeos, Lynch me estaba besando otra vez.
"No te drogues" me decía mi madre. "No creo que sus besos cuenten como droga, aunque se accionan como una" sonreí, y Ross inconsciente de mis pensamientos tontos sonrió también tomando un poco de aire antes de continuar con su ataque a mi boca. Amaba esos ataques de boca tan suyos.
Bruscamente se separó de mis labios - ¡¿Qué?! ¡¿Por qué se detuvo?! -, y sin decir palabra alguna se levantó de la silla de la mesa. Me tendió la mano, y yo fui muy tonta como para negarme a hacerlo. El caso es que parecía ser como si Ross supiera exactamente el efecto de sus labios sobre mi piel: Me embriagaban, me embobaban. Sabía que después del beso, podría hacerme bailar. Bueno, al menos intentarlo, porque yo jamás podría aprender a bailar de un buen modo.
Ross llevó su mano hasta mi cintura, y me sostuvo de un modo seguro, sin pena. Tomó mi mano entrelazando nuestros dedos; la música era lenta, romántica, intima. No identifiqué la canción, sin embargo sabía que cualquiera que fuera sería muy complicada para mí... cualquier baile lo sería.
- Soy Seis pies izquierdos, Ross. - lo miré con vergüenza, y él sonrió con ternura.
- Y yo soy maldita sea bueno. Tal vez nos complementamos. - Rodé los ojos, y él soltó una carcajada. - Dicen que todo depende de con quién estás bailando.
- Te podría decir lo mismo. - alcé las cejas, y él frunció la boca. - Quizás yo soy tan mala que te hago bailar mal. - El negó exasperado, y sonrió de oreja a oreja.
- ¿Apostamos una ronda de besos? - ¡Claro que sí! pensé; obviamente esas palabras nunca hubieran sido capaces de salir por mis labios. Simplemente enrojecí, y miré entre el espacio del cuerpo de Ross y el mío. - Es todo muy sencillo. - Levanté la vista para mirarlo. - Simplemente no mires hacia tus pies, y confía. Yo te guío, tú déjate llevar.
Dejarme llevar. Eso sonaba tan maldita sea complicado para mí. Jamás me había dejado llevar por nadie; siempre era yo la fuerte, la que guiaba a todos, nunca aleves. ¿Sería tan mal dejarse llevar por alguien más? No lo sabía. Y tenía miedo, porque de repente esas palabras ya no eran simplemente sobre un baile, si no que se trataba sobre todo: Toda mi vida se en globalizó en esas palabras: Déjate llevar. ¿Me dejaría llevar por Ross? ¿Perdería la desconfianza que me había acompañado tras tantos años?
Me había quedado congelada, pero al roce de la mano de Ross con mi hombro, me dejé llevar. Si... por primera vez, Laura Marano estaba siendo llevada, y no estaba llevando. Sentía todo eso tan global... como si algo después de ese baile fuera a cambiar, como si estuviera dejando al descubierto mucho de mí, después de haberme ocultado dentro de mí misma durante toda mi vida menos 4 años.
Pero... eso no estaba tan mal como pensaba. Y de hecho, parecía que Ross tenía razón; era un buen bailarín, y me estaba llevando con bastante felicidad. Se movía con gracia, ligereza y masculinidad; su pecho se mantenía firme, y me sostenía en sus grandes brazos con seguridad. Eso me gustaba, muchísimo más de lo que debía de ser el límite.

A Writer Without LoveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora