Capítulo 69

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    Nunca pensé que el hecho de que Lucy cumpliera años el pleno 25 de diciembre me dificultaría en algo las cosas.
Miré en las vitrinas —otra vez—, pero no encontré nada que fuera lo suficientemente "Lucy" << Excéntrico, moderno, original y diamantino>>. Aquellas palabras eran las que describían a la perfección a la pequeña castaña. No podía pensar en algo que colgara de su muñeca y que al mismo tiempo tuviera esas características. Al menos no como Lucy había solucionado mi cadena cuando me fui de Nove y me la regaló en esa última fiesta en la playa.
Ella misma me había dicho que para escoger mi regalo, se había planteado cinco palabras: <<Discreto, Noble, Brillante, Inteligente y Bello>>. Según ella, esas eran las cinco palabras que me describían a mí y, como primer regalo que me daría en la vida, quería que fuera algo que me describiera en aquel verano. Yo no concordaba con la 3 de las 5 palabras —quizás en el fondo no concordaba con ninguna—, pero Lucy me había insistido tanto en que eran verdad que ya hasta empezaba a pensar que tal vez tenía razón.
El punto era que, yo también quería hacer de aquel primer regalo especial. Elegí esas palabras, y ahora estaba en busca de algo que lo describiera... pero no encontraba nada. Iba a morir en el intento.
— ¡Éste está muy bonito, Lau! — Exclamó Ronny jalándome de la manga de mi blusa blanca de cuello de tortuga, e invitándome a ver un broche de oro con el centro de esmeralda.
Muy bonito... pero no era Lucy.
— No es suficiente. — Declaré antes de revolotear los ojos por el resto de broches en aquella pequeña vitrina que estaba justo en el centro de la joyería donde Ronny me había sugerido buscar. Aunque no la vi, supe que mi hermana había puesto sus ojos en blanco.
Me importó poco.
— Bueno pues, ¿cómo que buscas?
— Ya te lo dije, algo excéntrico, moderno, origi...
— Si si si, tu ridiculez de las cinco palabras ya me la sé. — Me enderecé tras estar jorobada viendo los broches, le regalé una mirada asesina, y rodeé la vitrina caminando hacia el área de los anillos. — Pero, ¿qué? ¿Un broche? ¿Collar? ¿Aretes? ¿Brazalete?
— Ella junto con Omar me regalaron un brazalete; sé que tiene que ser algo así.
— No necesariamente. — Comentó deliberadamente Ronny, haciéndose la desentendida mientras que sus ojos se agradaban al ver los relojes. — ¿Un reloj? Tal vez así llegue a tiempo un solo día a clases. — Solté una pequeña risita entre dientes sin voltear a mirarla.
Continuamos en silencio recorriendo todas las vitrinas de aquella gran joyería en el centro de Boston. De vez en cuando ella comentaba cosas como "¿Este no te gusta?" "¿Qué te parece este?" o "Recuérdame, ¿Por qué accedí a acompañarte en esto?", y yo contestaba con pequeños monosílabos como "No", "No sé", "No me molestes". Bueno, lo último no era un monosílabo, pero generalizando.
Llegamos hasta la estantería principal, donde había grandes y brillantes anillos de boda. Aunque eran bonitos y algunos podían contener las 4 palabras, por mucho que a Lucy no le importara, no podía regalarle una sortija.
Estaba entre la espada y la pared.
— No hay nada, quizás debamos... — Comenzó Ronny, extendiendo su mirada hacia la gran entrada sin puerta que estaba a unos 30 metros en ese gran departamento de joyería. Dejé caer mis hombros vencida, y volteé hacia las vitrinas una vez más. — Vamos, conozco otra joyería. Es pequeña, pero tienen cosas lindas.
<<Lindas>>. No dijo <<Preciosas>> <<Exuberantes>> o <<De ensueño>> como lo había hecho cuando mencionó la gran joyería en la que no habíamos encontrado nada. ¿Qué esperanza teníamos si en una gran-joyería-donde-todo-mundo-encuentra-todo no habíamos encontrado nada? ¿Enserio lo haríamos en una joyería pequeña?
Pero no tenía más remedio. Sin mirar atrás, me encaminé entre el mar de personas hacia la salida, con Ronny caminando a mi espalda.

Al salir del lugar, la suave brisa chocó con mi cabello, alborotándolo. Temí que el aire se llevara volando mi gorro, así que elevé mis manos hasta mi cabeza y las mantuve ahí hasta que esa ráfaga de viento pareció perecer.
— Vamos, iremos caminando — Declaró mi hermana, dirigiéndose a dirección contraria de la ubicación de su coche.
Hacer compras en 23 de diciembre, a dos días de Noche buena y Navidad no era una buena idea. Me hubiera gustado haberlo hecho antes, pero apenas ese día fue el día que había recibido mi pago en el trabajo de cajera en Willi's, una tienda departamental de deportes.
Ahí vendía desde tacos para futbol hasta manoplas para béisbol. Mi hermana decía que era el empleo de ensueño: todos los que iban ahí eran deportistas, y "estaban buenos". Y si, no lo niego, a veces se me iban los ojos por algunos, pero en cuanto me hablaban con esa voz "seductora" y esa cara de "ya tengo con quién dormiré esta noche" se les iba el encanto. Hacía mucho tiempo que había aprendido a simplemente ignorar el físico de todo aquel que se pasara por esa tienda. O simplemente ellos me ignoraban a mí; eso pasaba muy a menudo.
Bueno... el punto era ese: Hasta ese día me habían pagado por ciertos problemas en el sistema, y no me había alcanzado para comprar el regalo de Lucy antes. No con la renta del departamento que pagábamos entre las dos, y mucho menos con el pago de unos libros en la universidad. El haber ganado la beca del concurso del ensayo sobre el amor no me dejaba exenta de los pagos de libros y útiles que usaría.
Por cierto, si: Gané la beca. Decían que mi ensayo fue tan bueno, que sacó lágrimas. Y sí, me constaba, ya que cada vez que la maestra de Literatura Avanzada me veía sus ojos se iluminaban. Ella había sido una de las que calificaron los ensayos, y me dijo que el mío le recordó a su primer amor.
A mí también me recordaba al mío.
— ¡Vamos Lau! ¡Camina! ¡Me estoy congelando! — Me gritó Ronny a través de la gente de nuestro alrededor, estando ya a unos 10 metros de ventaja.
Aceleré el paso hasta el punto en que mi saco chocó levemente contra el suyo, y continuamos caminando por las pavimentadas —y limpias— calles del centro de Boston. Los grandes edificios estaban todos situados ahí; la gente corría de un lado a otro con algún café o una Dona hacia su oficina, y otros cargaban bolsas llenas de regalos, últimas compras navideñas.
Caminamos todo hacia el norte, y dimos vuelta hacia la izquierda en una calle que no recordaba haber pasado nunca antes. Ahí pareció de repente otro mundo: La gente pasaba y pasaba por la calle en la que anteriormente estábamos, pero en esa no había más personas aparte de dos peatones que caminaban justo por la calle paralela, directo hacia el barullo de gente.
Los sonidos estridentes y fuertes fueron cambiados por sonidos lejanos de claxon de automóviles y cantidades grandes de personas hablando al mismo tiempo.
Nos adentramos en la calle —que conforme nos alejábamos de la intersección se sentía más desolada— hasta que a mitad de cuadra —quizás tres cuartos de ésta— se encontraba un pequeño local con letras doradas por encima que decía Jewley Jewley. Que original.
Ronny empujó la puerta, y el sonido de una campanilla nos recibió en el cálido negocio. Las paredes eran de un beige desfallecido, y las vitrinas de base de madera negra, bastante modernas a comparación del estado del resto del lugar. Eché un vistazo a todo el alrededor, y mis ojos se detuvieron en un dulce anciano que salió de repente por una puerta detrás de la vitrina del fondo. Llevaba una camisa blanca y limpia, y unos pantalones de color verde militar. Sus zapatos cafés estaban bien pulidos, y llevaba en la punta de su nariz unos grandes lentes que lo hacían ver osado y quizás más viejo.
— Buenas tardes. — Habló mi hermana sonriente, mientras que se acercaba al hombre. — Mi hermana y yo estamos buscando algo para un regalo... especial. — Se alzó por dos segundos con la punta de su pie para después volver a sus talones. El hombre observó a mi hermana lentamente, y después se fijó en mí, manteniéndome detrás, aún a unos cuantos pasos de la entrada. Le sonreí, y él me devolvió la sonrisa, casi maravillado.
— Si, son muy parecidas. — La tierna voz del hombre era áspera y dulce, una combinación un poco extraña. Me lo imaginaba como el típico abuelo que todas sus nietas quieren ser la nieta favorita, y que el solamente las besa en la cien y les dice "todas ustedes son mis princesas". Algo así como mi abuelo Ulises. Sonreí ante ese recuerdo. — ¿Qué están buscando? ¿Regalo de navidad? — Alzó las pocas cejas que le quedan, y frunció su boca, dibujando más arrugas de lo que de por sí su piel blanca ya tenía. Yo negué rápidamente.
— Es un regalo de cumpleaños; tiene que ser muy especial.
— Algo Original, di amativo...
— Excéntrico y moderno. — A completé a Ronny cuando ella se quedó callada en busca de las otras dos palabras que le faltaban. De repente me sentí en el lugar equivocado: ¿Ese abuelito tendría la más remota idea de lo que era "moderno" en esos días?
— Oh... — El señor se llevó su mano hasta el mentón, y nos examinó a mi hermana y a mí con minuciosidad. — Excéntrico, Diamativo... tal vez tengo algo.
Miré a mi hermana al mismo tiempo en que ella lo hacía, y ambas sonreímos. El anciano desapareció por la misma puerta por la que había entrado hacía unos segundos atrás, dejándonos solas a Ronny a mí en el negocio.
Aproveché entonces para mirar las vitrinas. Casi no había variedad, pero lo que había era muy bonito: Los brazaletes sin duda eran mejores que los que se encontraban en la primera joyería, sin embargo, eran pocos. Los relojes, esos sí no se les acercaban ni siquiera a los de la gran tienda departamental, pero los collares bien podrían estar al mismo nivel.
Lo que, si había, y mucho, eran anillos de compromiso.
¿Alguna vez usaría yo un anillo de compromiso?
Jamás había sido la típica niña que soñaba con él día de su boda, y jugaba con sus amigas a que se casaba con su príncipe azul —Como Ronny. Y ¿Adivinen quién era siempre la que le hacía de hada madrina cuando ella jugaba a su cuento de hadas? —. Nunca había soñado con <<el vestido>>, <<el lugar>>, ni siquiera con <<el novio>>, así que <<el anillo>> tampoco me había llamado tanto la atención. Pero al momento de ver esos hermosos anillos de compromiso en las vitrinas de aquella austera joyería, me entraba una duda existencial: ¿Algún día yo sería tan buena como para caminar hacia el altar al lado de alguien? ¿Podría cumplir con los requisitos para ser una novia perfecta? Nunca antes me lo había preguntado, pero estaba a punto de cumplir los veinte años en enero, y eso sin lugar a dudas significaba algo: El reloj corre.
Ronny decía que cuando se cumplían los 20, las preocupaciones cambian. Durante mis diesi-algo, lo que más me preocupaba era la universidad, las limonadas, y que no me alcanzara el tiempo para leer toda la colección de Shakespeare. Pero ahora que estaba a menos del mes de los 20, los pensamientos se enfocan más en un mundo adulto: ¿En qué trabajaré? ¿Cómo pagaré la renta? ¿Me casaré? ¿Qué edad es la ideal para tener un hijo? ¿Será que estoy destinada a vivir sola el resto de mi vida solo con puros gatos? Tus prioridades cambian; ya no te puedes enfocar puramente en algo superficial como "Cuántas limonadas puedes tomar al día", ahora ya nadie piensa por ti. Para que algo suceda, tienes que hacerlo tú.
— Creo que esto les gustará.
El hombre irrumpió en mis pensamientos de matrimonio y otras palabras que no me gustaban escuchar, apareciendo otra vez, pero en esta ocasión con una caja de terciopelo negra.
Ronny y yo nos acercamos a la vitrina donde él estaba detrás, y cuando estuvimos lo suficientemente cerca, el anciano abrió la caja.
Casi se me caen las medias.
— Acabamos de recibirlo. Oro blanco, con incrustación de diamantes en los bordes y zafiro congelado en el centro. Se abre, y se puede poner dos fotos de cada lado, o grabar un mensaje. O ambas, pero se limitaría a una foto. — El hombre sonrió, supongo que al ver mi expresión de maravilla miento. Me tendió la caja, y yo la tomé con extrema precaución.
Era hermoso.
La cadena de oro blanco tenía colgando de él un hermoso casquete cerrado, del mismo oro igual. Los bordes de éste tenían pequeños diamantes que brillaban cuando las luces del foco los tocaban, y el centro era de un azul zafiro que resaltaba a la luz. Tenía pequeños narigoneados dentro, que resaltaban solamente si las luces les pegaban directamente. Excéntrico, moderno, di amativo...
— Ábralo, miré. — Me animó el hombre. Lo miré temerosa, y volví la vista hacia el collar. Tomé la cadena, y abrí el casquete por el costado derecho; el interior era plateado brillante y reluciente; en ambos lados de podía poner una fotografía. Original.
— Perfecto—.

...

Era la primera navidad de Lucy fuera de casa, así que la nostalgia aquel día en el departamento era un poco más que notoria. Llamó a sus padres 3 veces durante el día para desearles una y otra vez una feliz noche buena, y recordarles que los extrañaba.
Cada vez que tomaba el teléfono me mordía el labio; la verdad es que me encontraba celosa del hecho de que ella tuviera padres a quien llamar. Los míos estaban desaparecidos de la faz de la tierra.
Sabía dónde encontrar a mamá, pero también sabía que ella sabía dónde encontrarnos a nosotras, y no nos había buscado. Debía de estar bastante feliz con su esposo y Zoiny, mi hermanastra menor. Ni siquiera la había conocido tanto como para darle ese título; ella era solamente la hija del esposo de mi mamá. Ya no teníamos relación alguna.
Cuando dieron las 6:30, toqué a la puerta de Lucy. Sin esperar a que ella me diera una respuesta la abrí, y la encontré maquillándose frente al espejo de su tocador. Me miró a través del reflejo y me sonrió; se veía espectacularmente bella, como solo ella podía hacerlo. Llevaba puesto un vestido azul, y pensé en que había dado en el blanco con el collar de oro blanco y el azul zafiro. Sonreí ante la idea.
— ¿Quieres que te maquille? — Alzó una ceja, y yo la miré con cara de vergüenza: no sabía maquillarme. Algún día iba a aprender... o al menos eso esperaba. Solo sabía que el modo en que Lucy me maquillaba me hacía sentir hermosa, y me gustaba sentirme así. Cuando no lo sientes a menudo, es bueno tener una excusa, como navidad.
Entré a la habitación llevando mis pantuflas y mi bata de baño, y me senté al borde de su cama. Lucy se levantó de la silla de madera mientras tomaba unas brochas y paletas de colores, entre otras cosas que yo no entendía.
— Cierra los ojos. — Sonrió mientras comenzaba a esparcir rubor por mis mejillas. — Estás muy pálida hoy; ¿Es por el frío?

...

— Esa navidad fue épica. — Comentó la Sra. Martínez.
— Lo sé, lo sé. — El Sr. Martínez puso sus ojos en blanco, y toda la mesa rio al unísono. — Pero nada como la navidad que vestimos a Yany como Reno y se puso a bailar afuera, ¿O sí?
— ¡Papá! — Yaninn miró a su padre con ojos asesinos, mientras que todos en la mesa estábamos a punto de atragantarnos con el delicioso espagueti que la Sra. Martínez había preparado para esa cena.
Ante nuestra obvia necesidad de familia, los padres de Yannin nos habían recibido para aquella navidad, incluía Lucy. Los conocíamos desde que Ronny y Yannin se hicieron mejores amigas en el jardín de infantes; ellos veían a mi hermana como una segunda hija, y nos ofrecieron apoyo a ella y a mí cuando ocurrieron las grandes "tragedias familiares" por las que habíamos pasado.
Esa mujer de piel morena y grandes y di amativos ojos negros era una dulce señora que nos había atendido desde siempre, y su esposo había sido mi maestro de matemáticas en el octavo grado. Sin embargo, eso no formó una relación estrecha; yo no era de hacer relaciones estrechas hasta hace bastante poco. Más exactamente, el verano pasado.
La comida continuó entre risas y festejos. Comimos como si el mañana no existiera, y cuando dieron las once y media los padres mandaron a dormir a hermanos de 12 y 10 años de Yannin, diciéndoles que si no se iban a dormir en ese instante Santa pasaría de largo su casa y no dejaría regalos.
Después de que la Sra. Martínez fue a echar otro vistazo a la habitación de sus dos hijos, solo para asegurarse que ya estaban dormidos, sacaron los regalos y los comenzamos a acomodar por todo alrededor del árbol.
— Wau... a mí nunca me regalaron tanto. — Se quejó Yanin estando de cuclillas, escondiendo un gran regalo de caja con envoltura roja y moño verde detrás del pino de navidad.
— Cuando tú eras pequeña, tu padre trabajaba en una tienda de verduras. No teníamos tanto para regalar. — Sonrió la señora Martínez sosteniendo la charola del espagueti y desapareciendo por el umbral de la cocina.
Los padres de Yannin fueron padres adolescentes. Ella quedó embarazada a los 18, y la tuvo a los 18 y nueve meses. Por eso es que había tanta diferencia de edad entre ella y sus hermanos; ellos no se habían atrevido a tener otro hijo más hasta después de un largo, largo tiempo. Dicen que tener a Yannin había sido lo más difícil, y al mismo tiempo lo más maravilloso de sus vidas.
Amaba esa historia.

Las luces navideñas que colgaban de la chimenea de ladrillo tintinaban rítmicamente cada 5 segundos. Una serie se apagaba, y otra serie más se prendía, dejando la habitación en un constante alumbramiento.
Yannin, Ronny, Lucy y yo nos encontrábamos sentadas en los diversos sillones de la bonita sala de la casa; El señor y la señora Martínez ya se habían despedido, disculpándose con nosotras y yéndose a dormir, no sin antes dejarnos las "galletas de santa" que Troy y Carl —los hermanos de Ronny— le habían preparado a Santa Claus.
Estaba comiendo mi tercera galleta de chispas de chocolate. Tenía mi hombro recargado en el respaldo del sofá, y había dejado mis zapatos a un lado, alzando los pies sobre las piernas de Lucy, relajándome mientras que Ronny y Yannin contaban anécdotas suyas de la niñez. De vez en cuenta Lucy y yo soltábamos pequeñas risitas, o carcajadas masivas; dependía de la cantidad de avergonzamiento que habían pasado.
Yannin apartó la mirada del vaso, y la posó en el reloj que adornaba su delgada muñeca. Miró a Ronny, y sonrió con la curvatura derecho de su labio. Mi hermana le sonrió del mismo modo.
Conocía esa mirada desde hacía mucho tiempo antes: Sabía que significaba que tenían algo planeado, algo divertido, y algo que a ellas les gustaría. Eso no me involucraba en el plan: la mayoría de las veces que se miraban así, me terminaban obligando a hacer algo que iba en contra de mi moral.
— Son las 11:45. — Anunció Yaninn entre un gran suspiro, y giró si rostro hacia nuestra dirección, encontrándose con nuestra mirada desconcertada. — Vamos, tenemos que correr.
— ¿Qué? — Lucy soltó un gemido. Ronny y Yannin se levantaron de un salto del sofá, y nos tomaron a Lucy y a mí de las muñecas, impulsándonos a levantarnos. Mientras que Ronny jaloneaba de mi brazo para sacarme de la sala a rastras, yo buscaba a tientas mis zapatos negros con la punta de mi pie.
— ¡Ronny no me jodas! ¡Déjame ponerme los zapatos!
El cabello de mi hermana se soltó de su perfecto agarre cuando la liga se reventó, cayendo sobre sus hombros. Me soltó, soltó un gemido de preocupación y caminó hacia el espejo del reloj que estaba a unos 8 pasos. Ahí fue cuando yo observé el suelo para encontrar uno de mis zapatos al borde de la mesa, y ponerme el otro como se debía, y no a jaloneos de tu hermana.
Lucy se encontraba abrochándose sus valerianas, y Yannin solamente nos miraba exasperada a todas.
— ¡Vamos! ¡No tenemos tiempo que perder! — insistió, la morena.
Me enderecé y caminé hacia ella rodeando el sofá grande; Lucy hizo lo mismo levantándose del sillón, y Ronny seguía intentando arreglarse su ahora cabello suelto sobe los hombros. — ¡Te ves bien! ¡vámonos ya!
Y yo temblé, porque sabía que nos podían llevar a cualquier lado.

...

Faltaban 5 minutos para las doce cuando Yannin estacionó su auto en lo que parecía ser un gran parque que yo no conocía.
— ¡Rápido! ¡Tenemos que estar a las doce en el centro! — Gritó Ronny mientras que abría la puerta del copiloto casi con desespero. Yannin salió del auto inmediatamente después de ella.
— ¿Sabes a dónde van? ¿Qué es esto? — me preguntó Lucy aferrara al asiento de piel que tenía frente a ella, con las manos tomadas del asiento del copiloto.
— No tengo ni la más mínima pista.
— ¡Dos minutos! — Nos gritó Yannin, estando parada en medio de la carretera vacía de media noche. Lucy y yo volteamos precipitadas a verla. — ¡Rápido! — gritó antes de caminar hacia el parque pintado de blanco. Miré a Lucy y me alcé de hombros, deseando lo mejor.
La brisa helada de diciembre nos envolvió apenas bajamos hacia la calle desierta. El borde de toda la carretera estaba lleno de pinos con nieve en sus ramas y hojas, y el otro, donde se encontraba el gran parque era bordeado por una barda de más o menos dos metros de altura, de alguna piedra color arena que resaltaba con el ambiente navideño. La barda terminaba en lo que era la entrada de aquel gran parque, y apenas terminaba el césped y comenzaban los pinos otra vez estaba bordeado de nuevo.
Lucy y yo atravesamos la carretera corriendo, y alcanzamos a Yannin, la cual estaba caminando hacia el centro de todo ese campo verde con blanco. Vislumbré al fondo lo que parecía ser una casa, pero solo con un farol encendido en el porche; ¡¿Dónde mierda estábamos?!
— Ronny... — comencé a hablar, dudosa. Ella me miró alzando ambas cejas. — ¿Que estamos haciendo aquí?
— Oh, espera y unos segundos y lo verás. — suspiró ella, mirando hacia el negro cielo que se posaba sobre nosotras cuatro. Estábamos sobre la colina más alta cuando las manecillas del reloj marcaron más doce. Entonces, el show comenzó.
Una tira de luces comenzó a iluminarse en el suelo, de derecha a izquierda. Estaban empotradas en el césped, y poco a poco comenzaron a iluminar todo nuestro alrededor. Luego, cada uno de los arboles comenzaron a mostrar la serie de luces que estaban previamente puestas, y todo se vio iluminado por un bonito tono navideño. Al final, el estruendoso sonido de los fuegos artificiales que se lanzaban desde presidencia alumbró el cielo, llenándolo de colores que se veían brillantes y casi mágicos. El más ruidoso terminó al mismo tiempo que lo hicieron las palabras "¡Feliz Cumpleaños Lucy!"

...

— Su tradición es ir ahí en los cumpleaños, exactamente a las doce —expliqué, mientras que Lucy tomaba su chocolate caliente y se sentaba con ambas piernas dobladas por debajo de ellas en el sofá individual que se mecía de delante hacia atrás. — En verano, cuando es el cumpleaños de la mayoría de sus amigos, a las doce se encienden las llaves de riego por todo el campo. Ahora pues, en pleno diciembre y con la nevada no se activan, pero siempre prenden las luces.
Me senté en el sofá grande, y estiré mis piernas ahí. Ella sonrió, y miró hacia el líquido caliente que emanaba apenas humo. Elevó la mirada hacia mí, y sonrió.
— Mi primer cumpleaños americano... Inolvidable. — Suspiró mientras soltaba una risita entre dientes.
La casa estaba iluminada solamente por el árbol de navidad de tamaño mediano que habíamos puesto en Diciembre Primero. El sonido de unos villancicos provenientes de un muñeco de santa Claus que se movía y cantaba armonizaban la habitación, mientras que la nostalgia comenzaba a crecer en ésta misma.
Observé el rostro de Lucy. Las luces amarillas alumbraban apenas su rostro, mientras que ella miraba detenidamente al tren de juguete que posaba en el suelo debajo del árbol. La nostalgia y tristeza inundaba su rostro. Ella quería salir de Italia, pero también sabía que eso era doloroso; dejar a su familia y amigos que ha conocido desde infante para poder salir a vivir de la verdadera vida. Sin embargo, corrió el riesgo, y ahora pasaba su cumpleaños y navidad fuera de casa... eso era triste.
No podía dejar que el ambiente fuera fúnebre en un 25 de diciembre, mucho menos cuando aquél era su cumpleaños número 20.
— Tengo algo para ti. — Dije mientras me ponía de pie. Lucy apartó su vista de la nada misma, y me miró con el entrecejo fruncido.
No tuve que caminar mucho; solamente fui hacia el closet que se encontraba a medio pasillo. Abrí el cajón superior de madera, y saqué la caja de terciopelo negra que estaba oculta debajo de unas cuantas mantas. Aún sin verla escuché como se ponía de pie. Cuando volví a la sala, ella se encontraba también con una caja de regalo roja. Ambas miramos nuestros regalos en común, y reímos.
— ¿Enserio? — pregunté alzando la ceja. — Es tu cumpleaños, aún falta para el mío.
— Tal vez, pero eso no quiera decir que no sea navidad. — Objetó ella, y yo la miré sonriendo. — Feliz Navidad Lau. — Dijo mientras que me entregaba el regalo. Sonreí y dije:
— Feliz Cumpleaños y Feliz Navidad, Lucille. — le entregué el suyo. Ella sonrió, y después ambas nos abrazamos entre risas. ¿Por qué nos reíamos? Quizás ese ponche con ron si había surtido su efecto después de todo.
— Pero antes, quisiera preguntarte algo Lau. — Dijo ella, aun estando tomada de mi cuello. No sabía por qué, aquello me dio mala espina.
— ¿Qué pasó? — Nos separamos del abrazo. Así pude notar su cara mortificada mientras que sus grandes ojos no encontraban un lugar seguro donde mirar.
— ¿Quisieras ir a Londres conmigo para pasar año nuevo?
Y Así es como supe a donde iba toda esa mierda. De algún modo, Londres significaba pasado, y pasado era igual a Ross. Me sentí desfallecer por unos instantes.

#BGFY    

A Writer Without LoveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora