Tocar tierras inglesas no había sido tan fácil como lo había imaginado.
Me colgué la maleta al hombro, y lancé un gran suspiro mientras que a mis espaldas Lucy parloteaba como periquillo hablador. Prácticamente estaba brincando de la emoción en el asiento de la ventana cuando, al asomarse, se encontró con el gran Big Ben dándole la bienvenida al viejo mundo. Yo, en cambio, no me encontraba tan... entusiasmada, con mi regreso.
El aeropuerto lucía exactamente igual a como lo había visto la última vez que había estado ahí, cuando salí corriendo a Italia tras la llamada desesperada de mi hermana, diciendo que mi abuelo estaba más grave de lo que se le había imaginado; la única diferencia había sido el andén que había tomado.
Los grandes ventanales a lo alto del lugar que rodeaban el perímetro dejaban ver un cielo gris, pero sin nada de lluvia. La gente caminaba apresurada y sin cortesías por los pasillos, comía en McDonald's, compraba un frappé o simplemente prefería optar por unas papas fritas para un viaje ligero y sin probabilidad de mareos —cosa que yo hacía con bastante frecuencia cuando viajaba—.
Cruzamos los pasillos con losas tan radiantes que prácticamente veías tu reflejo en ellas. Los barandales de vidrio le daban un aire de sofisticación al lugar, y el olor que se <<sentía>> en el ambiente era el típico de nuevo, exuberante y emocionante por la idea de conocer una nueva ciudad. O en mi caso, de regresar.
— Muero de hambre —declaró Lucy apenas salimos al exterior del gran aeropuerto.
El sonido de los claxon de los taxis que se estacionaban en la acera curvada, el aire que soplaba fuertemente, el frío que me congelaba hasta los huesos, todo eso de algún modo me reconfortaba.
Al mirar a toda la gente caminando con sus maletas al hombro y su sonrisa de esperanza me di cuenta de que, en verdad, el verano había terminado. El frío que se colaba entre mi abrigo de felpa en el interior me hizo darme cuenta de que, por mucho que esa ciudad hubiera sido mágica en su momento, el calor y la maravillosita de aquella época habían terminado; ya no era <<Mi verano>>. Era invierno, un frío invierno que me daba la posibilidad de congelar mis recuerdos por unos segundos para poder aprovechar y disfrutar con mi mejor amiga.
El viento elevó mi cabello antes de que Lucy se abrazara a su misma con fuerza y comenzara a temblar a medias en su lugar. Me miró con sus grandes ojos verdes abiertos como par de naranjas y observó a nuestro alrededor.
Mi Londres se había ido.
— Tomemos un taxi y vámonos ya; me congelo hasta la médula.
— Apuesto a que ni siquiera sabes dónde está eso. — Lucy soltó una carcajada mientras que se acercaba a un taxi negro y abría la puerta.
...
— ¡El London Eye! —gritó Lucy emocionada mientras que sostenía la cortina para aclarar la vista de la ventana. —Esto es un sueño. —suspiró con ilusión, y yo sonreí.
— ¡Feliz cumpleaños!
Lucy giró sobre sus tacones, y me miró con una sonrisa cerrada marcada en los labios. Ladeé la cabeza y observé lo feliz que se encontraba. Su felicidad de algún modo compensaba mi inseguridad. ¡¿Cómo había sido tan tonta?! Jamás me podría haber llegado a encontrar a Ross en una ciudad tan grande como lo era Londres; ni siquiera estaba segura de que realmente estuviera ni en el continente; podría estar en cualquier parte del mundo, como Asia, Oceanía o si tenía la oportunidad Groenlandia.
Con Ross las posibilidades siempre eran infinitas.
La lluvia comenzó a caer, chocando contra las ventanas. Lucy giró para observar como las gotas de lluvia comenzaban a atacar toda la ciudad de Londres, y yo suspiré.
— ¿Tienes hambre? A mi pesar, conozco un buen bar por aquí. Tengo ganas de una cerveza.
— ¿Qué estamos esperando?
...
The Lucky One's bar estaba casi vacío cuando Lucy y yo entramos a ese oscuro lugar. Parecía parte de la escena; había pocas luces empotradas a la pared encendidas, afiches del Manchester United en las paredes, banderines y una televisión plasma empotrada en la pared principal. Gracias al cielo parecía que aquel día no había ningún partido importante, por lo que solamente estaban pasando algunas noticias deportivas con algún presentador que era abusador del Botox.
El lugar olía a pipa, licor y carne; Ross me había dicho que en aquel lugar se vendían las mejores hamburguesas de todo el éste de la ciudad, y posiblemente también el norte. Habíamos llegado ahí un día de lluvia —bastante similar al que estaba viviendo en ese momento— en busca de refugio, con el estómago vacío, mientras que mi corazón se desfallecía por un poco de su atención; en aquel momento, ninguno de los dos se había atrevido a hablar y a revelar los verdaderos sentimientos; manteníamos una máscara color carne que parecía nuestro propio rostro, aunque fuera más falso y casi sintético.
Lucille hizo rechinar el piso contra la silla de madera mientras la jalaba para hacer espacio entre ella y la mesa y sentarse. Me senté justo frente de ella; con la vista en alto y el mentón alzado examinó todo el lugar. Una pequeña sonrisa curvaba sus labios mientras que olisqueaba frunciendo la boca.
— ¿Que se come bien por aquí? —preguntó Lucy observando sus costados.
— Hmm... —musité, mientras observaba en el rincón el primero de mesas de madera sin ocupar que estaban unas sobre otras; obviamente estaban esperando para llevarlas a algún otro sitio, ya que ese lugar se notaba lo suficientemente ostentoso como para evitar el desorden— Las hamburguesas de queso tipo americano son muy buenas.
— ¿Eso no es muy americano? Venimos de Boston.
— Si Londres tuviera gastronomía decente y propia entonces tu argumento sería válido.
Lucy se echó para atrás moviendo su larga melena castaña al compás de su risa. Mientras eso ocurría, avisté de soslayo como un joven hombre de complexión delgada se acercaba hacia nosotras dos. Con paso vacilante llegó hasta nuestra mesa, captando nuestra atención y guardando el silencio entre nosotras.
— Buenas tardes, señoritas
Me miró, y alzó una ceja. Yo aparté la mirada, y observé a Lucy, la cual tuvo que clavar su vista hasta la mesa y morderse el labio para no reír. Yo hice básicamente lo mismo; su técnica de coqueteo era tan poco... persuasiva.
El mesero miró hacia Lucy y, basado a su expresión, le gustaba lo que veía. Lucy levantó su rostro y lo miró con los ojos de cachorrito más convincentes que había visto en mi vida. Ahora era yo la que me mordí la lengua para evitar soltar una enorme carcajada.
Dejó la carta en la mesa. La tomé con ambas manos, recargando mis codos en la mesa de madera oscura y obstruyendo mi vista de Lucille.
— Creo que ya hemos decidido que pediremos. ¿Lau? — Bajé la carta ante mi llamado, y la observé con una sonrisa de complicidad.
— Dos hamburguesas tipo americanas, con doble tocino. Un solo refresco... aquí las medidas son descomunales. —Lucy asintió satisfecha.
— Perfecto.
— Entonces, con su permiso señoritas. —Se despidió el hombre antes de dar media vuelta y volver justo por el lugar donde había llegado.
Cuando lo perdimos de vista, fue inevitable soltar una inminente carcajada tan fuerte que, para evitar llamar la atención, ambas llevamos nuestras manos a nuestras bocas para acallar los áridos.
— Pobre chico.
— Creo que le gustaste. —Lucy levantó una ceja.
— Yo creo que tú le gustaste. —Objeté.
— Tal vez es un wilo y le gustamos las dos.
— Lo más seguro —reí, y Lucy me sonrió con una felicidad que apenas le cabía en el rostro.
Cuando las hamburguesas llegaron hasta nuestra mesa, sentía como si mi estómago estuviera devorando otro órgano vital de mi cuerpo gracias a los escases de comida que contenía en su sistema. Al elevar la hamburguesa hasta mi boca y saborear el tocino, me di cuenta de que no haber comido nada desde el Boston —aparte de unas nueces y unas papas de queso— había sido todo un sufragio.
Lucy y yo comimos nuestra hamburguesa con una felicidad que se denotaba en los grandes mordiscos que le dábamos a nuestro alimento, y al final terminamos resintiendo toda la comida en nuestros ahora pesados estómagos.
— Tenías razón— apartó su vista del plato y la fijó directamente a mí—. Aquí las medidas son descomunales.
— Lo descomunal es que las medidas lo sean, y aun así nos hayamos acabado las hamburguesas sin dejar no más que papas.
— Fue un viaje muy largo, nos lo merecíamos —rio Lucy, y después me miró con cautela—. ¿Qué quieres hacer esta noche?
Sabía a donde iba.
Nuestras discusiones sobre "lo permitido" en Londres había llevado todo el principio de nuestro viaje antes de que ambas nos quedáramos completamente dormidas. Íbamos a estar dos semanas, de las cuales yo demandaba 4 de los días para regresar al hotel y dormir temprano; de ahí en fuera, los otros 11 días haría cualquier cosa que la cumpleañera desease.
Lucy alzó la ceja y ladeó la cabeza. La buena suerte había sido que, aunque fuera largo, el viaje no había sido incomodo, y aparte de todo habíamos aprovechado el tiempo en el hotel para tomar una pequeña siesta de hora y media antes de salir a comer.
— ¿A dónde quieres ir?
— Tengo unas grandes ganas de comprobar las teorías sobre el mundo nocturno de Londres —sonrió, y se mordió el labio—. ¿Alguna idea de a donde podríamos ir?
Fruncí el ceño, y por más que intenté pensar en alguna pista, no encontré ninguna.
Durante mi corta estadía en Londres por el verano, Ross nunca me llevó a ningún club para bailar; ni siquiera a un bar de noche. Todo había sido demasiado relajado entre nosotros, y él no parecía haber estado muy interesando en esos lugares, así que posiblemente uno de esos lugares a donde Lucy quería llegar no estaba dentro de los lugares favoritos de Ross. Y yo no tenía conocimiento de algún buen lugar para eso.
— No tengo ni la más mínima pista.
Admití, y Lucy refunfuñó haciendo un pequeño mohín.
Entonces, su mirada cruzó deliberadamente la habitación, y se posaron en algo que, gracias a que estaba a mi espalda, no pude alcanzar a ver.
— Tengo una idea de quién si podría... —Dijo mientras su rostro de satisfacción se ensanchaba en su rostro.
Giré mi cabeza sobre mi hombro, y observé como el mesero que nos había coqueteado al entregarnos la carta estaba recargado en la barra del bar, hablando con el barman, el cual limpiaba unos vasos de vidrio con una franela azul frotándolos por dentro y por fuera. Volví hacia Lucy; sabía que su plan no era opcional; era definitivo.
...
— Ni siquiera los conocemos.
— ¿Cómo se supone que se hacen amigos nuevos si no le hablas a desconocidos? —Objetó Lucy, retocándose el maquillaje en el gran espejo del baño, y mirándome a mí a través de mi reflejo. — Mira, se no soy tan estúpida Laura. Tienes que saber estudiar a la gente.
— ¿Enserio? ¿Y estudiaste a dos completos desconocidos mientras te metías la carne de sirlón a la garganta? — Lucy detuvo su espolvoreado, y me miró con cara de pocos amigos. Yo me crucé de brazos, y me recargué en el marco de la puerta del baño, observando como Lucy comenzaba a maquillarse de nuevo.
— Tienen trabajo fijo, en un buen restaurante. El mesero llevaba una camiseta polo, por lo que apuesto a que se preocupa por su apariencia, ósea que no es un completo inútil.
— ¿Cómo sabes que no la llevaba como uniforme de trabajo?
— Porque observé a otros meseros; todos llevaban una camiseta blanca, pero no polo. Esto quiere decir que eso fue elección propia —la miré asombrada, y sonreí apartando mi mirada y clavándola en el suelo—. Aparte, punto número dos, llevaba bien pulidos sus zapatos.
— Bueno, los cuidados personales son lo que menos me importa. Pueden ser unos psicópatas.
— Y si lo son, entonces tendremos mucho que contar cuando estemos ancianas sobre <<Cómo nos metimos en un bar con dos completos desconocidos durante nuestras primeras 5 horas en Londres>> —elevó la mirada, y me observó sonriente —. Relájate, Laura. Confía en mí.
Cuando el mesero que había quedado flechado por Lucy llegó para entregarnos la cuenta, Lucy le preguntó por algún buen lugar donde poder pasar la noche y tomar un poco. El chico, en un intento desenfrenado por "ayudarle", le ofreció su ayuda a tal grado que hasta se ofreció el —y al que aparentemente era su mejor amigo, el barman— a guiarnos por la Londres Nocturna.
Bajamos a recepción cuando Lucy recibió el mensaje de Robert (el mesero) de que ya estaban esperándonos.
Iban, a mi sorpresa, bien vestidos. Robert iba totalmente de negro; un pantalón negro y una camiseta negra, así como un saco negro que se veía bastante cálido y reconfortante para aquel invierno. Así mismo, Thomas —el barman— llevaba un pantalón negro, camisa azul y un saco negro, pero de una tela que hacía que se viera diferente de textura.
Apenas las puertas del elevador se abrieron, Lucy me tomó del brazo y se acercó a mí para susurrar.
— ¡Ves! ¡Te dije que eran decentes! —cuchicheó, y yo rodé los ojos.
— La noche apenas empieza, Lucy Lucy.
...
Mis rondas de intuición habían estado bastante gastadas; definitivamente no iba a volver a apostar por ellas.
Robert y Thomas resultaron ser un verdadero encanto, y al parecer nada de lo que había predicho sobre ellos era verdad.
Eran estudiantes en la Gran Universidad de Londres, y venían ambos de distintas pequeñas ciudades de Inglaterra. Se conocieron en el alquiler, justo cuando ambos estaban dispuestos a rentar un apartamento, e inmediatamente hicieron una mancuerna excelente; descubrieron que irían a la universidad juntos y desde ahí fueron compañeros de cuarto y grandes amigos.
Según, a palabras de Thomas, "No se conoce la vida de Londres Nocturna yendo solo a un lugar", por lo que su propósito era guiar a estas dos americanas perdidas y desubicadas por todas las calles del viejo mundo bajo los faroles amarillos y la gran Luna blanca.
Cuando llegamos a "The Black Cat", la fiesta apenas estaba empezando. Los chicos habían insistido en que no había <<nada>> bueno en los clubs antes de las 11:30, así que antes de eso nos habían llevado a cenar, para continuar con un paseo por las calles turísticas del borde del río.
La música sonaba a reventar; hacía que mi piel vibrara, casi literalmente. Las luces fosforescentes brincaban de esquina a esquina y el olor a cigarro en algunos sectores podía llegar a marearme.
Sin embargo, a pesar de todo admito que, realmente me la pasé excelente.
Thomas era realmente divertido, y Robert tenía un sentido del humor tan sarcástico que ambos se complementaban como uña y mugre. Se les notaba muy unidos, y después de unas cuantas copas realmente me empezaron a agradar aún más cuando descubrí que aparte de todo no eran huecos del todo; Robert estudiaba literatura inglesa, como yo. Nuestra conversación divagaba desde Libros hasta "Cuántos burritos se puede comer Thomas antes de media noche".
Me encontré divirtiéndome mucho en un ambiente al que usualmente rehería; si no hubiera sido por Lucy, sencillamente yo me quedaría en mi habitación, leyendo, escribiendo, y con un café ardiendo al lado. Pero para mí más grata sorpresa, me la estaba pasando de maravilla.
Todo eso hasta que, después de una serie de tragos, sentí la necesidad de ir al baño.
Lucy y yo nos abrimos paso entre la gente alejándonos de las salas louch donde estábamos sentadas con los chicos. La tomé del brazo mientras cruzábamos el lugar hasta el otro extremo. La gente bailaba a nuestro alrededor, tomaba, fumaba, estaba perdida en su propio mundo de luces fosfo y brillantes.
Los letreros de los baños se encontraban iluminados con una luz de neón al fondo. Lucy gritó algo sobre mi oído, pero no fui capaz de escucharlo; en lugar de eso volteé a verla, pero el empuje de alguien tercero a nosotras por mi espalda me aventó hacia Lucy bruscamente. No caímos, sino que simplemente nos estampamos mutuamente, así como también pegamos con la espalda de otras cuantas personas que bailaban alrededor. Justo cuando giré para ver que barullo había sido el causante de aquel "accidente", sentí como si hubieran puesto un ácido a mi bebida y hasta ese momento fuera cuando realmente hizo efecto.
Apenas se podía mantener de pie; tenía finta sucia y estaba más borracho de lo que jamás hubiera podido catalogar a alguien como él.
Sabía que Riker era fiestero y que disfrutaba del alcohol, pero nunca me había imaginado que hubiera llegado hasta ese extremo en que su cabello pareciera hasta estar chorreado de alguna sustancia de dudosa procedencia.
Tenía a Riker Lynch frente a mí.
Madre mía.#BGFY
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A Writer Without Love
Novela JuvenilElla, una chica llamada Laura con 19 años, busca entrar a la universidad con una beca estudiantil para literatura, y se encuentra con un pequeño concurso de la misma institución que puede hacer que la cantidad de su beca Aumente. Sin nada que perder...