— Según se, llegaré a eso de las 5 de la madrugada. — Dije mientras echaba un vistazo al boleto de avión, justo sobre mi cama.
Sentí el <<famoso>> nudo en la garganta antes de voltear e intentar olvidarme de esa sensación.
Regresaba a casa; todo se había acabado.
Cerré los ojos con fuerza, y tragué gordo deshaciéndome de aquel sentimiento nostálgico que sentía en la boca de la garganta.
— Perfecto, ahí estaré.
— Puedo tomar un taxi, ya estoy bastante grandecita. — Intenté bromear. Ni siquiera sonreí.
— No me importa, Lau — Ronny rio al otro lado del teléfono.
Caminé a pasos pesados y lentos, y llegué al borde de mi cama. Me senté con delicadeza en el colchón, y eché mi cabeza hacia atrás, mirando hacia el techo. Suspiré sintiendo como llenaba mis fosas nasales, y después deje todo salir.
— Iré por ti, fin de la discusión. — Rio sin felicidad al otro lado de la línea, y yo viré hacia la derecha, solo para observar mi reflejo viéndome a través del espejo del tocador.
Me veía tan diferente.
Ya no era la misma Laura que había llegado unos meses antes a Italia, frustrada, enojada con la vida. Aquel tiempo lejos de américa me había dejado más lecciones de lo que me había dado la vida a lo largo de 18 años.
Había aprendido a perdonar, aunque tal vez aún no lo había hecho aún. Aprendí a no juzgar un libro por su portada, y a no forzar las cosas; lo espontaneo es lo que mantiene vivo un momento, y lo que hace que un recuerdo sea aún más memorable. Inolvidable recuerdo era el que me llevaba: el recuerdo del amor. Haber probado el éxtasis del enamoramiento era lo que más agradecía, aunque de haber volado tanto hubiera caído desde el clímax de mi felicidad.
Caer ya no parecía tan importante. Habían sido tan buenos momentos, tan placenteros, que aquellos malos se vieron opacados por la felicidad. Si, dolía, y dolía toda una vida. Pero, ante todo, se tiene que agradecer.
Mirando a través de la ventana, agradecí a Ross, ya sus besos. A sus caricias, y a sus palabras a mi oído. Agradecí cada segundo que me hizo enojar, reír, y enamorarme poco a poco de él. Y agradecí que me rompiera el corazón. Porque al menos ahora sabía que esa experiencia ya había sido sobrellevada... más o menos. La sobrellevaría, lo superaría. Y continuaría con mi vida, y con el dulce recuerdo de él en mi piel.
Oh mierda.
— Lau... ¿Sigues ahí? — Sacudí la cabeza regresando a la realidad, y parpadeé un par de veces, solo para asegurarme de estar en la realidad y no en un espejismo que mis ojos habían querido ver.
Encontré mi garganta seca. Elevé mi mano hasta mi rostro, y descubrí lágrimas. Estaba llorando, y ya no parecía importarme. Aquel día sería momento de luto, ya que hay en tierras de costas mediterráneas enterraba cualquier sentimiento, para llegar a Boston fría y lista para la universidad. Era lo único que quería pensar.
— Si, disculpa. — Me separé un poco del teléfono, y respiré profundamente. Escuché el vibrar de la voz de Ronny, aunque no supe lo que decía. Respiré hondo, y llevé el teléfono a mi oído otra vez, un poco más relajada. — Entonces, ¿A las cinco?
...
Mirar a los ojos de mi abuela me resultaba un poco complicado. Ella no lo quería mostrar, pero no quería que me fuera.
Me sentí un poco <<muy>> mal por eso, ya que podía quedarme. Podía estar en Italia hasta el final del verano, y regresar justo una o dos semanas antes de iniciar mis clases otra vez, pero no podía soportar pensar en que Ross estaba viviendo a unas cuadras hacia el centro, tenerlo tan cerca y no poder estar junto a él. Tenía que ver por mí, y aunque me doliese el hecho de dejar a mis abuelos solos otra vez, no podía con el pesado sentimiento y miedo de encontrarme con "La perfecta Alice" y Ross caminando de la mano nunca más.
Me iba a ir aquella tarde. Mi abuela había insistido en prepararme unos sándwiches. Habría mencionado muffins, pero... de algún modo sabía lo que aquellos parquecillos tenían detrás. Me di cuenta de que, de hecho, tengo a la mejor abuela del mundo cuando en lugar de eso me preparó solamente dos sándwiches de queso con jamón, y preparó agua de limón para que no tuviera que gastar en los "carísimos" precios del avión. Reí ante la cara que mostró al dar ese adjetivo, y también de como mi abuelo la miraba, como si estuviera loca.
Paulette entró de repente a la cocina, con una enorme sonrisa en el rostro. Ésta se desvaneció apenas me vio y fue sustituida por una mueca de tristeza.
En cierto modo, ver a Pauly con mis abuelos me relajó: ellos no estaban solos. Tenían a mis tíos, y a mi infinidad de primos; nuestra familia era tan grande que apenas los primos cabíamos en casa de mis abuelos, y muy a tientas. Sonreí al recordar las divertidas reuniones familiares y comidas en reuniones. Los primos más pequeños corriendo en el patio, los tíos riendo en la sala. Mi tía Dinn regañando a todos. Los primos mayores "cuidando" a los pequeños (la verdad solo platicábamos y hacíamos como si les pusiéramos atención) ... Lo extrañaría.
— Ven aquí. — Dijo Paulette, abriendo los brazos. Sonreí de oreja a oreja sin despegar los labios, y ella hizo lo mismo.
De hecho, si nos parecíamos... sobre todo al hacer esa sonrisa.
Ambas acortamos la distancia entre nosotras, y nos abrazamos con fuerza.
— Te extrañaré. Deberías venir en verano todos los años, es divertido. — <<no creo que ahora sea una buena idea>> pensé, con la intriga de lo que el futuro depararía. ¿Regresaría alguna vez a Italia con la misma confianza con que lo hice aquel año? Suspiré. Cerré los ojos, y me aferré a los hombros de mi prima. Mi odiosa prima. La amaba mucho.
— Ya veremos. Primero quiero ver si sobrevivo a la universidad.
— Eres excelente, Laura. Me sentiré muy honrada de <<tener>> que viajar a Boston para ver cómo te gradúas con honores en unos cuantos años más. — Solté una carcajada, y con síguelo nos separamos del abrazo. Tomó ambas de mis manos, y me miró con una sonrisa que reflejaba en sus ojos un brillo especial, como una lagrima que se quedaba estancada y se convertía en un destello. Carraspeó su garganta, y miró por sobre su hombro a nuestros abuelos. — Me la robaré unas horas. — Alzó las cejas, y me miró de ojo antes de volver a nuestro abuelo.
— Se las devuelvo en la noche. — Volvió hacia mí, y yo la miré frunciendo el ceño. — Vamos, te tengo una sorpresa.
Mi abuela rio a carcajada por mi expresión, y mi abuelo me lanzó un beso al aire. Lo recibí y le mandé otro, antes de que Pauly halara de mi brazo, saliendo de la cocina.
Caminó decidida hacia el exterior conmigo por detrás sosteniéndome de su brazo. Abrió la puerta con solo empujarla, y una vez que yo salí también al porche la cerró con decisión.
— ¿A dónde vamos? — Me aventuré a preguntar, recibiendo como contestación una sonrisa de oreja a oreja que mostraba sus perfectos dientes blancos.
— Ya lo verás. — Me dijo antes de volver a tomarme del brazo y llevarme hasta salir del patio de la casa.
Caminamos calle abajo, y noté que íbamos a la playa. No se molestó ni en quitarse los zapatos; se le veía emocionada y feliz, y me frustraba no saber el por qué.
La arena se metía en mis flats, y deseé por dos segundos que me hubiera dado el tiempo para quitarme los zapatos cuando aún estábamos en el cemento.
— ¡Ven! ¡Corre!
Pauly me soltó, y se echó a correr por toda la playa.
— ¡Paulette! ¡¿Qué estás haciendo?!
— ¡Tu solo sígueme! — Gritó virando levemente la cabeza para que el viento en su rostro no opacara sus gritos. Rodeé los ojos, y antes de echarme a correr detrás de ella elevé mis piernas hacia atrás, para sacarme los zapatos. Tomé el par de flats con fuerza, y me eché a correr detrás de ella.
La brisa marina chocaba con mi rostro, y mi cabello volaba con ésta misma de un modo casi violento. Pauly me había tomado grande ventaja, así que lo último que vi de ella fue como llegaba hasta las rocas, y seguía de largo rodeándolas, pasando el lugar donde la playa se bordeaba.
Sabía que después de <<mis rocas>>, había que rodear otro pequeño monte de roca y grafito, donde llegaba el punto en que solo era mar, y después de eso empezaba una pequeña sección de arena apartada, donde solamente había una pequeña isla de arena y roca en forma de "u" muy grande. No me gustaba mucho llegar a ese extremo, ya que para entrar tenías que mojarte al menos hasta la rodilla, pero Pauly entró sin problemas.
Aceleré mi paso veloz, y me encontré llegando al borde unos 8 segundos después de ella. Me detuve. Me quedé al borde de la arena, mirando como las olas atacaban levemente mis pies, y después, mirando hacia el cielo azul que nos cubría aquel día, me adentré al agua. Era eso, o ir saltando las resbaladizas e inestables rocas. Prefería llegar mojada, a llegar con algo roto.
Cuando el agua llegó a mis rodillas era donde bordeaba. Apenas lo hice, y vi el otro extremo, sentí que algo muy pesado y de metal caía a mi estómago.
— ¡Sorpresa! — gritaron todos al unísono.
Una ola salada chocó con mi costado, mojándome al menos hasta el hombro, pero no me importó.
Me sentí la chica más afortunada en aquel momento.
Aquella pequeña "isla" bordeada por el monte de piedra (parecía algo así como un espacio privado, reservado y lejos del resto del mundo) estaba llena de jóvenes locos a los que en ese momento supe que podía llamar, mis amigos. Todos llevaban un globo en las manos con caras pintadas, y enganchada de las rocas, había una gran manta blanca que con letras de colores decía "Buon Viaggio. Vi vogliamo Bene". Lo primero sabía que significaba "Buen Viaje" gracias a que toda mi vida viajé hacia Italia, y eso siempre te lo decían en el aeropuerto cuando regresábamos a los Estados Unidos. Lo segundo sabía que significaba "Te Queremos" por... pues, cosas de la vida supongo.
Llevé mis manos hasta mi rostro, solo para intentar tapar mi rostro de sorpresa.
— ¡Ven aquí! — Frank gritó, y salió corriendo a mi encuentro. Todo el resto pareció estar sincronizado con él, y sin pensarlo dos veces todos corrieron de vuelta al agua junto a mí.
Frank llegó abrazándome con fuerza, y elevándome en el aire para darme un par de vueltas. Vi a Diego y Ursulla detrás; Diego golpeteó su costado, y éste me bajó. Todos me abrazaron —al mismo tiempo— y todos fuimos atacados por una ola que soltó la carcajada de Lucy, Guilly y Omar. Helena chilló, colgándose prácticamente de la espalda de Leo, el cual también estaba ahí. Vi el pelo despeinado de Isabella, y después de eso solamente me quedaba una inmensa felicidad. Todos estaban ahí, sin excepciones. Bueno... solo una: Ross no estaba. Tampoco esperaba que hubiera estado.
...
Omar llegó con su caja pequeña de terciopelo negro, y yo le sonreí en agradecimiento. Si volvía a decir <<todo esto es demasiado, no debieron hacerlo>> posiblemente me iban a golpear entre todos para que me callara. Lucy ya me había dado un gran zape en el cráneo cuando abrí la caja de su brazalete, y me dijo que después de haber cruzado esa línea no se molestaría en pegarme de nuevo.
Reí, me mordí los labios para no decir nada, y tomé la caja sin chistar.
— Mi regalo y el de Lucy están relacionados. — Sonrió Omar, mientras dejaba la caja en mi mano. — Nos pusimos de acuerdo — Prosiguió mirando sobre su hombro a la pequeña castaña, que sonreía con una felicidad que ni siquiera le cabía en el pecho. Sonreí; sabía la razón.
Después de haber insistido casi hasta en sueños, sus padres le habían dado la autorización y bendición para que se fuera a estudiar conmigo a Boston. Me dio la noticia aquella tarde, frente a todos los demás. Eso les dio a ellos un momento de tristeza... conocían a Lucy desde pequeños, y ella se iba a ir. Helena y Sarah soltaron ciertas lágrimas, Frank la besó sin censura frente a todos, dejándonos atónitos. A ella también.
Abrí con delicadeza la caja aterciopelada, solo para descubrir 5 hermosos dijes de oro que estaban acomodados a todo lo ancho de la caja. Levanté la vista hacia el casi como reflejo, y totalmente maravillada la bajé de nuevo hacia el relajo.
Los dijes eran simplemente perfectos: Había el dije de un pequeño libro abierto a la mitad; otro representaba la ola con la espuma por la parte posterior, recordándome al mar. El tercer dije era simple: una bandera dividida en tres, totalmente dorada, pero representando la bandera italiana. Un dije con una N, y otro con un "I love Italy".
— ¿N? — Alcé la ceja, y miré por el costado del brazo de mi primo a Lucy.
— Nove. — Contestó ella sonriente. Volví la vista hacia la caja, para después cerrarla con delicadeza y envolver el cuello de mi primo con mis brazos. El me correspondió el abrazo y me dio un suave beso en mi cien.
— Te quiero Lau, espero que vuelvas. Navidad es en unos cuantos meses. — Solté una risita, y separándome del abrazo me alcé de brazos.
— No tengo ni pista de lo que viene, Omar. Solo sé que quiero disfrutarlo.
— ¡Sí! ¡¿Y te tenías que llevar a Lucy contigo para eso?! — Gritó Frank sentándose en una de las sillas que ellos previamente habían llevado.
Todos rieron ante ese comentario; él también lo hizo, aunque se veía triste. ¡Yo no la llevaba! Yo le había ofrecido mi departamento como suyo, y ella aceptó la propuesta.
Frank miró Lucy a la distancia, y su mirada se conectó por unos cuantos segundos. Ella fue la primera en apartarla, mientras que él con el semblante bajo y la vista alta volvía sus ojos hacia el feroz mar que estaba frente a nosotros.
Ya había terminado de ver todos los regalos —Libros, un brazalete de oro, los dijes del brazalete, estuche de plumas profesionales, por mencionar algunos—. Después de los regalos, todos nos sentamos a comer.
Lo bueno de aquella área de 50x70, es que aun así había palmeras. Nos acostamos debajo de ellas —también pusimos las sillas a su sombra— y simplemente disfrutábamos el momento.
Iba a extrañarlos, a todos.
Había estado tan ocupada pensando en cuanto me iba a matar extrañar a Ross, que fui una malagradecida que no pensó en los asombrosos amigos que tenía allí. Ese verano había sido tan fructífero que casi no me creía el hecho de que en Boston todo iba a volver a la normalidad: Yo no tenía amigos haya. Tampoco me había enamorado ahí... dejaría el asunto del romanticismo en Italia.
De algún modo, eso era reconfortante.
Ver el rostro de todos mientras comías pollo rostizado me hizo pensar. Intenté memorizarlos: El pelo rojo de Sarah, como caía en su hombro; Los grandes ojos negros de Omar, el pelo casi rubio de Diego, y como él y Ursulla parecen estar hechos el uno para el otro. Así mismo, siempre recordaría el pelo negro como la noche de Ursulla, y la gran sonrisa con labios delgados de Helena. De Guilly, ese humor que tanto lo caracterizaba, y de Frank sin duda su altura descabellada y su gusto por pantalones feos. Sus hoyuelos también.
Me crucé de brazos; podía observarlos por horas.
Mientras los observaba, noté como la mirada de Sarah se contraía, y como Frank se enderezó en su silla de repente, los dos viendo hacia la entrada por el agua de aquel islote.
Supe que algo no estaba bien.
Sin tener idea de lo que me encontraría giré de mi cintura hacia arriba para ver lo que los ojos de ese par observaban con tan atención. Mi corazón dio un vuelco sin intención cuando vi el pelo de Ross brillar mientras que salía del agua empapado de las rodillas para arriba.
Se hizo el silencio, un silencio pesado e incómodo. Tragué gordo, pero no pude dejar de mirarlo. El me miró, y por una fracción de segundo pensé que me había sonreído. Pero no pude comprobarlo, ya que cuando el pisó la arena yo giré estrepitosamente, intentando contener a mis malditos sentimientos que saltaban de un lado a otro.
— Emmm.... — Omar miró por debajo a Pauly, la cual sentía la tensión. Todos lo hicieron. — Mis abuelos quieren pasar el día contigo Lau, tal vez debamos ir empezando a guardar todo.
Lo miré despacio, y asentí. Como si aquel movimiento fuera una marca de guerra, todos saltaron prácticamente de sus sillas y comenzaron a moverse incomodos, buscando algo que hacer.
Tenían todo previsto: Habían llevado cajas de plástico grandes para guardar aquello importante que no se podía mojar —como mis regalos o la comida— para pasarlas sobre sus cabezas o algo así, y así evitar que algo les pasara.
Descubrí a Lucy mirando a Ross con rostro asesino. Después de eso, se volteó y empezó a doblar su silla para poder llevársela al otro extremo de la playa.
Entonces, lo entendí: Eso no tenía por qué acabar así, de mal modo. ¿Por qué no terminar todo en buenos términos?
Ross no tenía la culpa, pero lo había estado tratando como si sí la tuviera. Nadie tenía la culpa de nada: era la misma vida que no nos podía poner en un mismo camino. Pero yo había visto a Ross como el malo de la historia, y aparentemente, lo había dejado así ante los ojos de todos.
Me sentí la mierda más grande por dos segundos.
Me puse de pie, y caminé directo hacia donde estaba la manta que mis amigos habían tenido la atención de hacerme, dándole la espalda. ¿Qué le iba a decir? ¿Cómo pedirle perdón? Eso era feo, porque no había tenido la ocurrencia de disculparme con él hacía apenas 4 segundos antes, así que no tenía ni idea de lo que le iba a decir.
Pasé mi mano sobre la áspera manta; los colores hacían que la manta se sintiera dura, y en los espacios en blanco ellos habían tenido la ocurrencia de firmar. Todos habían puesto con plumón negro una bonita dedicatoria hacia mí; verlo me hacía sonreír.
Por primera vez me sentía parte de algo de verdad... tenía ya otra familia, tal vez no de sangre, pero si de alma.
— ¿Lau?
Su voz tenía ese extraño efecto de congelar mis sentidos por dos segundos.
Me enderecé, y delicadamente di media vuelta, para encararlo. Sus ojos temblaban, y tragó gordo lleno de nervios.
— ¿Sí?
— ¿Cómo estás? — Preguntó igual de intranquilo.
— Mejor. — Dije, por primera vez en semanas totalmente segura de mis sentimientos. El me miró con intriga, y yo suspiré. Dejé caer mis ojos, y miré a la arena. No era buena con las disculpas. — Ross, necesito decir...
— Perdón. — Dijimos los dos al mismo tiempo, interrumpiéndonos mutuamente.
Ambos elevando la vista y nos miramos con asombro, para después soltar una pequeña risita al mismo tiempo.
— Yo... — otra vez hablamos al mismo instante. Sacudí la cabeza y bajé la mirada.
— Tu primero.
— No, habla Lynch. — Alcé una ceja, y elevé mi vista para verlo. Sonrió, pero se volvió a poner serio sin pensar. Yo lo miré con detenimiento, pero el miró a cualquier cosa que no fuera yo.
— Lo siento. Siento no haber sido lo suficientemente bueno para ti. — Admitió al final, y se alzó de hombros. — Espero que te vaya bien en Boston, y que encuentres a aquel que realmente se merece enamorarte. — Sacudió su pelo con su mano, y me miró con tristeza en los ojos. Sentí unas tremendas ganas de engancharme a su cuello por última vez, pero si lo hacía todo eso terminaría siendo más complicado. — Te toca. — Dijo al final, haciendo sonar aquellas palabras más como una pregunta que una afirmación.
Me quedé callada, posiblemente unos 20 segundos enteros. Tenía que encontrar el modo... para mí no era fácil disculparme, casi nunca lo hacía. Eso iba a ser difícil.
— Siento haberte culpado de todo, Ross. — Aparté la mirada; no iba a poder soportarlo. — Te traté como mierda, pensé que eras una mierda de persona. Pero de hecho no fue tu culpa. — Elevé mi vista sobre mis pestañas. — Es solo que, no somos hechos para estar juntos. Creo que la vida nos dio la señal con el simple hecho de haber nacido en continentes diferentes, con un mar de por medio. Siento haberte culpado de estar con Alice, cuando lo único que haces es seguir adelante con tu vida. Yo también haré lo mismo.
No dije nada más, mi voz se quebró. Ross se mantuvo callado, y yo temerosa no me atreví a verlo. Cuando elevé mi vista, de repente lo tenía a dos centímetros de mí. Su pecho estaba en mi nariz, y él solamente, sin decir una palabra, me tomó en sus brazos y me abrazó con fuerza. Hundí mi rostro en su cuello, aspirando su perfume. Él me tomó de la cintura, abrazándome como si nunca me quisiera dejar ir.
— Lo siento. — Susurré, y lo abracé fuertemente por el cuello.
Mis pies no tocaban el piso cuando él dijo: — Yo también, siento que tenga que terminar así. — Besó mi cien sin preocupación, y después susurró. — ¿Esto significa que quedamos como amigos?
— Lo prefiero así, a quedarme con la sensación de culpa toda la vida. — Contesté. — Sí.
— Te quiero Lau. Realmente espero que seas feliz. — Susurró otra vez. — Gracias por haberme ayudado tanto. Gracias a ti me superé, y superé mi pasado. Bueno... gran parte de él. — Aunque no lo viera en la cara, sabía que había sonreído. No pude evitar no hacerlo también. — Me abrí ante ti como jamás me había abierto a otra persona; me conoces mejor que la mitad de mi familia, que mis hermanos, mi madre... Te quiero por eso. — Tomó una fuerte bocanada de aire, antes de soltarme de sus brazos.
Volví a la arena, pero mi mano se quedó inconscientemente en su brazo. La aparté apenas me di cuenta, y él sonrió.
— ¿Amigos entonces?
— Amigos. — Dije, sintiendo como cerraba un ciclo.
Si... aun lo quería. Aún lo amaba, y lo haría por mucho, mucho tiempo. Pero sabía que, haber hecho eso iba a ayudarme en el proceso de olvidar, perdonar y seguir. Tenía que hacerlo; no podía dejar a mi cabeza y mi corazón en Italia cuando tenía que estar enfocada en el otro lado del mundo.
Noté de reojo como Guilly se acercaba, y tiraba de la manta que se encontraba ya sobrepuesta a unas rocas secas que se encontraban al borde del monte alto.
— ¡Hey! ¡Guilly! — Ross lo detuvo, y se aproximó a él. — Falto yo de firmar. — Aseguró. Yo me quedé debajo de la palmera, viendo como él le decía algo a Guillermo. Éste último sacaba un plumón permanente negro de su bolsillo de sus pantalones a la rodilla, y Ross se inclinaba sobre la roca, escribiendo en la orilla izquierda de la manta.
Fue bastante rápido.
Después de eso, le entregó el plumón a Guilly. Helena le gritó para que fuera a ayudar con algo más, y él dejó la manta en las mismas rocas.
Ross se aproximó hacia mí, a paso ligero.
Y ese era el adiós.
Ross sin decir una palabra me abrazó con fuerza otra vez, y yo volví a sentirme en la luna. Besó mi mejilla, mi cien, y susurró otra vez a mi oído:
— Te quiero, gracias.
— Te quiero más.
— Que tengas un buen viaje. Me saludas a Boston.
Después de eso, me soltó. Vi cómo se alejaba de aquel islote, mojándose hasta las rodillas otra vez.
Su pelo rubio destellar con los rayos del sol, fue lo último que vi de él.
Me encontraba sola en la playa. Miré hacia todos lados, y supuse que todos estaban del otro lado, guardando las cosas. Quedaban solamente una silla, dos mesas, la hielera de ruedas, y la manta, la cual reposaba plácidamente en las rocas.
La manta.
Curiosa, caminé hacia ella enterrando mis dedos en la arena. ¿Por qué se sentía como si estuviera viendo algo privado? ¡Era mi manta! Él había escrito ese mensaje justamente para que yo lo viera, y lo llevara conmigo a Boston como recuerdo.
<<Vamos Lau, no seas ridícula>>.
Tomé el extremo de la manta —la punta alta izquierda— donde había visto que Ross había firmado, y la observé, intentando calmar mis manos de temblar.
Con plumón negro y letra feo, el mensaje decía:
"Eres simplemente tan perfecta, y tan inolvidable. Estaré enamorado de tu recuerdo, siempre. Por qué en tus ojos encontré el brillo que falta en mi alma, y tus manos me dieron la pieza que la vida de mala manera me había arrebatado.
Te quiero, Lau. Por una ardilla mordiendo una cuchara".
Y así, esa misma tarde, cuando el reloj marcó las 6, subí al previsto tren, al previsto asiento, en la prevista estación. Dije adiós a mis abuelos y a mis primos mientras que el tren rugía con fiereza y se ponía la marcha.
Los vi mientras me alejaba y me perdía en el camino de regreso a casa.
Llegué a Fonseca, para poder tomar mi avión.
Y desperté con los rayos de luz de Boston entrando por mi ventana.
Aquel verano había, oficialmente, terminado.#BGFY
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A Writer Without Love
Teen FictionElla, una chica llamada Laura con 19 años, busca entrar a la universidad con una beca estudiantil para literatura, y se encuentra con un pequeño concurso de la misma institución que puede hacer que la cantidad de su beca Aumente. Sin nada que perder...