Capítulo 65

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Querido Diario:
¿Por qué todo siempre tiene la necesidad de salirme mal? ¿Por qué por una vez, no pueden ser las cosas como las deseo? ¿Por qué todo el universo parece empeñado en hacer que no pueda ser feliz por más de 10 minutos consecutivos?
Me maldigo por haber terminado con todo eso... ¿Me precipité? ¡Oh vamos! ¡Si lo había hecho! ¡Me había precipitado, y mucho!
Pero lo peor de todo, es saber —y al mismo tiempo no tener idea— de lo que estaba pasando realmente con Alice y Ross ahí... Es un suplicio. Un doloroso, y mortífero modo de castigarme después de que yo, de un modo totalmente tonto, cometí un error del cual me arrepentiré para siempre.
Cuando miré a los ojos de Alice, noté que ella no tenía ni pista de quién era yo. No me miraba con saña, ni intrigada, ni siquiera odio. Me dio un claro aviso de que Ross no le había contado de lo nuestro, y eso me dolió en el orgullo, y un poco en el pecho.
Y sí, podía entender por qué Ross estaba tan estúpido por ella: Era hermosa. Como él la describía, parecía un ángel.
Demasiado angelical para mi gusto, pero a los chicos parece gustarles esa fachada.
No tengo oportunidad, fin. No la tengo, y puedo hacer una lista sobre eso:
Razón número uno: Ella es hermosa. Yo soy... simple.
Razón número dos: Obviamente ella es interesante. Yo llevo la vida similar a la de un caracol. Tal vez el caracol tenga más diversión que yo.
Razón número tres: Él lo ha dicho tantas veces ya: ella es el amor de su vida. Me lo dijo antes de que nosotros dos comenzáramos lo nuestro, pero aun así esos sentimientos no se apartarían jamás.
Ahora me siento una tonta por haber creído realmente que Ross estaba enamorado de mí. ¿Podría estarlo? Era obvio que sus sentimientos por ella nunca se irían... ¿Pensaba él en ella cuando me besaba? ¿Y si solamente salía conmigo para intentar olvidarlo? ¿Que había sobre la posibilidad de que, nunca me quisiera, y yo fuera un método de desahogo de sentimientos?
Esto me estruja el corazón.
Ahora nada tiene color, ¿Sabes a lo que me refiero? El azul del cielo se ve opaco, y hasta pareciera que las olas chocan con las rocas de la costa con pereza. El sol no brilla casi, y hasta el viento parece muerto. La belleza está en el ojo del observador; eso es verdad. Porque en este momento yo no tengo belleza de felicidad en mi interior, y veo todo insípido, rancio y sin chiste. Así es como me siento por dentro también.

...

Me senté al borde de mi cama, y sentí como las lágrimas retenidas se las iba tragando mi garganta. No me sentía como para llorar en aquel instante.
Cuando llegué a casa hecha un lío total, Ronny y mi abuela se apresuraron a preguntarme qué había ocurrido, pero yo no tenía palabras en la boca para hablar, así que solamente corrí a mi habitación, y me encerré en ella.
Esa noche no cené.
Y esa mañana tampoco me había preocupado por ir a desayunar, aunque Ronny no dejó de tocar a mi puerta como por treinta minutos o más.
Así que me encontraba sola, la ventana, mi cama, Jane Austin a un lado, y yo.
Me sentía destrozada, y odiaba sentirme así. Odiaba sentirme así, porque eso era justamente lo que siempre había estado evitando... pero como bruja engatusada por el fuego, fui a la hoguera y me quemé. <<Buena jugada, Laura Marano>>
— ¿Lau? — Ronny tocó dos veces a mi puerta, y la abrió con síguelo. Había sido noble, y había retirado el candado hacía una hora aproximadamente. Ella entró, y yo le di una hojeada sobre mi hombro. — ¿Cómo estás? ¿Estás bien?
— Supongo. — Admití. La lejanía del universo siempre me había resultado placentera; por eso siempre estaba sola. Resultaba mejor la idea de estar sola con mis fieles libros, a estar al lado de infieles personas que te dabas la espalda y te apuñalaban el puñal.
Se quedó en un silencio pesado, y entonces giré de cintura para arriba para mirarla. Su rostro de mortificación era notorio, y sentí pena por ella, siempre preocupándose por mí. Justo cuando abrí mi boca para decir que lo sentía, ella me interrumpió soltando una bomba:
— Ross está afuera. — Movió sus manos nerviosamente a sus costados, y respiró un par de veces de modo profundo, intentando tranquilizarse.
Mi.er.da.
— Dice que necesita hablar contigo urgentemente —prosiguió—. No quise dejarlo pasar, pero creí que tú tenías que tener el derecho a decidir si lo corro de aquí o vas a hablar con él.
Una inenarrable ansiedad creció en mi cuerpo. ¿Tenía que hablar con él? ¿Sobre qué? ¿Sobre cómo espera que lo felicite por su nueva relación con Alice (supongo que tiene una)? ¿Sobre cómo es que ella volvió de repente a su vida, y ya no la dejará ir jamás? ¿Iba a escuchar toda esa mierda?
— Ya voy. — Declaré casi en un susurro.
Al parecer era masoquista, ya que sabiendo que el tema del cual hablaríamos me dolía, no podía negarme a ir. Era tan inquietante, que prefería morir triste sabiendo, a feliz engañada.
— No tiene que hacerlo —me dijo—, lo puedo correr ahora mismo de aquí sí...
— Necesito, hacerlo. — remarqué la primera palabra ladeando mi cabeza. — Ahorita voy.
— Tomate todo el tiempo que necesites. — insistió, y salió de mi habitación.
Me sentía mierda. Fui hacia el espejo, y comprobé que también me veía como una mierda.
Está bien, estaba deprimida... Pero no podía dejar que Ross me viera de aquel modo tan denigrante.
Me aparté del espejo, y me quité la blusa por sobre mis hombros. Tomé una blusa verde pistache sencilla, y también decidí cambiar mis shorts de mezclilla por unos blancos. Volví al espejo, y observé mis ojos; se veían cansados, pero contra ellos no podía hacer nada. Observé mi pelo; lo único que calmaría a aquella bestia era una buena dosis de acondicionador, pero, aunque lo deseara, no tenía tiempo como para un baño. Me puse un poco de perfume —quizás exageraba, pero había tomado un baño desde la noche anterior—, y salí de mi cuarto, yendo directamente al baño. Ahí me lavé y sequé la cara, y lavé mis dientes.
Me miré al pequeño espejo ovalado; ahora no parecía una recién egresada del manicomio más cercano tras dejar atrás los ataques suicidas.
Con la mano en la perilla dorada de la puerta, tomé un fuerte respiro, conté hasta Diez, y salí. Cuando el pasillo se abrió en la sala, observé de reojo a mi hermana y a mi abuelo, callados como tumbas. Decidí no mirarlos; si lo hacía, posiblemente iba a sucumbir en mi intento de fortaleza. Así que continué caminando por el largo pasillo, y sin pensarlo dos veces —porque si lo hacía posiblemente me iba a arrepentir— abrí la puerta.
Ante el sonido de ésta última abriéndose, Ross, quién miraba hacia la calle giró sobre sus talones, y me encontró con los ojos. Se quedó inmóvil, así como yo, con medio cuerpo adentro y la otra mitad fuera, en el porche.
Lo observé durante unos minutos; llevaba una playera de franela azul que se abría en tres botones superiores, y unos pantalones sencillos a la cadera. Se veía bien, aunque su rostro lleno de mortificación y miedo arruinaba la careta.
— Hola. — Dijo más en un susurro que en otra cosa. — ¿Podemos hablar?
— Habla. — Dije yo, terminando de cerrar la puerta detrás de mí. Ross metió sus pulgares en las bolsas delanteras de su pantalón, y acortó la distancia dos pasos. Yo me crucé de brazos aún en el porche, sobre el escalón.
— Ya conociste a Alice. — ¡Qué bonito modo de empezar! — Lamento el modo en que lo hiciste, pero...
— ¿Ella te buscó? — me atreví a preguntar. El elevó la vista, y supe que de ahí no la apartaría. Todo lo que diríamos sería mirándonos a los ojos, con franqueza.
— Sí. — Tragó gordo ante su garganta seca. — Contactó a Riker, y él le dio mi dirección.
— Ya veo. — Contesté inexpresiva, fría. Sus ojos perturbados y temblorines se posaron en los míos, pidiendo a suplicas perdón.
— ¿Para que fuiste a mi apartamento ayer?
Un cosquilleo nada agradable se hizo notar en mi panza. Me mojé los labios, y recorrí la calle con la vista.
No quería contestar a eso.
— Dime. Por favor. — Lo pidió.
— Para hablar, solamente. Se me había metido la idea de que... — me detuve. No, esa idea ya no podía ni ser nombrada superficialmente por mis labios. La idea de Ross y yo haciendo el esfuerzo de estar juntos tenía que ser revocadas de mis pensamientos. Él obviamente parecía tener otros planes. — ¿Que Alice no tenía un hijo? — Reacomodé mis brazos sobre mi pecho, y ladeé la cabeza con ceño acusador. Y se alzó de hombros.
— Perdió al bebé.
— ¿Entonces por qué no volvió en ese momento contigo? Te hubiera ahorrado muchas experiencias. — Y si, lo había dicho. Ross me miró con rosto incrédulo, y yo posé mis ojos en un seguro arbusto de flores silvestres.
— Sus papás no le permitieron volver. — Aseguró él, aunque algo me decía que sus palabras no eran certeras de su parte. — ¿Qué idea tenías ayer que fuiste a verme? — Se acercó otros dos pasos, y yo me alejé el espacio suficiente como para que mi espalda topara con la puerta.
— Ya no importa.
— ¿Cómo lo sabes?
— Lo sé porque sé que el amor de tu vida volvió, así que ya puedes volver a Londres y hacer tu vida perfecta, con tu novia perfecta allá. — Lo observé severamente. Esa tristeza, de la noche a la mañana había sido cambiada por una inminente furia. Estaba enojada con Ross, ¡Demasiado Exaltada! — Salgo sobrando en el plan. Supongo que siempre lo hice.
— ¿Qué estás insinuando? — Ross me tomó fuertemente de la muñeca. Yo forcejeé, pero él no me soltó el brazo. Mantuvo su duro rostro durante bastantes segundos, y después se fue ablandando, hasta llegar a la culpa y la tristeza. — Lau, yo nunca estuve contigo para olvidar a Alice, nunca. Nunca me recordaste a ella. Yo estuve contigo, porque me enamoraste. Me enamoras, Lau. — Su mano recorrió desde mi muñeca abriéndose en ella, hasta mi mano. Entrelazó nuestros dedos, y con ella misma acarició el torso de la mía.
Aparté la mano de repente, sin permitirme emocionarme por eso. El pulso cardiaco de mi pecho obviamente mostraba que era mentira, pero no quise hacerlo obvio.
— Pero ahora está ella. — Ross alzó las cejas, y yo preferí aclararme. — Tu mismo me lo llegaste a decir: Yo me olvidaría de todo y de todos si ella llegara a volver.
— No si la persona que tengo que olvidar para hacerlo se quedó debajo de mi piel. — Habló grave, y sensualmente. Me erizó la piel.
Me mordí el labio, y moví mi cabeza un par de veces. Varios pares.
— Entonces, ¿Me dirás que ella vino en son de amigos? — Alcé la frente, y cualquier determinación en su rosto se perdió. — Ella no vino a buscarte para ser amigos, ambos lo sabemos. — Dejé caer mis brazos a los costados, y me determiné regresar dentro de la casa, pero Ross acortó la distancia y me tomó por ambos hombros, obligándome a mirarlo.
— No, no lo hizo, pero...
— ¿Me dirás que ya no sientes nada por Alice? ¿Podrías jurarlo? — Me dio una mirada glacial, y se tensó inmediatamente. Como dicen; el que calla otorga. Él no podía negar que no amaba a la chica. — ¡Felicidades Ross! ¡Aquí lo tienes! — sonreí con aparente cinismo — ¡El amor de tu vida también te corresponde! ¡Felicidades! ¡Tu sueño se cumplió!
— Entonces, ¿Por qué este ya no se siente como un sueño cumplido? — preguntó y chupó sus labios. — Se siente vacío, sin victoria. Vacío desde que mi sueño resultó ser alguien más.
— Tal vez siempre fue vacío, pero ahora es cuando te das cuenta. — Susurré. — Ve, se feliz con ella. La amas, y ella a ti. Vayan a terminar con su historia. Espero que ésta acabe en un "Felices para Siempre".

#BGFY


A Writer Without LoveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora