Capítulo 66

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 El resto de los días pasaron tranquilos. Todo hasta que Ronny se fue de regreso a Boston. Casi como un presagio de algo malo, ese día llovió tan fuerte que mi abuelo, terco de raíz, decía que se iba a inundar y que el tener al mar al lado iba a ser algo muy malo ya que llegaría un tsunami. Yo le había intentado explicar ya varias veces que eso no era posible, pero se encontraba un poco mareado por los medicamentos, así que decía verdaderas ocurrencias que la mayoría de las veces me sacaban risas. 

Pero sin Ronny ahí, todo se iba a volver más complicado. La necesitaba; ella siempre había sido mi motor para mantenerme fuerte y no romperme, pero sin ella alrededor me sentía bastante débil.
Pasaron dos días más desde la partida de Ronny. La lluvia no había parado hasta esa mañana, y el sol salió esplendoroso sobre un cielo espeluznantemente despejado. Espeluznante, tomando en cuenta de que apenas hacía 8 horas estaba negro, lleno de nubes con electroestática y carga de lluvia sobre Nove. Un repentino cambio.
Mi abuelo y yo habíamos decidido quedarnos en casa esos dos días de diluvio. En su lugar, Omar se había ofrecido a ir a mantener la florería, aunque no hubo mucha venta; ¿Quién estaría interesado en comprar flores en un día de lluvia?
No pude evitarlo; se me ocurría alguien.
Intentaba no pensar en él, en verdad lo hacía, pero me parecía cada día más difícil. Conforme el tiempo pasaba, algo en mi subconsciente parecía querer aferrarse a su recuerdo, y lo sacaba constantemente ante mis ojos para así evitar que me olvidara de él. Aunque mi cabeza no lo pensaba, mi corazón sí; cada latido parecía ahora ser dedicado hacia él, por él, y gracias a él. Y es que, ¿Cómo no lo iba a recordar, si en mi lo encontraba a él todo el tiempo? Me había dejado marcada. Por eso es que odiaba convivir tanto con la gente: Cuando alguien se va, los detalles pequeños se vuelven gigantes ocupando el espacio de aquel que ya no está. Y los pequeños detalles matan.
El día que mi abuela hizo muffins de vainilla, no pude ni siquiera mirarlos sin recordar como Ross sabía perfectamente que esos eran mis favoritos, recordándome a Conelly, y a su olor a panecillo.
El día que vi las lilas por la ventana del patio trasero, recordé como él sabía que aquellas eran mis favoritas, y como sustituía inteligentemente las rosas por ellas.
Malditos pequeños y tiernos detalles, que ahora mataban a mi cabeza, succionaban la sangre de mi corazón y me hacían sentir más débil, como una chinche.
Observé la risa de mi abuela al mirar a mi abuelo; ¿Yo encontraría a alguien que me mirara así, del modo en que ellos lo hacían? Moriría porque alguien me mirara así, de ese modo que demuestra que los años les han pasado como horas, y las horas como segundos. Ellos dos eran el claro ejemplo de amor, tal vez el único ejemplo que tenía alrededor.
Dicen que el amor incondicional viene solo una vez en la vida. O bueno, eso quizás lo acabo de inventar, ya que no me imagino estando locamente enamorada de nadie más; ¿eso era posible? ¿Podría ser capaz de seguir adelante, sin Ross? Tal vez no lo necesitaba para vivir, porque no lo hacía, pero me refería a "seguir adelante" en un sentido romántico; ¿podría alguna vez enamorarme de alguien más?

— Stiamo Andando al Mercato! — Gritó mi abuela por el pasillo. — Vamos Laura, Vamos. El día está tan hermoso que necesitamos salir de la hoguera.
¡¿Al mercado?! ¡Lo último que quería hacer en la vida era ir al mercado! ¡No aquel día! ¡No con Ross y Alice rondando por ahí! ¿Y si me los encontraba? No iba a aguantarlo.
Salí de mi habitación, mirando sigilosamente por el pasillo, para escuchar sonidos provenientes de la cocina.
— Compraré verduras y espagueti; hoy cenaremos fetuccini Alfredo.
Tragué gordo. No tenía nada de ánimos para salir.
Nada.
— Abuela, no me siento bien. — Mentí entrando a la sala. Mi abuelo me miró con ojos acusadores sobre el periódico que sostenía con ambas manos en la mesa del comedor, y mi abuela frunció el entrecejo.
Supe que supo que estaba mintiendo.
— ¡Tonterías! No puedes seguir encerrada en la casa, llevas, así como una semana. — Me miró con desapruebo, y yo aparté la vista de sus ojos pequeños. Acortó la distancia entre nosotras, y me acarició el contorno del rostro con ternura. Elevé los ojos, y supe entonces que ella me comprendía: Ella sabía que era doloroso, casi insoportable. Ross había sido mi primer amor... y temía que fuera el único en la vida.
Sé que esa teoría podía soñar estúpida: Supe que mi abuela quiso a otros hombres antes de mi abuelo, y definitivamente para mi abuelo, mi abuela no había sido su primer amor; sin embargo, me parecía tan surreal la idea de que yo, Laura Marano tuviera una segunda oportunidad, que de algún modo la teoría de que Ross había sido mi primer y último amor no sonaba nada descabellada.
— Por favor, principessa. — Suplicó ella con la mirada. Lo hacía por mi bien, para ayudarme a superar aquella experiencia... pero, aun así, no podía evitar que doliera del modo en que lo hacía.

...

El mercado tenía aquel día una pinta alegre, vivaz y pintoresca. Observé como todos los vecinos salían de sus casas después de dos días de ahogamiento por la lluvia, y como todo de algún modo lucía más verde y colorido.
El mercado de abastos estaba bastante lleno, pero lo suficientemente vació como para poder caminar a zancadas sin tropezar con nadie; lo normal. La comida de los locales olía con más intensidad de otros días, la gente sonreía más tiempo y todos de algún modo estaban felices de que aquellos días de lluvia hubieran terminado por fin. Yo, en cambio, la extrañaba: Extrañaba tener la excusa perfecta para poder quedarme en casa todo lo que necesitase, sin que mi abuela me mirara con ojos tristes porque me veía triste o encerrada en la casa.
No había llorado, porque me había prometido a mí misma que no lo volvería a hacer, pero cada vez que regresaba las lágrimas sentía como éstas volvían a mi interior, ardiendo como ácido que quemaba las paredes de mi cuerpo.
Mi abuela sostuvo firmemente su bolso de mandado, mientras que pasaba por el local de la señora Niria (que vendía naranjas) y se detenía a comprar algunas. Yo me quedé fuera del pequeño local abierto, mientras que mi abuela alegaba algo que no lograba comprender en italiano. La gente le contestaba en ese mismo idioma, y sinceramente no estaba con ánimos de traducir todo lo que se decían entre sí. Solamente entendí algo como <<Estas Naranjas están muy verdes>>.
Miré hacia el puerto; el mar se encontraba sereno, quieto y sin vida. Me sentí igual que el mar.
Vaya... estaba bastante mal entonces. Me comparaba con un mar; ¿Puede eso considerarse normal cuando se tiene el corazón roto, o eso es solo una excusa para disimular la locura? Podría ser.
Minutos después, mi abuela salió del local con una bolsa de papel llena de naranjas, las más anaranjadas que pudo encontrar.
— Niria sigue siendo igual de terca y obstinada de a cuando teníamos quince años. — Refunfuñó mi abuela molesta, y yo reí. Me gustaba como decía la palabra "terca" con ese acento italiano tan suyo.
Caminamos por la zona de abastos un poco más; mi abuela se dedicó después a comprar lo necesario para la cena de aquella noche. Tenía pensado invitar a mis primos y a los tíos que pudiera ir, pero yo supe que lo hacía para distraerme. Sentí una punzada intensa de amor hacia ella en ese instante por hacerlo.
Mientras caminábamos, bastantes personas saludaban a mi abuela con sonrisas en el rostro. Pensar que ella era popular en el pueblo me causaba gracia, aunque era la verdad: Mi abuela era tan popular, que de quince personas que caminaban por ahí conocía a diez. Su popularidad aumentó con los residentes de Nove cuando pusieron la florería hace años; todos tenían que ver con la flore, porque realmente era la única florería verdadera del pueblo. Regularmente era extraño que hubieran más de dos negocios de lo mismo, y los que lo había, sus familias terminaban enfadadas con la otra. Supongo que en Italia podían ser un poco resentidos.
Cuando mi abuela saludó a la veinteava primera persona, sucedió. Sus ojos me capturaron, me llamaron, juro que lo hicieron. No había razón para que yo mirara hacia el otro lado de la calle, pero cuando lo hice los ojos de Ross tomaron a los míos sin dejarme mirar a otro lado.
Me detuve en mi andar; no fui capaz de seguir caminando. Nadie más existió, por dos segundos no había nadie más en esas calles. Todo pareció volverse gris, en blanco y negro, y todo parecía un gran paréntesis en el aquí y el ahora.
Tragué gordo, y Ross también lo hizo.
Nos miramos, no sé por cuanto tiempo, pero solo sé que, aunque parecieron horas, fueron apenas segundos.
Algo haló a Ross del brazo, y giró su cabeza, cortando la conexión. Ahí fue cuando me di cuenta de que estaba sosteniendo a Alice de la mano.
Mi corazón se rompió otro poco.
— ¡Ross! — Pavoneó mi abuela. Mantenía una gran sonrisa en el rostro, mientras que con su mano llamaba Ross hacia ella. ¡¿Que mierda estaba haciendo?! Me daban ganas de salir corriendo de ahí cuando, inmóvil, Ross la miró y sonrió con vergüenza. — Oh, ven hijo mío. — Habló cariñosamente mi abuela otra vez. Observé el modo en que Alice le preguntaba "¿Quién es ella?" con una bella sonrisa angelical, y Ross regresaba la mirada, y le sonreía.
Le sonreía como un día pensé que me sonreía a mí, pero ahora no me encontraba tan segura. Se notó una sonrisa tan íntima, que me resultaba imposible —y un poco asquerosa, admito— la idea de que le sonría así a todos. Esa era "La sonrisa de Alice", en definitiva.
No supe en qué momento ocurrió, pero para cuando volví a parpadear mi abuela caminaba por la acera para acercarse a Ross, el cual ya había cruzado de lado y ahora no estaba en el muelle, si no al lado del abatidero. ¡¿QUE MIERDA?! ¡ABUELA!
— Oh, Ross. — Mi abuela se le acercó, y él se tuvo que agachar un poco para poder abrazarla. Okey... sabía que mi abuela lo quería y todo eso, pero ¡¿Enserio?! ¡¿Podía ser menos considerada?! ¡Era Ross de quien estábamos hablando! ¿Por qué había tenido la ocurrencia de hablarle mientras estaba yo ahí, con ella? ¿No notaba que de por sí era difícil para mí todo aquello? — ¿Cómo estás, querido? — preguntó ella, dulcemente.
Se separaron del abrazo, y Ross no me miró. Mantuvo su vista en mi abuela, y Alice se mantuvo a unos pasos de su espalda.
— Bastante bien, Nina. ¿Y tú?
— Extrañándote. Ulises también, debes de pasar por la casa para cenar.
La fulminé con la mirada, sintiendo como mis mejillas ardían por la vergüenza y el miedo que me daba el hecho de pensar en Ross, otra vez en casa de mis abuelos. ¡¿Por qué parecía empeñada a querer arruinarme?!
No me atreví a hablar; en cambio, me mantuve callada, intentando mirar a otro lado, lejos de la escena entre Ross y mi abuela.
— Prometo pasarme en estos días. — Dijo sonriente, apartándose unos pasos de Nina. Elevó la vista, y me observó, aparentemente incómodo. Entonces, Alice acercó su mano a la de él, y entrelazó sus dedos con fuerza. A ella le gustaba eso, y eso captó la atención de Ross para mirarla. — Nina, te presento a Alice. Alice, ella es Nina, la dueña de la florería. — Alice sonrió de oreja a oreja, y acercó su mano para tomar la de mi abuela.
— Encantada de conocerla, señora. — Dijo ella educadamente. La odie un poco por eso. — Ross me ha hablado mucho de usted, y del señor Ulises. — Sonrió.
— El encanto es mío, Alice. — contestó mi abuela, con una pequeña sonrisa apenas dibujada en sus labios. — ¿Enserio? ¡Bah! Ross no me habló nunca de ti. — De algún modo, sabía que venía eso. Al final, mi abuela no era tan inocente como se veía: Era una perra. En el buen sentido de la palabra, claro estaba. — Oh, pero no te aflijas querida, los hombres siempre se olvidan de las trivialidades. —
Miré atontada a mi abuela, abriendo los ojos con la expresión de total sorpresa. ¡Que mierda! ¡Acababa de catalogar a Alice como una "trivialidad" en la vida de Ross!
La rubia detuvo su maneo en un instante, perpleja, pero se recompuso y sonrió levemente sin fuerzas. Ross y yo nos veíamos totalmente desencajados por aquel comentario.
Sabía lo que pretendía, y no estaba muy segura de querer ser parte de eso.
— Abuelita, ¿por qué no....?
— Oh, Alice, cariño —me interrumpió Nina—, ¿Cómo te lavas el cabello? — << ¡No! ¡Abuelita no! ¡Por favor no seas tan cruel con la pobre!>> Hasta sentí pena por lo que le esperaba a Alice. — Se ve opaco, poco brillante. La gente por aquí lo confundirá por sucio.
Eso no podía estar ocurriendo.
Era definitivo: Mi dulce abuelita no había llamado a Ross y a su nueva novia en vano; ella era astuta, y cruel. Era obvio que quería hacerla pasar un mal rato, quizás porque ella amaba el hecho de que existirá un "Ross y Lau", y ahora no lo hacía tal vez por el hecho de que se estaba empezando a escribir un "Ross y Alice".
Cerré los ojos con fuerza, deseando tener la fuerza necesaria para cargar a mi abuelita en mis hombros y salir corriendo de aquel lugar lo antes posible.
— Lávate el pelo con aguacate, dulzura. A ver si así se le quita lo tieso. — ¡Era increíble! Lo decía en un tono tan dulce, que tenías que repasar sus palabras dos veces antes de darte cuenta de que en realidad la estaba ofendiendo.
— Abuelita, mejor nos vamos, ¿No crees? — Hablé demasiado apurada.
— ¡Oh! ¡Vamos Laura! — Renegó ella, y me miró por dos segundos antes de volver a sonreírles a la "feliz pareja". — Hace días que no salía el sol, me siento muy vivaz. — Alice sonrió un poco confundida, y Ross no se inmutó ni siquiera en mover su expresión de "¿Qué está ocurriendo aquí?" de la cara. — Dime Alice, ¿Vienes de Inglaterra entonces?
— Nina, quizás estas acosando a Alice con tantas cosas por ahora, ¿no? — La tomé del hombro, pero ella se sacudió y me apartó.
— Oh, es joven, debe de tener las neuronas para contestarlas todas.
Trágame tierra.
— ¿Y Bien? — Nina insistió. Alice se mantuvo segundos enteros sin parpadear; obviamente estaba perpleja. Se chupó los labios, y tartamudeó un poco antes de contestar.
— Sí. Conozco a Ross desde hace años. — Dijo al final con Orgullo.
Maldita zorra con cara angelical.
— Oh, eso es muy dulce. — Mi abuela reacomodó la bolsa de mandado en su brazo; no pesaba nada, ya que apenas llevaba hiervas y especias. — En verdad eres muy hermosa. — La mirada de Alice se suavizó, y sonrió un poco más confiada. Aunque yo sabía que, después de lanzarle un cumplido, vendría la bomba: Esa sonrisa de complicidad en los labios de mi abuela significaba muchas cosas que su familia había aprendido a notar a lo largo de los años. —... Lástima que tengas que usar tanto negro en los ojos para que se te vea la pestaña.
Cerré los ojos con fuerza, deseando con todo mi ser no estar ahí en ese momento. Llevé mi mano hasta mi frente, y supliqué internamente <<Por favor, que esto no sea más que una broma y que todos estén conspirando para hacerme sentir mal; un mal sueño>>.
Ross miró atónito a mi abuela, pero no dijo nada; ¿Que podía decirle? El adoraba a mi abuela, y definitivamente nunca había conocido aquella faceta de ella. Nada más cuando algo la enfada mucho es cuando la muestra, y al parecer no había tenido razón para enojarse hasta aquel momento.
— Oh... bueno es que...— Alice tartamudeó, nerviosa. Apuesto a que conocer a mi abuela había sido incluso peor que conocer a Stormie, o al padre de Ross. ¡Y eso que Nina y Ross no tenían ni lazo de sangre! Si lo tuvieran, posiblemente le hubiera dicho a Alice que se veía gorda y que ese grano feo que tenía en la frente se parecía al clavo que Frankenstein tenía en su cabeza.
— Hugh, ¡Y esos labios! — Chasqueó la lengua, y yo la tomé del brazo, queriendo callarle la boca llena de vergüenza. — Lastima que son tan delgados y flácidos. Si yo tuviera esos labios, para cuando tuviera 30 empezaría a considerar la idea del Botox. — Suspiré, vencida. Ya lo había dicho. — Quizás a los 29.
— Abuelita, ya. — La jalé un poco de su suéter, y ella sonrió complacida. Alice se mantuvo callada, atónita, asustada. Me dio risa pensar que de hecho si se había acomplejado un poco por los comentarios incoherentes de mi abuela. — Tienes que preparar la cena.
— ¡Tienes razón Laura! — Aplaudió feliz. De repente me sentía con una niña de 12 años, en lugar de una mujer de más de ochenta. O setenta. Lo que fuera. — Ross, es un encanto verte siempre mi amor. — Mi abuela se acercó a él, y le plantó un buen beso en la mejilla. Éste sonrió y la besó también.
— Salúdame a Ulises. — Mi abuela asintió, y después miró a Alice. ¡No por favor! ¡Ninguna otra ocurrencia por hoy! — Oh, y Alice. Encantada de conocerte, linda. — Sonrió, aparentemente siendo la abuelita más dulce, buena y sumisa del mundo. De callada y discreta, mi abuela solo tenía la punta del pie. — Y recuerda, ¡Aguacate!
Quería salir corriendo de ahí.
Alice asintió, y tomó la mano de Ross bastante perturbada.
Pero le tomó la mano, y eso fue lo que al final terminaba ganando.
No importaba si mi abuela había hecho todo lo posible para hacerle pasar un mal rato: Ella terminaría en la noche, en la cama de Ross, con su pecho desnudo al lado y él susurrándole cosas al oído. Al final, ella terminaba ganando. Me sentí una perdedora.
Los dos caminaron alejándose de mi abuela y de mi por todo el bulevar. Ahí fue cuando me di cuenta de que todo estaba perdido: Había perdido oficialmente a Ross.
Tenía que regresar a Boston, lo más rápido que se pudiera. 

#BGFY

A Writer Without LoveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora