Capítulo 79

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  El grito de Stormie captó la atención de todos los presentes, y en pocos segundos una congregación de gente se amontaba a los alrededores del desfallecido hombre.
Mis piernas flaquearon, pero sentí unas manos llegar hasta mis hombros. Lucy estaba detrás de mí, observando la escena con total horror, así como Riker, quien llegó a su lado.
Por su rostro no podía deducir bien su expresión, pero no variaba mucho de entre pánico, horror, dolor, o miedo.
— Es...
— Tu padre —asentí con rapidez, elevando mi rostro para mirarlo—. Ve, rápido.
— ¿Y Ross? —preguntó ansioso, casi temblando—. ¡¿Dónde está Ross?!
Miré hacia el costado donde previamente estaba él, y sentí una chispa de dolor al descubrir que no había nadie. ¡¿Dónde mierda se había metido?!
— ¡Estaba aquí hace unos segundos! —grité por sobre el barullo de la gente—. ¡Ve! ¡Ayuda a tu madre! ¡Yo lo buscaré!
Riker dudó, pero al final se abrió paso entre la gente y cruzó la habitación, yendo con su padre. Lucy se perdió entre las tantas personas a blanco y negro, y yo me había quedado sola. ¿Dónde mierda se había metido el chico? Me pregunté mientras miraba por sobre mis hombros.

...

Dieron las 11:20. La ambulancia ya se había llevado al padre de Ross de urgencias, y Riker y Lucy ya iban directo hacia el hospital. Miré como Rydel y Ellington se iban a toda velocidad en su auto, y también observé a Stormie subiéndose a la ambulancia con su marido.
El único que faltaba era Ross.
¿Dónde estaba? ¿Por qué no estaba ayudando?
La fiesta había sido arruinada, y ni siquiera era año nuevo. Poco a poco las personas se iban disipando, yéndose a sus hogares para terminar todo aquello en una tranquila velada. Yo no podría irme sin encontrar a Ross.
Me encontraba en el vestíbulo, cuando los meseros y los mozos comenzaban a limpiar. Ya no quedaba prácticamente nadie, tan solo unas cuantas parejas que iban en busca de sus sacos, nada más.
Me escabullí de la mirada de los meseros, y me adentré en un largo pasillo que lindaba junto a la cocina. Tenía focos empotrados en el techo cada metro, pero mantenían una iluminación tan tenue que dudaba y tenía que mirar hacia el suelo de par en par para evitar caerme.
Iba dejando el iluminado vestíbulo atrás cuando llegué al final del pasillo, encontrándome con otro más alternado a éste. Miré hacia la derecha y después hacia la izquierda, cuando observé hacia aquel lado una luz reflejada en la pared izquierda del pasillo. Tenía un matiz rojizo, y se reflejaba en forma rectangular, como si fuera una ventana y solamente se reflejaran sus bordes.
Me acerqué, ladeando la cabeza lo más posible, antes de ver que era una clase de mini-bar. Una habitación que tenía una ventana, de la cual salía aquella luz. La puerta de madera, igual a otras puertas que se encontraban a lo largo de aquellos pasillos no me permitió ver hacia el interior, pero cuando me acerqué a la ventana, lo observé sentado en un sillón de cuero, al fondo. Tenía una copa de whisky en su mano, y tanto su corbata como su semblante estaban deshechos.
Mi corazón se rompió otro poco.
¿Debía entrar? No lo sabía. Era bastante obvio que él querría pasar un tiempo a solas, por eso había huido, pero dudaba que fuera por la razón correcta o ética.
Empujé la puerta; Ross ni se inmutó. Se quedó ido, de espaldas hacia mí, mirando hacia la pared.
La puerta regresó por si sola a su sitio como un resorte, y yo dudé en continuar caminando; entrelacé mis dedos entre sí, y me quedé de pie, en medio de la habitación.
— Ross —no sabía que decir; ¿cómo empezar?—.
— ¿Qué haces aquí? —interrumpió mi intento de hablarle—. Vete, por favor. Necesito estar solo.
Por un momento, consideré su oferta. Pero al instante siguiente, me di cuenta de que lo que él estaba haciendo no estaba bien.
— ¿Por qué huiste? —me acerqué dos pasos, provocando el sonido de mi tacón al caminar—. ¿Por qué no fuiste a ayudar, como Riker?
— "Cómo Riker..." Ja —rió sin ganas—. Hasta tú dices esa misma frase que mi padre —ladeó la cabeza, mirando hacia la copa—. No quiero tener nada que ver con mi padre, y ya lo sabes, Laura.
Su orgullo. Era simplemente que no lo quería perdonar.
— Pensé que ya... que ya habían dejado atrás los resentimientos.
— Lo tolero, y lo saludo. Pero nada más —miró por sobre su hombro, y me dio un respingo—. ¿Quieres una copa? Lamento no haber podido conseguírtela antes.
— Es tu padre, Ross —me acerqué un poco más, hasta quedar a menos de un metro de distancia entre su cuerpo sentado y yo—. No puedes simplemente...ignorarlo. Menos cuando tú mismo presenciaste el modo en que se desvaneció frente a todos.
— No me vengas con sermones, que tú tampoco quisiste ver al tuyo cuando llegó a buscarte —gruñó—. No eres la más indicada para decirme esa clase de cosas.
— No seas, idiota —mascullé. Mis venas comenzaron a bombear más sangra de la común, y sentía como mis nervios comenzaban a crisparse. Eso no era sobre mí, era sobre cómo había evadido algo que al final lo terminaría lastimando—. Sabes muy bien por qué no lo quise ver. Él se fue, él me abandonó. Se consiguió otra familia y se olvidó de mi —se enderezó sobre el sillón—. No es lo mismo.
— ¡¿Por qué no?!
— ¡Porque tu padre siempre estuvo ahí para ti!
— ¡Engañó a mi madre!
— ¡Pero intentó arreglarlo en el momento! ¡No 14 años después Ross!
Se puso de pie, mirándome. En su mirada se notaba una gran furia, algo que quizás nunca hubiera podido llegar a controlar yo. Tenía su mano derecha engarrotada en su vaso de vidrio, y su mano izquierda la mantenía cerrada en un puño.
— Se equivocó —escupió sus palabras—. Se equivocó.
— ¿Y tú no te has equivocado? —alcé una ceja, y el rostro de Ross se ablando, pero no porque comprendiera mis palabras, más bien por todo lo contrario—. ¿Tú no has cometido errores? ¿No ha lastimado a gente que quieres sin intensión de hacerlo? —Sus ojos me escrutaban completamente, y yo me sentía como una vampira: le estaba chupando todo coraje, obteniéndolo yo—. Te recuerdo: me lastimaste a mí. Me heriste tanto que durante cuatro meses tuve insomnio, y dormía aferrada en un trozo de manta— el reconocimiento cruzó su mirada. No me importó; yo continúe—. Me lastimaste tanto, que me resultaba menos dolorosa la idea de no haber encontrado el amor nunca, y vivir sin saber lo que se sentía estar enamorada a haberte conocido.
Silencio. Se coló entre mi vestido, y entre el saco de Ross. Nos envolvió. Otra vez no existía nadie ni a mil kilómetros de aquel punto de encuentro.
— Él engaño a mi madre. Traicionó su confianza, la de mis hermanos, y mía. Y vuelve un día, como si nada hubiera ocurrido.
¡Mierda! ¡Si sería terco!
— ¡Tienes que perdonarlo!
— ¡No puedo! —estalló—. ¡No puedo perdonarle lo que hizo!
— ¡Sí! ¡Si puedes!
— ¡¿Cómo lo sabes?!
— ¡Por qué perdonaste que la perra de Alice te hubiera engañado a ti! ¡Perdonaste el hecho de que terminó embarazada de un tipo, y que solamente por eso te hayas enterado de la verdad! —Podía jurar, su rostro estaba más pálido que nunca—. ¡La perdonaste! ¡Y volviste a otorgarle tu confianza! ¡Incluso la volviste a amar, aun cuando ya me amabas a mí! ¡Incluso cuando ya no la necesitabas! —Tomé aire. Mis ojos se comenzaron a cristalizar, y mis hombros flaqueaban. Sentí una gran opresión en mi pecho, y como mi garganta picaba, como si hubiera tragado algo picudo y se hubiera quedado atorado—. Perdonaste su engaño, y tu madre perdonó el de tu padre. Creo que tú puedes hacer lo mismo, más aun considerando el hecho de que tú mismo engañaste a tu novia acostándote conmigo.
Listo: lo había dicho. Había dicho más de lo que había pensado, más de lo que si quiera sabía que conocía. No fue hasta ese momento en que me di cuenta de lo dolida que estaba: había escogido a Alice. Tuvo la opción de luchar un poco más por mí, pero prefirió irse con ella. Pudo perfectamente haberme sigo, como había seguido a Alice, pero prefirió no hacerlo.
Yo no tenía la culpa: Ross la tenía. Ross me había perdido, y Ross era el único que no había sabido luchar por mí.
Bajo la luz de aquella luz rojiza, todo parecía más claro.
— Lau...
— No digas nada —lo interrumpí, manteniéndome fuerte—. No luchaste por mí en su momento, no lo hagas ahora —abrió la boca para continuar, pero yo alcé la mano con un gesto para que no dijera una sola palabra—. Vamos al hospital. Tu padre necesita tu perdón.

A Writer Without LoveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora