Capítulo 88

574 35 2
                                    

  El sol se había ido. El frío glacial acallaba las calles de Nove, y la cubría toda de melancolía, toda de sentimientos lúgubres y tristes. El susurro de viento, la lluvia que caía de manera esporádica en pequeñas gotas que chocaban contra tu ventana para recordarte que aún hay vida; aún se mueve, el reloj no se ha detenido, y el ciclo continúa.
La casa estaba callada, o al menos así la escuchaba yo, en la lejanía de mi habitación, viendo como las gotas de lluvia chocaban contra mi ventana, recordándome que nada se había detenido como yo pensaba. Todos seguían en movimiento, y nadie se detenía porque yo lo hacía.
Todo seguía vivo, pero se sentía como si todo hubiera muerto el día en que mi abuelo dejó el plano terrenal.
Después de aquél día, nunca pensé que sería de aquellas personas que se rompían con esa facilidad en la que yo lo había hecho. Pero bueno, me había dado más sorpresas a mí misma en aquel último año que...
Estaba sufriendo el fenómeno de "el día siguiente". Era ese momento en que te despertabas, con los ojos hinchados y rojos, con el cuerpo cortado y con la sensación de una gran tristeza. Hay un puente muy estrecho y corto entre el momento en abrir los ojos y estar consiente, cuando piensas que todo fue un sueño, y te sientes extrañada; no sabes por qué exactamente te sientes tan cansada, no sabes exactamente qué es lo que está ocurriendo en tu vida, y los recuerdos de los días anteriores llegaban a tu cabeza como flashes que confundes por sueños.
Y entonces tu corazón se rompe cuando descubres que fue real.

Salí de la habitación casi arrastrando los pies. Mi abuela estaba en casa de mis tíos, mientras que Ronny, Omar y mi tío Edmin nos quedábamos en la casa de mis abuelos, simplemente para prepararnos para el funeral.
Mi primo y mi hermana se encontraban sentados en la sala, en silencio. Lo único que se podía distinguir eran sus sollozos sigilosos: Ronny mantenía el rostro oculto entre las piernas, sosteniéndose el pelo con las manos en el nacimiento de su cabellera desde la frente, y Omar se mantenía con la vista perdida en la mesa de centro, con sus ojos rojos e hinchados, y sus labios carnosos —iguales a los de mi tía Dinn– mordisqueados.
Me detuve en el umbral de la sala, sin captar ninguna atención. Los dos vestidos formalmente de negro, daban la resolución de un muy mal cuadro familiar.
La casa de los Bartolinni se teñía de negro aquél día 21 de Enero, funeral del fundador de la familia, Ulises Bartolinni.
— Lau.
Mi tío Edmin llegó por mi espalda; yo estaba tan absorbida por las voces de mi cabeza, que tuve una reacción tardada ante su llamada. Ronny y Omar giraron para mirarnos, así como yo para encontrarme con mi tío. Me miró, y abrió la boca para hablar, sin embargo, siendo el menor, su ingles era bastante malo, por lo que simplemente asentí ante lo que supuse que diría.
— Es hora de irnos.

...

Mis tíos se habían ocupado del funeral. Lo agradecí; por primera vez, yo no tuve que hacer absolutamente nada aparte de vestirme de negro y asistir al evento. Si quería mantenerme fuerte, tenía que estar fuera del recuerdo de donde estaba; no quería romperme tan fácil otra vez, no quería seguir llorando, por lo que me encontraba en un constante estado de negación.
Viajamos en silencio. Mi tío conducía, y Ronny estaba enfrente con él. Atrás, Omar y yo compartíamos una atmosfera de tristeza y melancolía: ninguno hablaba, y apenas se escuchaban nuestras respiraciones.
Por un instante, pensé que había parado de recibir oxígeno.
Cuando estábamos a tan solo unas cuadras de la iglesia, comenzaron a aparecer gente de negro caminando por las aceras. Recargando mi frente en el vidrio trasero del auto, veía con tristeza a las personas caminando hacia la misa en nombre de mi abuelo. Su noble corazón y su gran, gran sonrisa habían dejado una imborrable marca en muchos de los habitantes del pequeño pueblo que era Nove.

Llegamos al frente de la iglesia. Un mar de negro se adentraba por las grandes puertas dobles de madera abiertas, cuando se detenían a saludar y dar su pésame a mi abuela, a unos metros de la entrada. Un abrazo, unas breves palabras, y todos seguían su camino para sentarse en las bancas.
Me encontraba mirando desde la ventana de la camioneta hacia donde todo estaba ocurriendo. La tristeza y melancolía volvían, y me nublaban la vista transformándose en suaves lágrimas que parecían ser parte ya de esencial de mis ojos. Mis párpados comenzaron a arder otra vez, efecto de toda el agua que se filtró hacia el exterior en ese tiempo, y cerré los ojos con fuerza, evitando que volvieran a lagrimear, antes de bajar de la camioneta.

A Writer Without LoveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora