*Final*
¿Qué es la muerte?
Me había topado con mis pensamientos tantas veces en aquella última semana, que ya ni siquiera sabía si eran míos, o palabras que se habían colado por mis oídos y yo los había interpretado como propios.
La muerte es aquello que cumple el ciclo de la vida, cuando tus órganos comienzan a fallar, cuando el alma se desprende del cuerpo y se transforma en un ente más espiritual que material.
Todo aquello lo había investigado en filosofía, lo había visto en miles de programas; la definición era la más conocida, y la que menos se quería escuchar, porque es un destino al que todos nos enfrentaremos tarde o temprano. Y da tanto miedo, que te corta el aire en cuanto piensas que nunca sabrás cuándo ocurrirá realmente.
Sin embargo, aquellos días algo había cambiado: la muerte ya no era un estado de inmovilidad, uno que representaba la falta de pulso del corazón; la muerte se había tornado en algo psicológico, en algo que iba más allá que simplemente unos signos vitales.
Mi mente viajaba cada media hora hacia el interior de aquella iglesia, hacia aquellas palabras que me habían dejado marcada de por vida. Mirando hacia la costa del mar mediterráneo, con el sol brillando (una de las primeras veces en todo el año), y con las olas chocando en aquellas rocas, me sentí otra vez al comienzo de toda mi vida.
¿Cómo todo era tan fácil? Eras tan pequeña, tan niña. Tus mayores preocupaciones era posiblemente si tu mamá te iba a hacer algo rico para comer, y no un plato lleno de verduras; tu máxima adicción era tomar las muñecas y jugar, mientras que las risas era el oxígeno que parecía mantenerte vivo.
Cerré los ojos, sintiendo el calor del sol. Y cuando lo hice, sonreí: recordé a una pequeña niña, flacucha, con cabello café corto hasta las orejas, y un vestido morado. La niña corría por toda la playa, sintiéndose viva. Y lo más asombroso, es que ni siquiera sabía que lo estaba sintiendo, simplemente estaba viviendo, sonriendo, sin preocuparse por el mañana, sin tensarse.
Y después, cuando la niña miraba sobre su hombro, se encontraba con dos pares de personas que la observaban sobre la cima de la colina, mirándola con ojos de amor. Ella sabía que estaba segura, y al mismo tiempo no sabía que lo estaba, simplemente algo dentro de ella sabía que aquellas personas nunca la dejarían caer. Y lo mejor de todo llegó cuando, mientras corría, y la arena del viento empezaba a meterse en su cabello, miró hacia su lado: otra niña, con pelo más claro y largo, y un vestido color café iba a su lado. La niña estiró su mano, y la tomó: la niña con el vestido morado supo entonces, sin saberlo como todo lo demás, que esa de vestido café estaría a su lado, siempre. Y que si ella se cae, la otra la levantaría, que si ella lloraba, la otra niña también lloraría, y que mientras sonriera, la niña del vestido café se sentiría satisfecha.
¿Qué pensaba cuando tenía cuatro años?
Recordaba amar aquel vestido morado que mi padre me había regalo, y recordaba también ver como mi mamá le metía el vestido café a Ronny sobre su cabeza; nos teníamos que turnar para que nos peinara, aunque al final de todo terminábamos con el pelo totalmente despeinado, así que ese día había optado por simplemente cepillarlo. Recordaba mi emoción conforme veía que la playa se acercaba, y como mi papá gritaba un "¡Con Cuidado!" cuando Ronny y yo salimos expulsadas del carro, descalzas, mientras que caminábamos hacia la playa.
Todos aquellos destellos de luz, el brillo del mar en aquel verano, toda aquella magia seguía ahí, en algún lado.
El modo en que veía a mis padres y me sentía segura, cómo era que veía a Ronny y sabía que ella siempre estaría ahí, pero sin embargo, no sabía nada.
Y es ahí, cuando miraba hacia el mar, que me daba cuenta de que nada era certero: simplemente sabía que ellos no me harían daño, algo dentro de mí lo hacía. Y al mismo tiempo, algo dentro de mí me decía de igual manera que si lo hacían, no era algo que ellos quisieran.
Casi 15 años después, en un invierno, con el cielo a tonos grisáceos y el aire fresco, totalmente lo contrario a aquel verano, me sentía totalmente a la deriva. Mientras observaba el mar chocar con la costa, me daba cuenta de cómo el confiar ciegamente te hacía tan fuerte: hacías cualquier cosa, sabiendo que siempre te iban a ayudar; te atrevías a correr, porque sabías que te levantarían, así como te atrevías a brincar, sabiendo que si te raspabas las rodillas ellos te ayudarían. O al menos, pensándolo: la vida me había enseñado que no siempre se quedan todas las personas que crees que lo harán, pero sin duda, todas llegan por una razón.
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A Writer Without Love
JugendliteraturElla, una chica llamada Laura con 19 años, busca entrar a la universidad con una beca estudiantil para literatura, y se encuentra con un pequeño concurso de la misma institución que puede hacer que la cantidad de su beca Aumente. Sin nada que perder...