Capítulo 83

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  Desde mi ventana podía ver el mar chocando con la costa. Los rayos amarillos de sol que usualmente le daban vida y color al pueblo de Nove no estaban, simplemente se mantenía con una iluminación regular. Parecía un día gris, uno en el que en cualquier momento empezaría a llover.
— Eso quiere decir que...
— Creo que en definitiva, ya no quiere volver conmigo.
Me alejé de la ventana del cuarto, y caminé hasta el borde de la cama. Me senté con los codos sobre mis piernas, sosteniendo el teléfono con la mano izquierda y metiendo mi mano derecha entre mi cabello.
¿Qué esperanza quedaba? ¿Que ella no había visto todo lo que había hecho? Había decidido mandar a la mierda todo con Alice, por ella. Había volado en la primera salida hacia Italia, por ella. Alice ni siquiera había estado embarazada, no había nada que temer, y ¿aun así parecía que no le importaba?
Riker se mantuvo mudo al otro lado de la línea, así como mis esperanzas calladas dentro de mi cabeza.
Había sido un iluso; ¿qué esperaba? ¿Que Lau simplemente se hubiera colgado de mi cuello y me hubiera besado? En parte así era, tenía el deseo de que no resultara tan complicado el regreso, pero conociendo a Lau, me iba a costar un poco más de lo planeado. Así era ella: una mujer complicada, extraña y hasta excéntrica. Y no sabía cómo le había hecho para conquistarme totalmente.
— Hermano, ¿realmente la quieres? —preguntó— me refiero a, ¿hasta qué nivel? ¿La quieres del grado <<me gusta como novia>>, o del grado <<no quiero vivir sin ella, alias me la imagino como esposa>>?
Miré hacia las baldosas del suelo pulcro del cuarto de hotel, y tragué gordo.
Había decidido evadir la invitación de Nina para quedarme en su casa, por comodidad de todos. Iba a ser muy pesado, tanto para mí como para Lau tener que cruzarnos miradas todo el tiempo, así que esa misma tarde había tomado mis maletas y me había instalado en un pequeño hotel de la zona turística.
— Yo... —sentía la garganta seca, ¿púas? ¿Agujas? No lo sabía— Solo sé que nunca había sentido algo así. Solo sé que me vuelve loco con pensar que está lejos. No quiero pensar en el futuro, pero si lo hago no me lo imagino sin ella —tomé aire, inhalando con la boca—. Sé que quisiera despertar todos los días solo para verla, y dormir todas las noches para continuar soñándola. Eso no me molestaría en absoluto.
Escuché la risa sigilosa de Riker al otro lado de la línea, y fue tal que me contagió. Estaba jodidamente enamorado, tanto que hasta causaba gracia.
— Estás jodido.
— Lo sé —contesté sonriendo— y así de jodido me siento mejor que nunca.

...

El hospital se veía mucho más tranquilo que la última vez. Cuando crucé la entrada a la sala de espera, no había absolutamente nadie que yo conociese, lo que me hizo preguntarme si quizás ya habían dado de alta a Ulises y nadie se había molestado en recordarme.
Avancé a través de la habitación, y caminé por la puerta que te llevaba al corredor de los cuartos.
El día anterior no había podido hablar de forma tranquila con Ulises. Después de haber hablado con Lau, lo único que me nacía hacer era correr lejos del hospital, y ocultarme en mi mundo solo para maldecir y romper cosas; no quería ver a Ulises si tenía la mente en otros asuntos, por lo que me había saltado la visita, y había decidido que iba a ir después a visitarlo con más calma y tiempo.
Crucé el bien iluminado pasillo, pensando solamente en el número que la recepcionista me había dado. La mayoría de las puertas de los cuartos estaban cerrados, y los pocos abiertos era porque el servicio de cafetería entraba y salía con el carro en el que transportaban los platos sucios de su comida.
Cuando llegué a la puerta de la habitación 10, escuché unas cuantas voces al otro lado de la puerta. Tuve la precaución de tocar, cuando la puerta se abrió frente de mí. Reconocí a la tía Dinn, y a Isabella. Ambas me inspeccionaron con sorpresa, y después se les dibujó una sonrisa en el rostro.
— ¡Ross! ¡Que bella sorpresa! —Dinn se acercó a mí, y me saludó de beso, al igual que Isabella, cuyas mejillas se tornaron rosadas. Sonreí para mis adentros, y volví la vista a Ulises.
Se veía débil, bastante. Pero eso sí: con una sonrisa.
No tenía un gran tiempo de conocer a ese hombre, pero sin lugar a dudas era de esas personas que me iban a dejar marcados por el resto de la existencia. Aunque no había sabido mucho de él, con lo poco que me llegó a decir, había abierto ventanas en mí que ni siquiera sabía que existían. Ese hombre tenía un ángel que iluminaba el rostro de cualquiera que estuviera a su alrededor.
Las arrugas se le enmarcaban aún más estando vestido de enfermo, y tenía una intravenosa conectada en su brazo. Su sonrisa provocó que todo su rostro se moviera, sus mejillas se alzaran, y las arrugas de sus pequeños ojos se enmarcaran aún más.
— Ross...es un honor tenerte visitando mis aposentos —-Reí, y el hombre soltó una ronca risa—.¿Ves, Dinn? Pueden irse las dos con calma a buscar a Ernirn a Conelly; me quedaré hablando con Ross un rato.
Los ojos de Dinn rebuscaron en su padre y después en mí, para después sonreír con agradecimiento y abrir la puerta frente de ellas. Isabella y su madre salieron de la habitación, cerrando la puerta detrás de su espalda, y dejándonos solos a Ulises y a mí.
Apreciaba a ese hombre. Lo consideraba una persona sabia, justa, elocuente. Sin lugar a dudas, Lau tenía una suerte infinita por haber tenido la dicha de haber crecido bajo su sabiduría y su amor.
— ¿Cómo sigue, Don Ulises?
— Pues me siguen conectando a esa máquina asquerosa. Ya me siento bien, y aun así me mantienen aquí. Pero bien hijo, gracias al cielo puedo seguir molestándolos —sonreí, y su risa sorda le provocó un suspiro—. Me alegra verte, ¿de vacaciones en Italia?
Ja...si supiera.
— Algo así... más o menos.
— No suenas muy convencido.
Caminé hacia el sofá plegable que estaba junto a la cama, y me senté inclinado hacia el frente. ¡A la mierda! Ulises estaba informado. Mi relación con Lau no fue secreto para nadie, mucho menos para sus abuelos; ya que Lau no quería escuchar nada de lo que tenía que decirle, al menos su abuelo lo sabría.
— Vine a buscar a Lau.
Los ojos de Ulises encontraron rápidamente una visibilidad de comprensión. Una sutil sonrisa se le escapó de sus delgados labios, y asintió la cabeza, como si supiera exactamente de lo que hablaba.
— Nina me contó un poco de lo ocurrido —me puse alerta—. Tiene que traerme chismes; me aburro mucho aquí.
Sonreí, y solté una pequeña risa.
— Entonces, ya debe estar enterado de que...
— Que Lau ya no quiere nada contigo, sí. Y también que tu luciste muy desesperado y viniste a buscarla hasta Italia... también.
No sabía cómo reaccionar. ¿Sus palabras habían sido buenas? ¿Las había dicho de buen o de mal modo? Mantuve mi vista gacha, solamente posada en las sábanas blancas de su cama, y me mantuve mudo.
— Creo que esa palabra me describe bien: desesperado.
Cuando elevé mis ojos, Ulises me miraba casi con cariño, del mismo modo en que ves a un niño que está haciendo algo adelantado a su edad, con orgullo. El soltó una risotada, y miró hacia la ventana de la habitación.
— Ustedes chicos, crean un drama muy grande por todo. Siempre —suspiró—. Quién tuviera su edad.
— Yo no quiero drama, pero Lau...
— Mira, Ross. Laura es Laura, y estoy de acuerdo: no es una chica común. No es la típica chica que llora con poemas, o que su sueño siempre incluye encontrar a un amor verdadero. Es diferente a todas las otras mujeres. Pero, ¿te digo algo? Laura es una chica, y por mucho que sea diferente, todas anhelan ciertas cosas iguales. Laura no es de la clase de chicas que lo expresa, pero espera lo mismo: que le ruegues. A cualquier mujer le gusta descubrir que el hombre a quien ama, la ama más. Que él sería capaz de hacer cualquier cosa con tal de estar con ella —sonrió, e hizo una mueca—. Te puesto a que se volvió loca al verte en Italia, al darse cuenta de que la estabas buscando. Cualquier mujer se enamora de los detalles, y eso no cambia. Hasta nosotros también tenemos cosas de las que nos enamoramos todos, sin excepción. Lau es una chica fuerte, pero es una chica al final de cuentas, y solamente se enoja para ver tus reacciones, para ver si le convienes. Para ver si la dejas a la primera, o si sigues insistiendo. Lo único que quiere saber, es que aunque se lo pidas mil veces, no te irás.
¿Aquello era cierto?
No tenía palabras; ¿eso era todo lo que Lau quería? ¿Qué insistiera hasta cansarme? ¿Que hasta después de hartarme siguiera insistiendo? Aquello me parecía un poco...degradante. Degradante para mí, por supuesto. Pero en cierto modo, tenía lógica, y la verdad era que, si eso traía a Lau de nuevo a mi lado, no me arrepentiría de hacerlo jamás.
— ¿La Sra. Nina era una mujer difícil?
— ¡Uh! ¡Hijo! ¿Qué mujer no es difícil? —rio, y a mí no me nació nada más aparte de imitarlo—. Al menos para mí, si no era una mujer difícil no me llamaba la atención.
— Y Nina era...
— La más difícil de todas, sin lugar a duda —sonrió, mostrando todos sus dientes, que sorprendentemente seguían perfectamente en su sitio—. Nina era terca, terca como las mulas que mi padre tenía en su rancho. La verdad era que creo que me odiaba a un principio. Su padre me odiaba a un más, por supuesto —asentí sonriendo—. A un principio, yo no le gustaba. Su familia era de una casta social más alta que la mía, y me encontraba insignificante. Pero, como te expliqué, todas las mujeres se enamoran con detalles. Más que nada, cuando tú también recuerdas esos detalles, las cosas que te dice. Les gusta saber que las escuchas, y que pones atención a las cosas que a ellas les gusta y les disgustan para poder hacerlas felices. Así fue como la volví totalmente loca, hasta el punto en que le rogó a su padre que nos dejara salir de manera formal. Yo fui a hablar con él, y prácticamente me tira a la calle. Ahí fue cuando yo decidí superarme, no vivir solo del rancho, como siempre lo había planeado. Así que estudié, estudié mucho. Me encontraba a escondidas con Nina, y cuando no lo hacía, estudiaba. Así es como conseguí beca en una universidad de Londres, y me fui.
— ¿Dejaste a Nina atrás?
— Si quería tenerla el resto de mi vida, tenía que dejarla sola unos cuantos años —suspiró con añoranza, y continuó—. En fin. Nos mandábamos cartas casi a diario; siempre me estaba hablando de la escuela, de lo que pasaba en el pueblo y de lo mucho que me extrañaba. Yo me encargaba de seguirla enamorando por medio de cartas, aun estando lejos. Era muy insegura la idea de estar lejos, sabiendo que era tan hermosa y que cualquiera podría enamorarse de ella como yo lo había hecho. Pero lo superamos; yo me gradué, y lo primero que hice fue viajar a Italia, correr a casa de Nina, y mostrarle el papel de graduado con honores a su padre. No pudo decirme que no.
La sonrisa que se le dibujó en el rostro estaba llena de orgullo, satisfacción. Sabía lo que pensaba: había superado el reto. Se había superado a sí mismo, y había rebasado las expectativas de cualquiera. No hay satisfacción más grande que ganarte a ti mismo.
— ¿Y entonces?
— Entonces su padre nos permitió estar juntos. Solo 6 meses después conseguí trabajo en Londres, y ese mismo día le pedí matrimonio a Nina. No podía irme sin ella, por lo que nos casamos, y se fue a vivir conmigo a la Inglaterra. Ahí fue cuando empezamos nuestras verdaderas vidas. Mi punto es, hijo: a veces las cosas pueden verse mal. A veces puedes sentir que es el fin del mundo, puedes sentirte vencido ante los acontecimientos que te ocurren. Pero escucha esto: no hay ni distancia tan grande, ni orgullo tan profundo que termine con un amor puro y verdadero; no lo hay. El amor puede cruzar barreras de espacio y tiempo; es como el aparato tecnológico más avanzado, que va por delante de nosotros por años y años, generaciones enteras. Nunca se podrá conseguir algo como el amor verdadero. Y algo me dice que tu realmente amas a mi nieta, y tengo que decir, si me tengo que ir ahora, me gustaría quedarme con la tranquilidad de que vas a luchar por ella —sonreí—. No todos lo dejarían todo solo para ir en busca de un "tal vez", y eso es lo mínimo que Lau se merece.
Apreté los labios.
— Si —asentí—. Lo es. Lau se merece mucho más.
— Y algo me dice que tú serás capaz de darle todo lo que ella necesite.
De repente, tenía una felicidad tan grande creciendo en mi pecho, que me faltó poco para saltar sobre la cama de Ulises para abrazarlo de felicidad.

A Writer Without LoveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora