Capítulo 77

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  Revindicar mis acciones era imposible, por lo que lo más certero era empezar a olvidar. Olvidar aquella mágica noche en la que amé por pura pasión e instinto y que me dejé envolver por la fina tela de la oscuridad, cegándome ante la lucidez del problema: lo mío con Ross parecía un juego macabro de nunca acabar. Enamorada, ilusionada, despedazada y rota, cuatro adjetivos que cuadraban correctamente con el reflejo de mi rostro en el espejo.
Me encontraba sola en la habitación del hotel; Lucy tenía unas inmensas ganas de ir a comprar chucherías y de quedarse en cama todo el día viendo películas. Yo me sentía igual. Suponía que era el hecho de que nuestra moral estaba por los suelos tras la noche anterior, pero jamás hubiera imaginado que fuera Lucy la que sugiriera la idea de quedarse en el hotel todo el día, pero una vez que sus palabras salieron de sus labios, yo me aferré a ese plan, por si acaso ella decidía declinar.
No lo hizo; a eso de las 12 del mediodía, decidió ir a comprar chucherías y dulces a un mini-supermercado que había descubierto a unas cuantas cuadras del hotel.
Había acomodado las colchas, y sacado aún más cobertores del armario; junté todas las almohadas, y creé un atractivo y visiblemente cómodo lugar donde recostarnos todo el día, comer hasta vomitar y ver la lluvia caer desde la cama.
Teníamos varias películas programadas; nada de romance. Desde una tercera persona, hubiera sido cómico ver como Lucy y yo evitábamos a toda costa los títulos románticos, y como prácticamente dejábamos caer la caja de la película cuando la tomábamos y descubríamos que había <<amor>> en la trama. La idea de una película de aliens, una de un asesino y otra de una niña fantasma nos resultó mucho más atractiva.
El sonido del golpeteo en la puerta me hizo ladear la cabeza. ¿Sería Lucy? fruncí el ceño; tal vez había olvidado su llave.
Me levanté de la cama donde reposaba tranquilamente, y abrí la puerta sin esperar a fijarme primero por la rendija en la puerta, y casi me voy de espaldas cuando lo veo.
Se veía pulcro, y tenía cierto rubor en sus mejillas. ¿Riker se estaba sonrojando?
— Riker —solté en voz aguda, efecto de la sorpresa—. ¿Que-é estás haciendo aquí?
<<No tartamudez; pareces idiota>>.
— ¿Está Lucy? — Alzó ambas cejas.
Ahí, mientras él se quedaba de pie fuera de la habitación, noté lo guapo que era Riker. Sentí empatía con Lucy; ¿cómo no haber caído ante la tentación? Riker era un encanto. Sus ojos eran grandes, firmes y sus largas pestañas rebosaban y enmarcaban su mirada. Tenía una espalda ancha, y su pelo era una verdadera encrucijada: hasta yo sentía las ganas de meter mis manos entre él y jalar un rulo.
Ross y Riker eran como el agua y el aceite, solamente compartían el rasgo de, me parecía, la nariz, la boca y la forma del rostro; aparte de eso, ambos podrían hacerse pasar por extraños. Eso sí: ambos eran guapísimos. Los chicos Lynch tenían cierto encanto engatusador.
— Salió a comprar un par de cosas —me crucé de brazos—. Hmm... ¿quieres?
— La esperaré; tengo que hablar con ella —aparté la mirada, y el carraspeó la garganta—. ¿Podría pasar?
— ¿Riker?
Mierda.
Si hubiera esperado la interrupción de una tercera voz, no me hubiera sorprendido si hubiera sido de alguna mucama que pasaba por el pasillo, o si queremos pasar a lo malo, de Lucy. Pero esa voz era una voz que reconocería hasta estando sorda, por el simple vibrar de los labios al pronunciar las palabras.
En cuando mis ojos vieron a Ross, sentí que mi estómago vibró, incómodo. Se mantenía a un costado de la puerta, mirando a Riker con el ceño entre fruncido, y después sus ojos brincaban de Riker hacia mí una y otra vez.
— ¿Qué estás haciendo aquí?
— ¡¿Riker?!
¡Sí! ¡Era Riker! ¡¿Era necesario anunciarlo cada vez que lo veían?!
Lucy mantenía la bolsa de papel abrazada a su pecho; sus ojos se abrieron como un par de platos hondos cuando observó la escena: Ross y Riker, enfrente de la puerta de nuestro departamento. ¿El elevador había sonado? ¿Por qué no me había ni siquiera anunciado que alguien subía? No estaba muy lejos; debió de haberlo hecho.
Aquello era lo más incómodo que había podido imaginar.
Aquella mañana, cuando Ross había llamado, lo evadí a toda costa; terminé por decirle que tenía un terrible dolor de cabeza y que iría a la cama. Mentira, por supuesto.
Riker pasaba su mirada de Ross a Lucy, Ross de Riker a mí, Lucy la pasaba por los dos infiltrados y yo, y yo la pasaba por Ross y Lucy. Lucy y Riker se había acostado la noche anterior; ¿Riker sabría que yo lo sabía? ¿Ross lo sabría? Y claro, Ross y yo no solamente estuvimos de manos sudadas durante la noche del 29 de Diciembre; ¿Ross le habría contado a Riker? ¿Ross intuiría que Lucy sabía de lo nuestro?
En aquella escena, hasta las partículas de polvo se sentían tensas. Los cuatro culpables en un mismo cuadro; que bonito, ¿no?
— ¿Qué haces aquí? — preguntó Riker, temerario.
— Lo mismo te quería preguntar yo, hermanito —gruñó Ross—. ¿Por qué estás aquí con Lau?
¡¿Qué?! Rodé los ojos, después de mirarlo con cara de total estupefacción.
— No seas paranoico, vine a ver a Lucy —miré a Lucy de reojo, quien se movió incomoda aún en medio del pasillo—. Tal vez deberías de preocuparte tú también por <<tus problemas>> —contestó alzando las cejas.
— Eso es lo que estaba a punto de hacer; vine aquí a hablar con Lau.
Mierda. Riker sabía.
Todos sabíamos lo <<poco santos>> que éramos los cuatro en aquel instante.
Me sentía tan avergonzada; ¡¿Qué pensaría Riker de mí?! Sentí un cosquilleo en la palma de mi mano, unas tremendas ganas de cerrar la puerta en la cara de los tres y encerrarme yo sola en el cuarto; que se arreglaran todos como pudieran.
Pero la buena Lau sabía que tenía que enfrentar las consecuencias de lo que había hecho, aunque no sabía cómo.
Ross apartó la mirada de Riker, subiéndola hacia mí. Frunció el ceño, y terminó por alzar una ceja.
— Veo que ya te sientes mejor.
Mierda.
Mentirilla piadosa.
Abrí la boca, y comencé a esbozar puros tartamudeos; no logré decir nada.
Lucy se adelantó unos pasos, acercándose a todos nosotros. Pasó a Riker y a Ross sin tocarlos, y moviendo su cuerpo para que no se cruzara ni un milímetro de piel con ninguno de los dos, y llegó hasta la puerta, deteniéndose a mi lado.
— Si lo hace, por eso he ido a comprar cosas a la tienda; estaremos metidas aquí todo el día.
Riker retrocedió dos pasos, emparejándose a la misma altura de Ross. Se miraron de reojo casi al mismo tiempo, y después volvieron la vista a nosotras.
Tensión, tensión, tensión.
Parecía una de esas trágicas escena de películas de cuadros amorosos: Los dos hermanos y las mejores amigas.
Guardamos silencio por lo que pareció ser una eternidad, y después todos mirábamos hacia algún lugar que consideráramos seguro. ¿Cómo acabar con todo esto?
— ¿Por qué no nos vamos tu y yo afuera para hablar y que Lucy y Riker se queden aquí? —sugirió Ross, mirándome tan fijamente que dudaba el hecho de que mi cuerpo no comenzara a temblar.
¡Mierda! Tanto Lucy y yo nos tensamos, una al lado de la otra.
— Me duele mucho la cabeza, enserio—mentí entrecerrando los ojos—.
— Creo que sería mejor si habláramos en otra ocasión —interrumpió Lucy, con una gran y falsa sonrisa—. ¿Qué tal si nos vemos una vez que las fiestas de año nuevo terminen?
Los ojos abiertos de Ross y la forma en que Riker tragaba decían lo mismo con diferentes acciones: Eso era mucho tiempo.
—Y... —inquirió el pelinegro— ¿qué tal si van a la fiesta de año nuevo mañana?

A Writer Without LoveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora