Ni mi hermana ni mi abuela habían tocado el tema de nuevo. Rony se había quedado a dormir en el hospital durante toda la noche hasta casi las doce del mediodía, y yo estaba más que lista para ir y hacer guardia por la noche. Mi abuela parecía más terca que de costumbre; su insistencia para ir a cuidar a mi abuelo era mucha. Se la pasaba prácticamente todo el día en el hospital, y era un pleito poder sacarla por la noche. Sin embargo, confiaba en nosotros, y sabía que entre sus nietos y sus hijos lo cuidaríamos de una buena manera.
Eran las seis de la tarde cuando salí del baño. Mi cabello estaba húmedo, y llevaba una camiseta de manga larga, pero con tela delgada y ligera, unos Jeans y mis tenis vans. El agua de mi cabello se transportaba hasta las puntas, las cuales hubieran empezado a mojar mi espalda de no haber sido por la toalla que me puse en la cabeza.
Cuando entré a mi habitación, descubrí que mis oídos en el baño no me habían tomado el pelo; la lluvia caía sobre la ciudad, como si el cielo de fuera a desgastar completamente después fe aquel aguacero.
Miré hacia los matorrales de rosas de fuera de mi ventana, y encontré una reconfortante idea de que a todos nos alimenta diferentes cosas. Un ejemplo: podía ser que a aquellas rosas, el agua les parecía un regalo de Dios, y que cuando saliera el sol después de la lluvia, se sintiera más viva y fuerte que antes. Sin embargo, las plantas de oscuridad, a las que el sol no podía regalarles su vitamina D por mucho rato, les recordara tan solo a la inminente idea de una <<muerte>>.
Y entonces, por una de las primeras veces en la vida, pensé en la muerte.
Pensé en cómo la vida era tan frágil. En aquel mismo instante, yo podía morir de unas cien maneras diferentes; podría caerme y golpearme la cabeza, podía contraer una enfermedad desconocida, podía intoxicarme, podía darme un paro cardiaco. En ese preciso momento, la vida estaba creando un milagro. Ante las posibilidades de muerte y de supervivencia, considerando que podía morir en ese mismo minuto, la idea de estar viva resultaba un milagro.
Pero, ¿que habían de aquellos que vagabundeaban sin rumbo fijo, odiándose a sí mismos? ¿Pidiendo la muerte? ¿Suplicando por ella? Dios podía matarlos en el instante en que lo pidieran, de otras mil razones. Y sin embargo no lo hacía. Y eso me hizo pensar, en realidad, que todos estamos aquí para cumplir un cometido; quizás uno propio, o quizás para ayudar a alguien más a cumplir el suyo.
Sonreí ante esa idea.
Nunca había enfrentado a la muerte cara a cara, viendo como ésta se llevaba a alguien que amaba. Lo más cercano a esto, fue la muerte de mi abuela paterna cuando tenía tres años. Ni siquiera me dolió; esa abuela solo la veía una vez cada año, y era tan hostil y fría que me parecía una persona cualquiera; estaba muy pequeña para comprender lo que en realidad estaba ocurriendo, y ni siquiera me dejaron ir al funeral.
Eso sí: había perdido mucha gente, pero ninguna a causa de la muerte. Y eso era más doloroso aún: saber que están por ahí, en algún lado, lejos, aquellas personas que te habían prometido estar ahí, siempre. Y saber que las personas que más lo decían, eran las primeras en irse....
La casa estaba completamente sola. Mi abuela y Ronny no estaban, y yo había decidido quedarme solo para poder recoger un poco y poner orden al lugar. Mi abuela tenía muchas cosas en la cabeza como para que todavía tuviera tiempo para ponerse a barrer y fregar el suelo.
Con la ausencia de gente en la casa, al menos comparándolo con lo regular, no había mucho que hacer; la cocina estaba perfectamente ordenada, y tan solo estaban en el lavavajillas un par de tenedores y un vaso de vidrio que había usado para mi desayuno. Los terminé de lavar, y fui hacia la sala solo para acomodar un par de cosas que estaban fuera de su sitio. Una vez terminado esto, barrí y trapee el piso, y cuando terminé, me encontré aburrida. No me había tardado ni siquiera cuarenta minutos en terminar todo, lo que era un récord.
Terminé por sentarme en la sala, mientras que veía como la lluvia seguía cayendo sobre la ciudad a través de la ventana. Era relajante ver como las grandes gotas de lluvia chocaban contra las plantas del exterior, alimentándolas. O como todo parecía estar callado, sumido en el olvido.
Sentí un escalofrío.
Y otra vez, no pude evitar pensar en la muerte.
Recordé entonces, sin una razón evidente, un día en que mi tía Dinn nos había llevado a Pauly y a mí al parque. No recordaba con exactitud la edad, ni tampoco muy bien el panorama o las circunstancias bajo las cuales nos encontrábamos, sin embargo podía recordar el enjuto rostro de mi tía de aquel entonces, o los definidos rizos en el cabello de mi prima. No sabía exactamente de qué hablábamos tampoco, pero lo que recordaba con total nitidez, eran las palabras de mi tía: "El cielo llora cuando un ser querido se va al cielo. Por eso es que llueve durante los funerales".
Sabía que aquella teoría era prácticamente ilógica, y que realmente no tenía fundamentos, sin embargo en aquel momento lo creí. Recordaba mi imagen perturbada cuando llovía, y como miraba hacia la ventana, deseándole a cualquiera que estuviera muriendo, que tuviera un buen viaje.
Era una loca en mis tiempos de la infancia.
Pero, sola en la casa, con todas las desgracias que se nos venían encima, empecé a creer eso otra vez. Por alguna razón, pensé que quizás era mi abuelo el que...
Detuve mi pensamiento, sin darle oportunidad de materializarse en mi mente. Sacudí la cabeza casi con desespero, y parpadeé un par de veces, presionando con fuerza mis párpados cerrados para desviar la imagen.
No podía permitirme pensar en eso, no de mi abuelo. Los números, ciertamente, estaban en desventaja: su edad lo hacía un sujeto más frágil y vulnerable, y esas estadísticas me causaban pavor. Sin embargo, tampoco quería pensar en la posibilidad...
Me detuve de nuevo, y esta vez, perpleja de mi misma. Nunca me había gustado centrarme en ilusiones que, en el fondo, sabían que tornarían en una irrevocable desilusión. Desde la partida de mi padre, sabía que nada era color de rosa, y que no todo lo que esperas termina como lo quieres. Desde ese instante, me había obligado a mí misma a ser realista y a observar lo obvio, a no dejar que el amor o cariño hacia alguna persona me cegara ante lo inevitable. Pero en aquel instante, me gustaba mucho quitar esa banda de esperanza de mis ojos nublados, y me sentía casi decepcionada de mi misma. Pero, ¿qué estaba bien, en realidad? ¿Te mataba la esperanza? ¿O el no tener esperanza mataba posibilidades? Había escuchado eso de ser "positivo" todo el tiempo, sin embargo, yo había pasado toda mi niñez siendo positiva, imaginándome a mi padre llegar una navidad, un día de pascua, con un <<ya volví, como te lo prometí>>. Pero no lo hizo nunca, y no mejoró mi situación. Sin embargo, en aquel instante no se trataba de un abandono: era una muerte. ¿Podría la esperanza tener un poco de hincapié en asuntos mortales? ¿Podría darle un poco más de fuerzas a mi abuelo si todos nos sincronizábamos y pensábamos en que todo estaría bien?
El sonido de un suave toqueteo a la puerta me sacó de mi trance analizador. Elevé la vista, casi asustada, y me sequé el sudor de las manos en mis pantalones. Me moví más por inercia que por órdenes mecánicas de mi cuerpo, y caminé directamente hasta la puerta. Sostuve el pomo dorado, y tiré de ella girando la perilla.
Lo que estaba afuera, provocó que me diera un vuelco al corazón.
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A Writer Without Love
Teen FictionElla, una chica llamada Laura con 19 años, busca entrar a la universidad con una beca estudiantil para literatura, y se encuentra con un pequeño concurso de la misma institución que puede hacer que la cantidad de su beca Aumente. Sin nada que perder...