Capítulo 62

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  Los siguientes días después de mi platica con Ronny se pasaron simplemente volando. Todo parecía estar volviendo a la normalidad: Dieron de alta a mi abuelo, y todos parecíamos estar bastante felices y relajados. Cada día se hizo más difícil disimular mi relación con Ross, por lo que después de una semana simplemente no me interesó hacerlo; simplemente hacía lo que quería, y no me detenía si Ross quería tomar mi mano frente a todos en la mesa. Aunque claro, creo que cualquier rumor se dispersó para afirmarse el día en que Ross, sin escrúpulos, me besó frente a todos. Me puse roja como un tomate, aunque mi felicidad era basta y suficiente como para que no me importara que los grandes ojos de Isabella me miraran asombrada, ni siquiera que la boca de Paulette se hubiera abierto formando una gran "O" llena de sorpresa.

Así es como pasaron otras dos semanas.
Y mientras tanto, cuando llegaba la noche, yo moría de miedo regresando a la versión del amor de verano. ¿Qué pasaba si era verdad? Huía de esos pensamientos durante el día, cuando me perdía en los profundos ojos cafés de Ross, pero en la obscuridad de mi habitación ese pensamiento me hostigaba con frecuencia, provocando así que no pudiera ni siquiera cerrar los ojos. Me daba miedo la idea de entrar demasiado, y al final no quedarme con nada, quedarme vacía, y regresar a América sintiéndome una mierda con pies. Todas las noches llegaba a la conclusión de que disfrutaría todos los días que me quedaran junto a Ross, sin entrar más que besos y caricias, pero ¡No era posible! Ross estaba dándome mucho de sí, ¡Muchísimo! Lo único que quería era entregarle lo mismo. Así que, eso hacía que cada atardecer, y cada que cerraba la puerta de mi habitación detrás de mí fuera sinónimo a dolor y aniquilamiento mental. Me aniquilaba el pensamiento de Ross y yo separados a miles y miles de kilómetros de distancia, ¡Todo un mar! ¡Un maldito mar!
¿Por qué las personas que más quieren están lejos? En mi caso así era. Y no era una sensación agradable.

— Buenos días, principessa.
Mi abuela revolvía una mezcla de procedencia dudosa en un gran platón. Habló mirándome de reojo, para después volver a lo suyo en aquel plato. Yo sonreí, y me agaché de hombros.
— Buenos días, Nina.
Me senté en una de las sillas de la mesa central de la cocina, recargando mis hombros, y colocando mi rostro sobre ambas manos elevadas. Aunque mi abuelita estuviera volteada hacia la estufa, noté como sonreía. Tenía unas enormes razones para sonreír como, por ejemplo, la salud de mi abuelo; todo eso estaba yendo de maravilla.
Cada día se le veía más y más fuerte, y hasta había insistido en que quería ir a la florería. En cambio, Yo, Omar, Ross y mis tíos nos turnábamos para poder ir y ayudar un poco. Algunos días íbamos los 3 antes mencionados, y nos quedábamos hasta tarde para después ir a tomar una copa a un bar que se encontraba calle abajo. Era tan agradable la idea de que mi familia aceptara a Ross como uno más de nosotros que me resultaba demasiado cómodo.
— ¿Quieres desayunar aquí o irás a desayunar con Ross? —... ya sabía a donde quería llegar.
Mi abuela jamás te preguntará nada directamente, en lugar de eso hará que levemente le vayas revelando información de lo que quiere saber de modo discreto. Así que, conociéndola, quería hablar de Ross y yo.
— Desayunaré aquí, Ross no irá a la florería hoy. — Mi abuela giró y me miró sobre su hombro. — Irá con mi tío Lorenzo a ver el terreno, otra vez. — dije desganada, mirando directamente a la mesa de madera.
— Oh, Laura... ¡Que hermosa eres! — Con el ceño entre fruncido la miré, dudosa y extrañada. — Me encanta ver como haz cambiado este verano. Te vez más fresca, renovada, ¡Feliz! Hace años que no te veía tan... luminosa.
Luminosa. Esa palabra podría funcionar, sin duda. Me iluminaba la idea de Ross abrazándome, Ross besándome, Ross a mi lado, todo el día, todos los días. Al menos hasta que el plazo se cumpliera.
— Abuela, no te precipites. Llevamos solamente como dos semanas, tres... creo que han sido tres.
— No finjas, llevas bien la cuenta. — Me regaño. Yo solté una carcajada echando mi cabeza hacia atrás, y mordí mi labio ladeando la cabeza. Mi abuela sonrió, y volvió a ver hacia su mezcla espesa y clara. — Siempre supe que, de algún modo, Ross y tú tendrían algo... — Suspiró con simplicidad. — Es como cuando tu hermana y yo fuimos de compras a Conelly días después de que tú y él se fueron a Londres; ella tomó una blusa, y en cuanto la vio supo que quedaría bien con un pantalón blanco que ella tiene aquí. Sin ver que combinaban, lo hacían... — me miró otra vez y sonrió de oreja a oreja. — Hay muchas razones por las que ustedes dos hacen una buena pareja. Me alegra que por fin sientas en carne propia al amor, Laura.
Suspiré, encontrándome bastante nerviosa después de las palabras de mi abuela. ¡Eso era verdad! ¡Todo! El problema era el tiempo. El tiempo nos estaba matando, y deshaciendo día tras día, cada vez más. No podía dejar de pensar en eso... Mierda.

...

— ¡Vamos a Fonseca! — gritó Frank, abrazando a Lucy por la cintura. Ella se sonrojó un poco, y justo después en la soltó. Fue casi como si se hubiera olvidado de que estábamos todos los demás ahí, pero ya no engañaban a nadie: Algo había estado pasando entre ellos dos, era más que obvio. <<Tengo que hablar seriamente con Lucille...>> pensé mientras me mordía el labio.
— ¿Cuándo? — preguntó Guilly, llegando al frente de la casa de Helena con una cerveza en mano. La chica lo seguía con otras dos cervezas, y le pasó una de ellas a Diego. Ursulla le pidió un sorbo, y éste último le dio la lata.
— No sé, pero tiene que ser pronto, al menos antes de que Ursulla se vaya a Grecia con su abuela. — Miré de reojo a la pareja de Diego, y éste último la estaba besando en los labios. Volví la vista a Frank, el cual adquirió de la nada una sonrisa sombría y nueva. — ¿Qué es lo más loco que han hecho? — Sonreí, y me mordí el labio. Esas preguntas me traían un montón de recuerdos de hacía apenas unas tres semanas... parecía más tiempo. Parecía hace una eternidad el momento de la boda de Rydel, y nuestra experiencia juntos en Londres. Casi surreal.
— ¿Que planeas, Frank? — Ronny se cruzó de brazos, y se recargó contra Omar, el cual lo miraba con el ceño fruncido.
— Que pasaría si... ¿Nos escapamos?
Un montón de murmuras se escucharon después de eso; todos nos quedamos impacientes. Algunos comentarios —como los míos— eran negativos, otros aseguraban que sería emocionante y a otros se les veía en una encrucijada gracias a esa propuesta. Ross aulló, emocionado por la idea, y yo me sentí mierda.
Él y yo éramos un mar de diferencia. Un mar tan grande como el que nos separaría una vez que volviera a Boston.
— ¡Tranquilos! ¡Tranquilos! — Pauly se aferró del brazo de Sarah, y se mordió el labio. — Este loco, Frank.
— ¡¿Por qué?! — echó sus brazos a volar. — Somos mayores, ya no tenemos hora de llegada. Podríamos ir ahorita mismos.
— ¡Dicen que el amanecer en Conelly es hermoso! — gritó Ursulla, abrazada de Diego. — ¡Vamos!
Más murmuras. ¿Qué me detenía? <<el miedo de causarle preocupación a mis abuelos, el hecho de la carretera en madrugada...>> pero, por alguna razón, aquellas cosas eran simplemente insignificantes estando en brazos de Ross. Fui débil, muy débil.
— Cuando tengan 80 años y les cuenten esta historia a sus nietos, ¿Que quieren decir? ¿Que se subieron a la primera Volkswagen que encontraron, o que fueron aburridos y se fueron a casa a dormir a las 8:45 de la noche?

Y ese reto, fue algo que nadie aguantó.

...

Nos divinos todos entre la camioneta de Diego, la de Frank, y la de Lucy. Con Diego iban Ursulla —obviamente—, Helena y Guilly; Con Frank estaban Ronny, Sarah y Paulette, y con Lucy nos íbamos Ross, Omar y yo.
Fue posiblemente, lo más emocionante que había vivido nunca antes.
Eran las únicas tres camionetas en la carretera, y era divertido lanzar luces y gritar en la obscuridad de la nada de una camioneta a otra.
Mientras tanto, en nuestra camioneta, los 4 íbamos a las risas. Lucy era todo un caso, graciosa hasta que la panza te dolía de un modo en que vagamente sabías donde estabas o lo que tenías que hacer.
El viaje a Conelly se pasó rápido entre besos y risas. Lucy no dejaba de burlarse de Ross, y él le contestaba mientras no me estaba besando.
Eso se sentía realmente bien.
Tomando mis precauciones, decidí llamar a mi abuela. Le expliqué la situación, y lo único que ella dijo antes de irse a dormir fue un "Que se diviertan, y cuídate". Sabía muy bien que ese "cuídate" tenía un doble sentido, pero no le tomé importancia después de todo.
Así fue como llegamos a la playa de Conelly, a eso de las 12 de la madrugada. Todos corrimos hacia el mar oscuro, y simplemente comenzamos a jugar como niños pequeños que iban por primera vez al agua. Diego tiraba a Ursulla al agua en chapuzón una y otra vez, Lucy y Frank tuvieron una larga sesión de besos —excusándose con las 4 botellas de cerveza que se habían tomado—, y Ross no podía sacarme las manos de encima. El resto de nosotros estaba en la arena. O en el agua. O en cualquier lugar. Éramos libres, y queríamos pasar aquella noche como la mejor noche de nuestras vidas.

...

La primera vez que volví a ver el reloj, eran las 4:35 a.m. Me sentía tan cansada; mi ropa mojada pesaba, y se me cerraban los ojos. Ross me pasó una cerveza más desde la hielera que Frank se había encargado de llenar en una de las tiendas de abarrotes en la carretera de salida de Nove, y yo tomé un gran sorbo, dejándome caer en su pecho.
Para esa hora, ya nadie estaba en el agua. Todo estaba oscuro, y solamente iluminaban las playas unos cuantos faroles al borde de la arena, en la carretera, y la fogata que Guilly y Omar habían hecho. Los 12 medio borrachos y yo nos encontrábamos tirados en la arena, todos empapados, sintiendo la fresca brisa caer sobre nosotros. Quizás terminaríamos enfermos, pero esos por menores no parecían relevantes en esos momentos en que las estrellas brillaban de un modo alucinante, y en que la Luna estaba bien puesta sobre el cielo, iluminando nuestros cuerpos de un modo tan intenso que por poco no se necesitaba la fogata.
— Te quiero, Lau. — Susurró Ross, para después besar mis labios.
Pero, como siempre, la noche se vengaba de mí. Y parecía que no importaba el hecho de tener a Ross detrás de mí, dolía. Dolía el hecho de saber que todo se acabaría en unas cuantas semanas más. Dolía saber que estaba siendo alimentada de un espejismo, una ilusión que tenía fecha de vencimiento. No había nada peor que eso.
— Ross, ¿Ves el mar? ¿Qué grande es? — Se quedó en silencio por tiempo que me pareció interminable, y después el besó mi cien.
— Si, lo veo.
Tragué gordo.
— ¿Ves lo grande que será cuando nos separe?
Y él supo de lo que estaba hablando. Contuvo su respiración en un hilo de pecho inflado, y tragó saliva, nervioso. Yo respiraba entrecortadamente, y sentía como mi corazón latía con nerviosismo.
— Veo que mi amor es grande también. Veo como soy terco y aferrado, y veo como no podría dejar que te fueras tan fácil. Te necesito, Lau. Y tú necesitas de mí, aunque jamás lo admitas y nunca me lo vayas a decir. — Elevé mi vista, y creé una conexión de ojos a ojos. — No importa que no lo hagas, yo lo sé. Lo sé porque sé que al final, tú también me amas.
— No será fácil, Ross.
— Nadie dijo que lo sería.
Bajé mi mirada, y sentí como las lágrimas querían desbordar mis ojos. Vi nuestras manos juntas, nuestros dedos entrelazados, y me di cuenta de que el error ya estaba hecho. Ya me había enamorado de Ross de un modo que no sería tan fácil de olvidar. Enamorarme de él sería el error más placentero de la historia, un error que me dejaría tantas tristezas como felicidades... y sentí miedo otra vez.
— Ross, yo...
— ¿Que sucede Lau? ¿Por qué piensas en eso exactamente esta noche? — Me separé de sus brazos, y me senté frente a él, mirándolo. Hablábamos en susurros puros, ya que la mayoría estaban dormidos, o si no se encontraban dormitando o hablando del mismo modo en que Ross y yo lo hacíamos.
— Lo hago todas, y cada una de las noches, Ross. — Admití, y noté que quizás ese fue un error. La mirada de Ross se obscureció totalmente.
— ¿Y a qué conclusión llegas cuando lo haces? — preguntó, dejando en el ambiente un deje de dolor en sus palabras. Me sentí a morir en ese momento.
— Que enamorarme de ti fue el error más bello que he cometido.
— Algunos errores te llevan a cosas buenas.
— Tú eres el ejemplo perfecto de eso. — Asentí, pero luego miré hacia la obscura arena entre nosotros dos. — Pero el problema es lo que viene después de eso. Lo que viene después de ti. El problema en esto es que, después de que me suba a ese avión de vuelta a casa, todo se acabará. Ya no te tendré junto a mí, y eso... me sobrepasa.
— Pero Laura, si hacemos el esfuerzo... — Lo interrumpí.
— No, no hay esfuerzos. No puedo mantener cerca a las personas con las que convivo; ¿Esperas que pueda mantenerte a ti, cuando un mar y 5 países nos separan? No creo que...
— Lau, por favor, deje de hablar. — Ross me habló severamente, y me tomó de ambas manos. — No quiero que todo esto termine aquí, hoy, en Fonseca. No quiero pensar en el futuro.
— Pero...
— Pero nada. Lo único que quiero hacer esta noche es besarte, besarte con fuerza y soñar que nada de eso pasará. Y no me importará si tengo que ir a Boston cada semana para que veas que yo sigo siendo el mismo, y que yo no he cambiado, lo haré. Así que cállate, y bésame.
Las lágrimas caían sin desdén por mis mejillas, pero no pude evitar no hacer lo que me decía. Así que lo tomé del rostro, y lo besé. Ross atrajo su cuerpo al mío, y me abrazó fuertemente por la cintura juntando nuestras anatomías.
Pero de algún modo, no sé por qué, sentía como si aquella noche fuera la última que pasábamos realmente juntos.
Y esa sensación era la peor de todas.

#BGFY

A Writer Without LoveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora