Capítulo 75

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~ Laura Marano~

Y ahí estaba el, con sus ojos bien abiertos y su mirada enganchada con la mía.
Mierda. Todo se iba a la mierda.
Su rostro no lo ocultaba; estaba igual que sorprendido que yo. De repente las luces a nuestro alrededor parecían enfocar todo su rostro, algo que el destino decidía hacer en mi contra para enfocar su cara y que se quedara grabada en mi cabeza por más noches.
— Lau —soltó Ross de repente. Mi garganta se secó; tenía púas en lugar de saliva—. Lau ho...
— Rydel, perdón por interrumpir, pero olvidé algo aquí.
Crucé la puerta, pasando por un lado de Ross, sin tocarlo. Crucé la habitación, hasta llegar a donde apenas hacía unos minutos Rydel y yo tomábamos un rico café; en la mesa de centro se encontraba, mi celular. Al llegar a la esquina, mientras intentaba llamar a Lucy, me di cuenta de que mi teléfono no estaba en el bolsillo, por lo que tuve que regresar.
Y al regresar, me encuentro con el pasado con patas y ojos bonitos.
Jódeme.
Me di media vuelta, y descubrí a Rydel y a Ross mirándome detenidamente.
No me podía detener en ese momento; tenía que irme lo más pronto de ahí, alejarme de los Lynch, olvidarme de todo.
— Lau, por favor —Ross dio un paso, acercándose a mí. Yo, sorprendentemente hice lo mismo, pero terminé por errarlo y caminar directo hacia la puerta, en dirección hacia el ascensor. Cuando la puerta se abrió, y entré, me di media vuelta mirando hacia el corredor, y observé como Ross salía del apartamento de Rydel, y se detenía en medio del pasillo. Mirándome.
La puerta se cerró, y con ella, mis nervios.

~ Ross Lynch ~

La puerta se cerró, llevándose mi única oportunidad de ver a Lau otra vez.
Me sentí vencido, y eso que solo la había visto por minuto y medio, quizás menos.
Escuché los pasos sigilosos de Rydel a mi espalda, y noté cuando se detuvo detrás de mí. No volteé; no tenía ganas. Solamente estaba mirando hacia el elevador, esperando que por arte de magia Lau volviera a subir. Pero no lo haría... ella valía más que eso. Valía más que un idiota que no se atrevió a luchar un poco más, y que a la primera resistencia ya se dejaba llevar.
Recordé entonces el momento en que Alice apareció frente a mi puerta, en Nove.

Esa mañana había despertado sin ganas de moverme; había estado acostado sobre mi cama todo el día, haciendo nada, aparte de mirar hacia el techo del pequeño departamento que había rentado.
Lau... mierda, esa chica me hacía sentir muchas cosas. Era extraño, porque justo cuando pensaba que mi corazón jamás volvería a desbocarse por otros ojos, otra voz ni otras manos, llega ella y hace que lo imposible se torne en milagro, y el milagro en realidad.
Me sentía... devastado, vencido. Pero tal vez Lau tenía razón; ¿Qué tal si aquello era nada más un amor de verano, y nos estábamos haciendo ilusiones de larga duración? Ya había sufrido muchas decepciones en el pasado, y por un instante le agradecí a Lau que hubiera terminado todo ahí, porque definitivamente no tenía la fortaleza como para aguantar otra. Sin embargo, cuando el sol de la tarde-noche de Nove se filtró entre mis ventanas, me di cuenta de que lo que pensaba no era más que una patética mentira: Ya me había hecho ilusiones. Ya me había enamorado. Estaba jodidamente enamorado de ella, y la decepción ya me la estaba llevando; estaba sintiendo lo mismo que había sentido cuando Alice me abandonó, pero en esa ocasión dolía más, quizás por el hecho de que lo de Alice no lo había visto venir; de repente, un día, ella se había ido; ni siquiera había tenido oportunidad de decir adiós. En cambio, con Lau, veía como se colaba entre mis dedos, escapándose de mis manos.
Realmente había tenido una esperanza, pero...
Y en ese mismo instante, el sonido de alguien tocando a la puerta rítmicamente me hizo erguir la cabeza. Me recargué sobre mis brazos sobre la cama, mirando hacia la puerta, cuando volví a escuchar el sonido. Me levanté precipitadamente, sin ni siquiera preocuparme por ponerme los zapatos. Caminé descalzo hacia la puerta; cuando tomé la perilla, lo único que podía pensar era "Lau", pero apenas abrí la puerta, me encontré con todo lo contrario: Alice.
Ahí estaba ella, con sus grandes ojos mirándome a la par y una sonrisa nostálgica, sentimiento que prácticamente inundaba todo su rostro. Apenas me vio, se lanzó a mis brazos.
Aún con ella rodeando mi cuello, mi cabeza seguía diciendo "Lau". Por alguna razón, mi corazón no se volvió totalmente loco cuando vi a aquella rubia que me había mantenido loco todos esos años, si no que seguía triste y roto por esa castaña que estaba a punto de irse hacia el otro lado del mundo.
"¡Ross! ¡Por fin te encuentro!" Dijo Alice, abrazándome. Bajó de mi cuello, y se plantó frente a mí; sostuvo mis manos, y dijo: "Tenemos que hablar".

— Ross —la voz de Rydel me trajo de vuelta a la realidad—. ¿Qué haces aquí?
Sus palabras me crisparon. Di media vuelta para quedar de frente, y mirarla cara a cara.
— No sé. Debería... —miré hacia el suelo; estaba juntando determinación. Y cuando ésta se coló por mis poros llegando al punto máximo de su encuentro, lo supe— No sé qué mierda estoy haciendo en este pasillo, cuando debería de estar siguiendo a Lau.
Levanté la vista, y miré a Rydel. Estuve a punto de girar para irme corriendo por las escaleras de servicio, pero la mano de mi hermana en mi brazo detuvo mi intensión.
— No lo hagas —dijo, reteniendo el aire—. Ross, es patético. Estás con Alice, amas a Alice. Si quieres estar con ella, ¿por qué quieres ir a ilusionar a Laura con algo que tanto tu como ella saben que nunca ocurrirá?
Era egoísta. Patético. Poco hombre. Idiota. Una coña. Pero no podía dejar que todo eso se terminara ahí... No sabía lo que pasaría, simplemente tenía que hablarle. Lo necesitaba, y sería totalmente egoísta si para hablarle otra vez tenía que serlo.
— No sé lo que vaya a ocurrir, pero solo quiero tener la oportunidad de elegir.
— ¿Elegir? ¿Entre Alice y Lau? — Rydel bufó, poniendo los ojos en blanco. — Para mí, ya hiciste la elección, al volver con Alice y dejar a Lau. Si seguiste a Alice a Paris, ¿por qué no pudiste seguir a Lau a Boston?
Me quedé en silencio. Sentía como un segundero interno sonaba cada vez más fuerte dentro de mi cabeza. <<Se te está acabando el tiempo. Un poco más, y perderás su pista>> pensé. Después de aquel pensamiento, eché a correr hacia donde sabía, estaban las escaleras.

...

Cuando llegué a la recepción, no encontré más que al portero, y una lluvia fuerte que había empezado a caer sobre Londres. Las grandes gotas de agua nublaban la vista desde el cristal hacia el exterior; no se veía gente transitando, y eran pocos los carros que pasaban, y terminaban dejando el eco de sus llantas sobre el asfalto empapado.
No tenía tiempo para dudar, así que, en lugar de eso, me acerqué al portero —quien convenientemente sostenía un paraguas a un costado—, tomé el paraguas, y saqué un par de billetes de mi cartera. Ni siquiera le di oportunidad para que hablara, simplemente salí hacia el exterior.
El agua caía en picada; no había aire, por lo que no caían de costado y el paraguas era suficiente como para mantenerme totalmente seco. Miré hacia ambos costados de la calle, sintiendo como tentaba a la suerte; no veía a nadie. Podía haber tomado cualquier dirección, pero... ¿cómo saber dónde estaría? ¿Qué dirección había tomado?
Miré hacia la derecha; la lluvia me impedía ver más haya que unas cuantas cuadras, pero no vi a nadie. Sin embargo, cuando miré hacia la izquierda, vislumbré a lo lejos a algunas cuantas personas que caminaban bajo la lluvia, todas con paraguas. Si conocía bien a Lau, mínimo intentaría ir a algún lugar concurrido donde encontrar un taxi para volver a su hotel, o algo por el estilo.
Esperaba con todas mis fuerzas que fuera así.
Eché a andar calle abajo, hacia el Este. En la primera cuadra no me topé más que con un hombre y una niña pequeña que iban huyendo de la lluvia, pero cuando llegué a la esquina de la segunda cuadra, descubrí a una chica —sin paraguas— que caminaba debajo de la lluvia, intentando cubrirse con las manos. No pude evitar soltar una risa; se veía tan cómica. Definitivamente era una turista: Cualquiera que viviera en Londres sabría que nunca hay que salir de casa sin un paraguas, mucho menos en pleno diciembre.
Crucé la calle, y troté debajo de la lluvia. Cuando estuve a unos cuantos pasos de Lau, me detuve. Se veía tan... indefensa.
Retomé el paso, pero a un paso un poco más natural. Lau caminaba de manera lenta, mirando hacia los carros que pasaban; supuse que esperaba a que alguno de esos fuera un taxi.
No había ni un solo taxi sobre esa calle.
Entonces, acorté totalmente la distancia. No dije nada, solamente me acerqué, y la cubrí con el paraguas. Ella giró precipitadamente, y cuando sus ojos se toparon conmigo, éstos se abrieron como dos grandes naranjas, expectantes.
— Sí que eres una turista —reí—. ¿No sabes que nunca debes de salir en Londres sin un paraguas? Creo que no te enseñé bien en el verano.
— ¿Qué quieres? — preguntó, y dio un paso en reversa, alejándose de la sombra del paraguas.
— ¿Proporcionarte un paraguas para cubrirte del agua? — Alcé una ceja, y ella me miró con desconfianza. — Te vas a enfermar.
— Prefiero eso a....
— Wau... — la interrumpí—. Me alegra saber que aún sigues igual de orgullosa y terca. La misma Lau.
Lau se quedó en silencio, y me observó, con sus labios fruncidos y los brazos abrazando su pecho.
De la nada, se echó a andar otra vez, dejándome detrás de ella. Le seguí el paso; tenía el puño cerrado, y caminaba sin voltear hacia atrás.
La misma orgullosa y terca Lau del verano... era bueno saber que eso no había cambiado, al menos.
— ¡Eh! — grité, y le seguí el paso. Me emparejé a su lado, tapándola con el paraguas, pero en su intento por que no le cayera más agua me empezaba a mojar a mí. — ¿Por qué no puedes detenerte unos segundos?
— Tengo algo que hacer.
— ¿Qué?
— Alejarme de ti, eso.
Continuó caminando; cuando llegamos a la esquina de esa cuadra, gracias al semáforo en rojo se detuvo, y yo la tomé del brazo, obligándola a verme.
— ¿Por qué?
— Porque no quiero verte, ¿no es obvio?
— Pero yo a ti sí.
— ¿Crees que eso me importa?
— Debería, sí.
Nos miramos, enfrentándonos a nosotros mismos con los ojos. Lau refunfuño, molesta, y yo tan solo intenté reprimir una sonrisa.
— Tengo algo que decirte. —Ella alzó las cejas al ver que no contestaba, y yo carraspeé la garganta, haciéndome el serio. — Hola.
Lau rodó los ojos, y justo en ese momento el semáforo se cambió a verde. Cruzó la calle tres segundos antes que yo, mojándose de nuevo, y yo tuve que emparejarle el paso otra vez.
— Estas empapada.
— ¡Wau! ¡Señor Observador! —alzó los brazos de manera sarcástica— Y déjame adivinar, ¿me empapé con agua? —Me miró por sobre su hombro, y puso los ojos en blanco.
— Wau... sí que eres violenta.
— Gracias.
— No era un cumplido.
— Lo tomaré como tal —sonrió, y continuó caminando.
Al llegar a mediados de la siguiente cuadra, la detuve sosteniéndola del brazo. Ella giró, y se estampó contra mi pecho. La abracé por la cintura, y sonreí con suficiencia.
— Parece que este es el único modo en que el paraguas nos cubre a los dos.
Los ojos de Lau titubearon, y yo le sonreí. No dijo nada, tan solo se mantenía quieta, mirándome con sus ojos llenos de expectación.
— Hola. ¿Puedo ser un buen amigo y ayudar a que no te enfermes de catarro y no empieces el año nuevo en cama?
— ¿Cómo pretendes hacer eso?
— Tengo mi departamento a dos cuadras de aquí, hacia el norte. Llegas, te cambias de ropa y te vas seca a tu hotel.
— ¿Por qué no he de irme directo a mi hotel, sin la escala a tu departamento? — Alzó la ceja, y rodó los ojos. — No lo creo, no quiero meterme en tu departamento.
— Vamos, no seas tan terca. No conseguirás un taxi sobre esta zona; lo quieras o no, por aquí no pasan taxis. Es la zona rica de Londres, los que viven aquí regularmente vienen en auto propio, o con choferes. No taxis. Así que a menos de que quieras continuar caminando como desquiciada debajo de la lluvia, deberías de ir a mi departamento y dejar que te ayude. Soy tu amigo, ¿No? Eso es lo que un amigo haría.
Ella se quedó en silencio, y se separó apenas unos centímetros de mí, incluyendo su cuerpo del mío.
Supe que había ganado.

...

El departamento estaba oscuro, y vacío. No había estado ahí desde hacía unos meses, pero el servicio de limpieza se seguía pasando todas las semanas para despolvar los muebles.
Lau tintinaba de frio cuando entró; escaneó la habitación, y yo encendí la luz para después cerrar la puerta detrás de nosotros.
Mi departamento no era la gran cosa; tenía una excelente vista del edificio continuo, pero eso sí, a lo lejos se podía ver el Big Ben. Bueno, eso era en la mayoría de los departamentos y casas de Londres.
— Que... lindo —susurró Lau, y yo no pude sonreír a su espalda.
— Tal vez sea mejor que te des un baño —objeté, y ella giró para mirarme—. En el baño hay toallas, y te pasaré ropa seca. Y un par de calcetines.
— Un par de calcetines suena perfecto —coincidió; acto que me resultó una sorpresa.
Caminé hacia mi habitación, y escuché como ella me seguía el paso. Era un cuarto grande, solamente con una cama tamaño King size y una televisión plasma empotrada a la pared; junto a la tele se encontraba la puerta del baño, y debajo un cajón de calcetines y ropa interior.
Al llegar a Londres esa mañana, Riker y yo habíamos tomado tiempo para ir a Charlie's House, un restaurant-bar que se encontraba localizado en el centro. Estando ahí, mandé a los mozos para que arreglaran mis maletas en el closet del departamento, para así no tener que llegar y arreglarlos yo. La decisión más acertada, sin lugar a dudas.
— Ahí está el baño —señalé hacia la puerta cerrada.
Del otro extremo de la pared, estaba la puerta del armario. Rebusqué entre mis cosas alguna camiseta caliente, y un pantalón que me quedara pequeño.
Lau estaba inspeccionando el lugar con la mirada, de pie, en medio de la habitación. Tintinaba de frío, y yo le tendí la ropa en sus brazos. Ella la tomó, mientras que yo iba hacia mi buró y tomaba del último cajón un par de calcetines negros grandes.
— Son los más calientes que tengo. Dentro del baño hay toallas y todo lo que necesitas.
— Gracias. — Dijo ella, y por primera vez me sonrió.
Podría ver su sonrisa todo el día.
Podría verla todas las mañanas.
Lástima que amanecíamos en hemisferios opuestos.
Lau entró al baño, y cerró la puerta detrás de ella. Yo caminé hacia mi cama, y me recosté boca arriba, con mis brazos flexionados sobre mi cabeza.
Entonces me pregunté, ¿qué mierda estás haciendo, Ross?

Después de 20 minutos, Lau salió del baño con ropa que posiblemente era el doble de su talla. Los pants se podían ajustar, sin embargo, aun amarrándolos le quedaban colgando de las caderas. Tenía puesta la camiseta de UG (una universidad a la que ni siquiera había ido, pero aun así tenía la camiseta), y caminó solamente con los calcetines.
— Me veré ridícula si llego a salir con esto a la calle.
— Oh vamos, todos han tenido la urgencia de "ropa mojada" aquí. Ni siquiera te notarán.
— Oh, eso es reconfortante —puso los ojos en blanco, y sonrió levemente.
Me encontraba recargado en el respaldo de mi cama; Lau llegó y se sentó en el borde.
El silencio nos inundó; ese era el momento que temía. ¿Que se supone que le diría a partir de ahí?
No sabía, pero en cierto modo no quería decir nada. Solamente quería estar con ella, a su lado, observándola. Preguntándome dentro de mi cabeza qué es lo que había pasado durante esos cuatro meses en los que nos mantuvimos separados; cuestionándome sus pensamientos, y si ella se preguntaba qué había ocurrido conmigo. Solo eso.
Lau me miró, y me sonrió. Todo fue mejor con sonrisas.

Las horas pasaron, y sorprendentemente teníamos mucho de qué hablar. No dijimos nada del pasado, tampoco del futuro, solamente hablamos de cosas triviales, como lo ridícula que se había visto al caminar por la lluvia sin paraguas, o cómo es que había terminado en Londres. Me contó sobre la universidad, sus clases, y me confesó que había ganado la beca con 300 puntos por encima del chico que terminó en el segundo lugar, y también me explicó un poco sobre su nueva vida con Lucy.
Yo simplemente le conté sobre mis planes a futuro, los negocios que estaba empezando a emprender, como una relojería era lo que tenía en Londres, y como no quería dejar atrás mi sueño de tener mi viñedo propio algún día.

Resultaba extraño hablar con ella, después de todo lo que habíamos pasado. Pero, para eso habíamos terminado como amigos, ¿No? Para olvidarnos del pasado y poder seguir en contacto.
Después de aquel día, presentí que tal vez, al final, si podría reprimir mis inminentes sentimientos hacia ella y podría llegar a ser amistad.
Solo tal vez.
Y digo esto último, porque aún seguía notando el modo en que su risa me causaba eco en el pecho, o como mis manos sentían cosquilleo por quitar el cabello húmedo que se pegaba a su frente de su cara.
Aún sentía cosas por Lau, eso era definitivo. Eso quizás jamás se iba a ir, esa sensación de enamoramiento; en ese instante Laura era más un amor platónico que una realidad, sin embargo, me gustaba verla feliz, y si para verla así tenía que reprimir lo que sentía, entonces lo haría.
Aunque a veces, pensaba, no me era indiferente. Observaba el rojo carmín de sus mejillas, como no podía sostenerme la mirada más de tres segundos sin antes apartarla, o como sus ojos cuando se miraban con los míos gritaban que me querían. No era ciego, en lo absoluto; sentía que ella lo sentía. Pero prefería mil veces ocultarlo e ignorarlo, a no volverla a ver.

La lluvia caía sobre Londres de modo épico; el cielo estaba totalmente negro, y había relámpagos que alumbraban el cielo de manera elocuente.
Sonreí para mis adentros; tal vez, si el clima seguía de aquel modo, podría seguir hablando con Lau más tiempo.
— ¿Qué hiciste para navidad? —pregunté, llevando un puñado de palomitas hasta mi boca. Habíamos tenido la magnífica idea de preparar unas palomitas con caramelo y otras con pura mantequilla, así que estábamos sentados en la cama, con dos recipientes casi vacíos de palomas.
— La pase con Lucy, Ronny y Yannin, una amiga de Ronny en casa de ella. Su familia siempre nos ha recibido muy bien, y pues era el cumpleaños de Lucy, así que lo hice doblemente especial.
Asentí, pensativo, y continué conmigo.
En el instante en que el último crujido de la paloma en mi boca se terminó, y concluí por tragármela, una descarga eléctrica fue resentida en los focos de mi habitación, y de repente, nos quedamos a verdadera penumbra. No costó muchos segundos darme cuenta, por la oscuridad de la ciudad, que había sido un apagón general.
Lau y yo nos quedamos inmóviles, hasta que yo me puse de pie y caminé hacia la gran ventana de mi habitación.
Sí, todo estaba oscuro; ni un solo edificio tenía ni una sola luz prendida. La lluvia había generado un apagón.
— ¡¿Qué?! ¡¿No hay Luz?!
— Eso parece.
Lau se puso de pie, aunque no se movió; nuestros ojos aún no se acostumbraban a ese nivel de oscuridad después de pasar de tener todas las luces de mi habitación encendidas.
— ¡Mierda! — dijo ofuscada, y escuché como soltaba un bufido. — Y ahora, ¿cómo regresaré al hotel? — soltó un suspiro lleno de frustración, y yo miré hacia dentro del oscuro cuarto, distinguiendo su sombra.
— Podrías... quedarte. Dormiré en el sofá, tú puedes descansar aquí.
— No sé si sea buena idea.
— Dijiste lo mismo sobre venir a mi departamento, y henos aquí.
Se hizo el silencio. Por unos segundos, hasta dudé que Lau siguiera en la misma habitación conmigo.
Después de unos cuantos minutos, mi vista se acostumbró. Pude ver a Lau casi perfectamente, sentada en el respaldo de mi cama.
Me acerqué, y me senté a su lado. No dije nada.
Ni ella, ni yo.
Pero de repente, sentía como si tuviera que decir algo.
Tal vez había sido que la oscuridad, y el hecho de no verla a la cara me había dado valor, pero tenía la necesidad de pedirle disculpas. Disculpas por no haber sido lo suficientemente bueno, por no haber sido lo que ella esperaba. Le quería pedir perdón por haberme dejado llevar por la primera mala racha que teníamos, y no haberme permitido luchar un poco más por ella. Quién sabe... quizás ese "poco más" hubiera bastado, y en ese mismo instante estaríamos juntos, en lugar de "solo en la misma habitación". Tal vez había dado todo por sentado muy rápido, quizás...
— Lo siento.
Su voz me dejó perplejo, haciendo eco en la habitación. Ella había dicho lo siento; ¿por qué? ¡Ella no había hecho nada! ¡El que había cometido el error había sido yo!
— ¿Que dices?
— Siento haber renunciado a todo tan rápido, Ross —dijo, y noté como tragaba saliva en su garganta seca—. Di por sentadas muchas cosas, dije cosas que no quise decir. Sé que ahora mis palabras no tienen cuerpo ni lógica, pero...
— No digas nada —le pedí—. Por favor. Me mata ver cómo te culpas por algo de lo cual yo soy el único que tiene la culpa.
— ¿Tú?
— Si, yo —susurré, con los dientes apretados—. Yo fui el que no luchó por ti, no te insistí. Eso no es lo que te mereces... tu mereces a un hombre que mueva mar y tierra para estar contigo. Siento no haber sido ese hombre.
Otros segundos más de silencio.
Para esa ocasión, ambos nos habíamos acostumbrado ya a la oscuridad del cuarto. Sus ojos estaban brillantes, y verlo me asustaba. Veía como su pecho se inflaba conforme respiraba con dificultad, y sentía como mis sentidos se agudizaban cada segundo un poco más.
Me sentí tan débil, y tan fuerte al mismo tiempo.
Vaya... sí que quería a esa chica. Y lo hacía con cada fibra de mi cuerpo.
Puede sonar ridículo el hecho de que hubieran pasado meses, y yo lo siguiera sintiendo como el primer día que la besé, o como la primera vez que le dije "te amo", pero las cosas más verdaderas y reales suelen ser las más ridículas y sin lógica.
Lau bajó su rostro, y yo no pude evitar acercarme a ella. Con mis dedos en su mentón elevé su rostro, y la obligué a que me mirara.
— Te quiero, Lau. No sé qué mierda hiciste conmigo, que han pasado meses y te quiero inclusive más de lo que te quería en Italia. Y duele, duele mucho, porque sé que lo nuestro no podría ser posible. Pero al mismo tiempo me siento un canalla por no luchar por ti.
Sus ojos, sus labios, todo me llamaban. Ella me necesitaba, al igual que yo la necesitaba a ella. ¡¿En qué momento todo se había vuelto tan complicado?
— Y entonces, ¿por qué no lo haces?
Me erguí, enderezando mi espalda, y viéndola con semblante serio. ¿Lo... lo había dicho enserio? ¿Lau quería que luchara por ella?
No sabía, pero sabía que no descubriría la respuesta sentado, mirándola solamente.
Así que me acerqué.
Y conforme me acercaba, mis latidos aumentaban.
Y mi mente se desenchufaba del mundo.
Y todo parecía dar vueltas.
Pero al mismo tiempo, todo parecía más en su centro que nunca.
Y entonces, cerré los ojos.
— Te quiero. — susurré.
— Yo también te quiero, Ross —susurró ella.
Y entonces, nuestros labios se tocaron.
Todo estaba bien.
Todo estaba mal.
Pero de algún modo, todo estaba perfectamente imperfecto, y amaba esa sensación.
Llevé mis manos hasta sus caderas, y para cuando me di cuenta Lau me abrazaba el cuello con fuerza. Pasaba sus manos por mi espalda, mi pecho, y mis brazos, cuando los besos se volvieron más intensos.
Sin separar nuestros labios de entre sí nos adentramos en la cama; acariciaba su espalda, y pasé mis manos por sus muslos y sus piernas.
Entonces, simplemente ocurrió.
La ansiedad se apoderó de dos cuerpos débiles que estaban enamorados en silencio, y nuestros corazones tomaron las riendas de las que normalmente el cerebro tenía el control. Lau pasaba sus manos por debajo de mi camiseta, y yo terminé por quitármela.
— Te quiero. — susurró entre besos.
— Te quiero más —le contesté. Sabía que esa noche iba a ser simplemente inolvidable. Lo supe cuando yo le quité su camisa, y ella me besó sin restricciones.
Nos recostamos en la cama; lo que vendría era inevitable.

#BGFY

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