Capítulo 86

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  Después de aquel momento frente a la alberca, todo el resto del día pareció irse a una mierda. Pauly mantenía su vista perdida, evitando a prácticamente cualquiera que intentase hablarle. Isabella parecía lucir triste, aunque estaba segura de que la culpa no la carcomía; estaba muy pequeña, y lo había hecho con puro afán de vengarse por una estupidez, por lo que estaba segura de que sentía el crimen ajeno.
El momento incómodo había llegado a la hora de dormir. Ronny y Pauly durmieron en un cuarto, e Isabella y yo en otro. Por un instante pensé en irme a dormir a la sala para ahorrar drama, pero aquel balance de los cuartos pareció funcionar lo suficiente como para evitar más dramatismo. El resultado de nuestro viaje había sido posiblemente lo contrario al propósito, que era relajarnos.
<<Ross se quedará a vivir en Nove>> me había dicho mi hermana a la mañana siguiente, con un vaso de chocolate frío en sus manos.<<Ross será el nuevo dueño del viñedo, y para eso debe de quedarse por aquí. No podrá volver a Londres en algún tiempo>>.
Conforme cruzábamos la carretera observando los campos de cultivo que no habían sido tocados por un sol resplandeciente en una época extensa, sentía como si estuviera dejando mi corazón en aquel viñedo. Ahí estaba Ross, así que suponía que en cierto modo, era verdad.
El viaje fue tedioso, incordio y casi melancólico, cuando observábamos la casi mayestática casa de la que nos alejábamos. Me imaginaba aquella como "La casa de Verano" de alguna familia millonaria, o algo por el estilo.
Los campos brumosos continuaron pasando a nuestro costado como viejas películas mudas. En la van se escuchaba apenas música de alguna radio Italiana, y no era nada que yo pudiera entender. Aparte de eso, el sonido era similar a la calma de un desierto, tan callado, donde solamente el ronroneo de la máquina debajo de nosotros provocaba un sonido constante que poco a poco comenzó a arrullarme.
No estuve consiente de cómo, cuándo o en qué instante de la carretera fue, pero cerré los ojos para quedarme plácidamente dormida, y cuando los abrí, me encontré con la entrada de la casa de mis abuelos.

...

La tarde estaba transcurriendo de manera lenta y pesada. No tenía libros nuevos por leer, y sin lugar a dudas no tenía nada de ganas de hablar con nadie. Mis abuelos estaban tomando una siesta en su habitación, mientras que yo me mantenía mirando la televisión italiana en la sala. Esa vieja televisión casi nunca era utilizada, y me alegró el saber que mínimo prendía. Mi esperanza para entender algo de la programación llegó cuando me topé con un canal de películas, donde el idioma era en inglés pero con subtítulos al italiano.
Medio recostada en el sofá, la tarde comenzó a escurrirse entre las manecillas del reloj de manera bastante efectiva. Para cuando volví a mirar el reloj del otro lado de la habitación, ya eran las seis de la tarde, y ya había pasado dos horas viendo una película realmente aburrida. Tan era el caso, que lo único que había llegado a comprender de la película en sí, era que al final todos morían.
Un final pobre, si me preguntaban.
Cuando mis párpados comenzaban a cerrarse sobre mis ojos sin razón aparente, el toqueteo de la puerta me volvió a traer a tierra firme. Observé las ventanas con las cortinas casi transparentes, pero la visión hacia la puerta de la entrada era bloqueada por una base de concreto que bastaba para ocultar todo un cuerpo.
Me puse de pie, y crucé la sala hacia la entrada. El reflejo detrás de la entrada estaba deforme y confuso, así que no pude saber exactamente la identidad del chico detrás de la puerta.
Riker estaba de pie frente a mi entrada cuando la puerta se abrió hacia dentro. Llevaba un pantalón color caqui, casual, una camiseta tipo polo de un color verde, y unos zapatos del mismo verde, tipo tenis. Su sonrisa iluminó su rostro, aunque posiblemente no podía decir lo mismo del mío.
— ¡Lau! —sus manos dentro de los bolsillos del pantalón. Se inclinó hacia el frente para saludarme de beso en la mejilla, de una manera cordial—. ¿Cómo estás?
— Ey... Perfecta. ¿Y tú? ¿Qué haces aquí?
No podía evitarlo; sabía a ciencia cierta que mi voz en ese momento debería de sonar como un patito asustado. Siempre que algún Lynch (o derivados) aparecía, era sinónimo de problemas. Riker pareció notarlo, y dio un paso en falso en reversa.
— He venido para ayudar a Ross con unos negocios; yo sé más de esos asuntos que él —sonreí para mis adentros; los hermanos Lynch siempre serían iguales: continuarían con esa lucha de poderes, hasta el último de sus días.
— Es bueno que estés ayudándolo, en ese caso —mantuve mis manos firmes a la puerta, y me recargué sobre una pierna—. En fin, ¿quieres un vaso de agua? —aunque iba en contra de mis morales o mis deseos, sabía que mi abuela me hubiera colgado en el caso de no ofrecerle nada—. ¿Quieres pasar?
— De hecho, te quería pedir de guía —el pelo de Riker se vio azotado por una fuerte ráfaga de viento que llegó desde el sur, y entrecerró los ojos—. ¿Podrías acompañarme a buscar a Lucy? —su rostro pareció retomar vida (y cierto rubor) al mencionar su nombre. Sonreí abiertamente para mis adentros, y un poco de esa sonrisa interna se reflejó en la curvatura derecha de mis labios—. No estoy seguro de en donde vive, y mi italiano no es el más entendible.
Solté una carcajada moderada, y asentí con una sonrisa cerrada.
— Vamos, yo te guío.

A Writer Without LoveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora