Capítulo 9

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"Sigo sin saber la fecha, lo siento.

Querido... ¿Diario? No, olvídalo.

Sigo sorprendida, con la mente en blanco ante la idea de todo lo que Ross puso de repente en mi cabeza. Por el modo y la profundidad que describía a Alice, se notaba inmediatamente que todavía sentía cosas por esa chica, y que jamás la olvidaría... Eso era más que un hecho. El pobrecito se abrió ante mí, dejándome la combinación de aquel candado viejo y oxidado que él representaba metafóricamente; estaba segura, esa era de las pocas veces que había hablado abiertamente del tema, sin prejuicios. Si, tal vez fui... Molesta, pero todo lo que Ross me contó, solo provocó que una nueva posibilidad se abriera ente mis ojos, una nueva clase de amor. El estaba tan enamorado, que no le importaba el engaño, ni el hijo de otro hombre, ni que no fuera su sangre, lo sacrificaría todo para formar aquella familia que siempre había deseado con ella. Ese amor, vamos a llamarlo, Amor Sin regaña dientes... Respectivamente".

Desperté tarde aquel sábado. Me había pasado la noche escribiendo hasta que recordé que el tiempo seguía corriendo, aunque mientras tenía la pluma en mano, no lo veía así. Eran las 3:24 de la mañana cuando un bostezo me recordó el reloj.
El sonido de voces entrando a la casa despertó mi interés. Salí de entre las sabanas, y aun en pijama me aventuré al pasillo, con mi cabello sostenido en un 'chongo' enmarañado a lo alto de la cabeza, y mi cara con la marca de la almohada aun.
- Buenos días principessa. - dijo mi abuelo con una sonrisa. Detrás de él, los gemelos Paulette y Omar, y Dianne, sentados en el comedor.
- ¡Oh! ¡Ely! - sonrió Pauly. - ¡Hoy es día de carnaval! - sonrió la morena. Yo asentí aparentando sorpresa grata, aunque la verdad era que no me importaba en lo mas mínimo. - tienes que ir.
- Lo siento, quiero enfocarme en escribir por ahora. - contesté apenada. - Pero, invita a Ross, estoy segura de que aceptara con mucho gusto. - le guiñe el ojo, y ella sonrió de oreja a oreja.
- Vamos Lau. - insistió Omar - tienes mucho tiempo como para poder escribir, diviértete un poco.
- El problema es que hoy me siento inspirada, y esa inspiración quizás no la tenga mañana. - suspiré, y salí de la cocina, para irme a vestir.

...

El viento jugueteo con mi cabello, otra vez. Tomé el lápiz en mi mano, y comencé a escribir de nuevo, mientras que mirando al mar mediterráneo, tan cristalino y puro, las palabras salían de la punta de grafito como si tuviera alguna clase de diccionario al lado. A veces, la perfección está en los ojos del espectador... Por eso es que yo amaba tanto aquel hermoso lugar de rocas a desniveles.
- ¡Lau! - una voz masculina se escuchó desde la playa. Ross se acercaba hacia las rocas, escalando la primera. - ¿Qué haces?
- Escribo. - contesté un tanto irritada, ¿Que no es obvio? - ¿Y tú? ¿Qué estás haciendo aquí? - cerré el cuaderno sobre mis piernas, con la pluma entre las hojas. Él llego a la tercera roca, y se sentó junto a mí.
- Estoy aburrido.- admitió a duras penas.
- Y.... ¿Tengo cara de payaso para que te diviertas o qué? - él soltó una carcajada ruidosa, mientras que yo solo sonreí y reí un poco.
- Tu prima me ha invitado al carnaval... ¿Quieres venir?
- Prefiero quedarme en casa a escribir, gracias. - miré hacia las olas del agua chocar ferozmente con las rocas.
- ¡Anda! ¡No me dejes solo en esto! - giré rápidamente la cabeza para mirarlo, confundida. ¿De cuándo a acá Ross y yo éramos amigos? - Paulette me da miedo. - admitió avergonzado. Yo solté una enorme risotada. - Es un poco acosadora...
- Si bueno, A Pauly le gustas, según ella es parte de sus movimientos para sacarte un beso. - el calló, mirando hacia la poca espuma del mar que había caído sobre nosotros. Las olas estaban muy locas ese día.
- Si bueno... Dale, acompáñame. - sonrió de oreja a oreja.
- No lo sé Ross... ¿Por qué crees que casi no me gusta salir al pueblo? Porque toda la ciudad me conoce, y no puedo aguantar las preguntas acosadoras ni las miradas de desapruebo. - suspiré. - este pueblo puede ser tu mejor amigo, pero si cometes un paso en falso, se puede convertir en tu peor enemigo.
- ¿Que paso en falso cometiste tu?
- Yo no, mi madre. - Trague gordo, sin poder ver a Ross a los ojos. - Hace ya dos años que mi papá falleció, ella consiguió pareja a los 6 meses, y se casaron después de 4 meses más. No habían pasado ni el año, y mi mamá ya tenía una nueva familia.
- Eso se llama dejar el pasado. No le veo nada de malo.
- Ni yo. - lo miré - pero en Italia, el casarte en menos de 12 meses después de alguna tragedia familiar como quedar viuda, es como alguna clase de pecado... - me quedé pensativa, pensando en aquella pelea que había tenido con mi madre, y el porqué dejé la casa y me fui con Ronny a su pequeño departamento en Boston; ese día, Brian, el nuevo marido de mi madre había llegado gritando, y borracho, asustándome tanto a mí como a su hija menor, una pequeña de 4 años llamada Zanny, mi hermanastra. Mi mamá y Brian comenzaron a discutir fuertemente, y después el se fue enojado hacia alguna cantina. Entonces, yo me puse histérica, al igual que ella, y comenzamos a discutir, tanto, que hasta me fui de la casa. Desde ese día, no había visto a mi mamá...
- Como sea, - continuó el. - Realmente me encantaría que me acompañaras. - sonrió de oreja a oreja. - te veo haya, claro, si es que al final decides ir... - sonrió, y descendió en cortos brincos las rocas. Mientras que yo lo miraba alejándose por la arena... ¿Por qué no?

Luces fosforescentes, gente caminando en las calles, y toda la alegría que el pueblo emitía, era detonante principal aquella noche de cielo estrellado.
Ross, Pauly, Isabella, Omar, Leo y yo habíamos decidido dejar por unos momentos la cena familiar, y nos dirigimos a la feria, donde los juegos temáticos eran cosa novedosa. A lo lejos, se escuchaba el agudo grito de alguna chica en algún juego que le causaba terror.
- ¿A cuál primero? - preguntó Omar, sin dirigirnos ni siquiera la mirada. Yo suspiré: no tenía nada de ganas de subirme a ningún juego, mi abuela me había obligado a comer doble ración de casi todo en la mesa, y si tenía muchos aguaitamientos podría terminar revolviéndolo todo y sacándolo, osea, vomitando.
- ¡Las sillas! - grito Isabella Emocionada, mientras señalaba con un dedo el juego. Todos volteamos la cabeza para mirarlo. Ese juego, siempre me había gustado, desde que tenía uso de memoria, y lo mejor era que no me mareaba, ya que las vueltas no eran sobre un mismo eje, sino que eran extendidas y grandes.
- ¡Sí! - dije emocionada, dirigiéndome hombro con hombro de Isabella y Leo hacia el juego. Los otros tres nos siguieron muy de cerca.
Llegamos a la atracción, donde toda una ronda de chichos estaba bajando del juego. Pasamos casi inmediatamente, y casi inconscientemente, me senté junto a Leo, en una de las sillas voladoras. Atrás de nosotros, se sentaron Omar e Isabella, y detrás de ellos, Ross y Pauly... Que incomodo para el Rubio.
Ese primer juego, estuvo bien. Sentías el aire frio chocar con tu rostro, y como tu cabello volaba siendo intimo amigo del viento.
Después de ese juego, todo lo que hicimos fue tontear, aunque Ross parecía estar pegado a mí como una chinche, y se subía a todos y cada uno de los juegos conmigo.
- Vamos, no me dejes solo. - dijo suplicante. - Pauly realmente me aterra...
- ¿Y por qué te tendría que ayudar? - encorvé una ceja, mientras me sentaba en un puesto del Himalaya. - Digo, tú y yo no somos amigos, llevamos la fiesta en paz...
- Si me ayudas, juro que seré como tu conejillo de indias en eso del romanticismo. - fruncí el ceño. - te ayudaré en todo lo que necesitas, hasta le coquetearía a una desconocida para que veas su reacción o que se yo, no sé lo que cruce por tu cabeza.
- ¿Lo juras? - pregunté un tanto desconfiada. El sonrió victorioso, y se sentó a mi lado en el carrito, dejando ni un solo milímetro de espacio entre nuestros cuerpos.
- Por una ardilla mordiendo una cuchara. - yo sonreí, y solté una carcajada.
- ¿Una ardilla mordiendo una cuchara?
- Yo me entiendo. - sonrió, y en eso el juego empezó.

...

- No... Ni loca, vomitaré. - dije reteniéndome de aquel aterrador juego... Aterrador para mí. Era uno de esos en los que lo único que haces es dar vueltas y vueltas, y conociéndome, terminaría con unas tremendas ganas de vomitar.
- ¡Vamos Lau! - suplicó mi compañero. - No va a pasar nada! ¡Aquí estoy yo!
- ¡Huy si Ross ¡Eso me reconforta! - dije irónica, con sarcasmo. El frunció el ceño como ofendido. Se acercó a mí, y colocó sus labios en mi oído.
- Lo prometiste. - susurró. - Lo juraste. - giré mi rostro, y por un momento me había decepcionado de mi misma, claro, debo de cumplir promesas y no lo estaba haciendo... Suspiré vencida, y al final, terminé subiendo de mala gana al juego.
Mi actitud en ese momento era de negatividad total; ¿Cómo podría estar positiva sabiendo que saldría de ese juego con el estomago boca arriba a punto de ser expulsado por mi esófago?

...

Bajé lentamente las escaleras de madera. Uno de los encargados del juego me ayudo a bajar sosteniendo mi mano. "¿Tan mal me veo que piensan que necesito ayuda?" susurró una pequeña voz proveniente de mi subconsciente. A duras penas, logré estabilizarme en el asfalto, después de aquel juego de vueltas sin fin y mareos interminables.
- ¿Lau? - Escuché la voz de Omar a lo lejos, mientras que intentaba ver desde donde me hablaba, pero al darme media vuelta, me di cuenta de que estaba justo detrás de mi.
Todo alrededor daba vueltas; las luces parecían esparcidas como en una carretera, como si todo estuviera viajando a mas de 30 Kilómetros por hora. Sentí unas manos grandes sostenerme de ambos brazos, y después de mirar dos veces, era Ross el que me hablaba, cara a cara. Me tarde un poco en estabilizarme después de eso.
- Quiero ir a casa. - dije al final, mientras colocaba una mano justo en mi estomago... No me sentía nada bien.
No escuchaba nada de lo que ninguno de ellos decía, ni tampoco quería acero. Lo único que necesitaba en aquel momento, era una cucharada de bicarbonato de sodio para asentar el estomago, después un baño, y al final ir a dormir plenamente después de aquella pesadilla de juego.
Las voces de mis primos y de Ross se escuchaban lejanas, como si me gritaran desde un edificio de 72 pisos, estando ellos en el balcón del piso 72 y yo en él lo vi.
Caminé a duras penas por toda la feria, hasta llegar a la salida. No tenía conciencia de lo que hacía, estaba como aturdida, solamente me faltaba cerrar los ojos para parecer una sonámbula.
-¡¿Podrías tener la madurez de contestarme?! - de repente, fue como si todo volviera a su sitio. Un grito me sacó de ese estado de autocontrol en el que estaba, provocando que me sobresaltara. Giré inmediatamente, y me topé a Ross, frente a frente, tan cerca que casi rozaba piel con él.
- ¿Qué? - pregunté esputrefacta.
-¡¿Por qué me ignoras?! ¡Yo solo intentaba ayudarte! - dijo enojado. "¿Sera que me había estado hablando y no me había dado ni cuenta?" - ¡Contesta!
- ¡No me grites! - le grité aun más fuerte. "Si, está enojado... Pero a mí, nadie me grita. - ¡No tienes el mas mínimo derecho de hacerlo!
- ¡Tú no tienes el más mínimo derecho de ignorarme! - empezó a caminar, continuando por la playa. Estaba obscuro, tanto, que las olas del mar eran difíciles de visualizar.
-¿¡Ah no?! - caminé detrás de él, y lo tomé del brazo obligándolo a que se diera media vuelta. - ¡Gracias a ti mi estomago esta de cabeza y tengo la comida de mi tía Dinn en la boca de la garganta a punto de ser regresada!
- ¡No me culpes de las promesas que tú misma accedes a cumplir! - cruzó los brazos sobre su pecho, al igual que yo. Nos enfrentamos con la mirada. Él tenía razón, yo lo había prometido, pero mi orgullo era tan grande que jamás me iba a rebajar a darle la razón. Antes muerta y decapitada.
- Tu pudiste haber evitado el juego también. - dije ya en mi volumen de voz natural, pero aun así con un tono afila-navajas.
- Habías prometido que te subirías conmigo en el juego. No es mi culpa que seas tan 'princesa' que no aguantes unas cuantas vueltas.
La sangre del coraje me empezó a hervir, hasta que estuve a punto de contestarle, pero Ross me dejó con la palabra en la boca al dar media vuelta y continuar caminando con paso vacilante hacia la casa.
-¡Hey! - grite enojada, es más, furiosa. ¿Podría existir alguien más insoportable que Ross? - ¡Ross! - grite aún más fuerte. -¡¿Ahora me dejaras aquí sola después de lo que me hiciste?! - grité aun mas enojada, cruzando (otra vez) los brazos frente a mi pecho. Vi la figura del castaño cappuccino detenerse a lo lejos. Sonreí malévolamente. "Eso Laura... otra vez ganaste". De la nada, Ross dio media vuelta, y caminó con el puño cerrado hacia donde yo me encontraba. Yo tan solo lo miraba victoriosa, cuando en ese instante, llegó frente a mí y me levantó como si fuera una ligera pluma, haciendo una cargada de novia.
- ¡Bájame!
-¡Decídete!
-¡Decido que me bajes!
-¡Me refería a que te decidieras entre si te quieres quedar sola o quieres ir conmigo!
Me tenía contra su pecho, y mi mareo no ayudaba en nada a que lograra bajarme, al contrario, provocaba que me mareara más. En un momento descabellado, abrasé a Ross por el cuello, y me oculté en su pecho, intentando no mirar hacia el suelo que tanto asco me causaba. "Si Vomito sobre ti, no te pongas de princesa Lynch..."
- Eres un idiota. – susurré aun oculta entre su hombro y su cuello. Aunque no lo vi, sentí como sonreía victorioso...
- Gracias, tú también eres linda cuando te enojas – soltó una enorme carcajada, mientras que yo golpeé con mi puño su pecho. – Después de que soy amable, me pegas... ni tú misma te entiendes Laura.
- ¿Amable? – pregunté estirando mi cuello, alejándome de su pecho, lo cual fue una muy mala idea, ya que el mareo hizo presencia, y más de la que ya estaba. Con todo el orgullo de por medio, volví a cerrar los ojos y ocultarme en su pecho. – Eres un idiota. Y no es un cumplido.
- Vamos, estas amando este paseo. – Me sorprendía gratamente como el no chistaba por llevarme cargando por todo el margen de la playa... - Hasta me abrazas y te acurrucas! Eso no es desprecio...
- ¡No no no no no! No lo malinterpretes! – exclamé sin atreverme a levantar la mirada. – estoy a punto de vomitar, este es el único modo de que me siento mejor.
- Lo sé... ¿Qué tal si admites de una vez que te gusto y terminamos con todo esto? – "W H A T?"
- ¿Gustarme? ¿Tú? ¡Jajajaja! – solté una falsa carcajada. – antes salgo con el perro de Isabella a salir contigo.
- Lo que digas... - dijo dándome la luz verde. Yo bufé irritada.
Seguimos caminando en silencio, yo no podía pensar con tal asco y dolor de estomago, y la verdad no me importaba lo que Ross estuviera pensando en aquel momento; era un verdadero patán. Quizás cuando se trataba de Alice era todo una pera en dulce, pero si no era un tema sobre la rubia, era un completo, y total idiota.
- Te propongo algo. – habló de repente después de varios minutos de completo silencio. Solo sentí como comenzábamos a subir la colina. – Tregua. – admitió al final. – tú me ayudas a deshacerme de Pauly, y yo te ayudo en todo lo que necesites con el romanticismo. No nos ofenderemos, ni nos trataremos mal, ni hablaremos con maldiciones como estas acostumbrada tú y todos los americanos mal hablados. – bufé ofendida. Él rió. – me iré de Nove en unas semanas, en las que no quiero tener que aguantar a la irritable de tu prima, y tú tendrás tu ensayo sobre el amor al final del verano. Así de fácil, así de sencillo. ¿Hecho?
Callé unos segundos. Aunque me doliera el orgullo y no lo quisiera aceptar, Ross seria el modo más fácil para tocar aquel lazo romántico que tengo en mí. Si es que lo tengo, ya que nunca lo había sacado a flote.
Era loco, pero también podría demostrarle al Inglés que los Estadunidenses no somos como él se lo imagina... No es amistad, es cuestión de orgullo.
- Hecho. – dije por ultimo. el me bajó de sus brazos, provocando que me desbalanceara un poco.
- Buenas noches. – dijo alejándose de mi... estábamos frente a la casa. 

#BGFY

A Writer Without LoveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora