Capítulo 78

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  Bajé del taxi abrazando mi saco negro. El viento soplaba un aire frío del norte, y me hacía rechinar los dedos. Odiaba no poder ir de pantalones, cubriendo mis piernas, como la gente normal y de la clase baja —cómo yo— lo hacía naturalmente durante el invierno. Lucy bajó desde el otro extremo del coche, y una vez que se paró a mi lado en la banqueta, el taxi aceleró por la acera, alejándose calle abajo.
Y de repente, nos encontrábamos frente a la casa de los Lynch.
Desde la acera del frente, la casa parecía una nube de estrellas. Las plantas que estaban sostenidas por los bloques de concreto del muros frente tenían luces de cascada, y la gente entraba y entraba en autos, para que después los mozos tuvieran servicio de parking.
Se veía imponente; demasiada ropa extremadamente cara, demasiado lujo. ¿Que esperaba, realmente? Si era la familia Lynch de la que estábamos hablando, una familia que tenía una casa diferente para pasar cada estación del año.
Lucy y yo estábamos anonadas, observando como la gran mansión se empezaba a llenar de personas a quienes no conocíamos.
— ¿Aquí viven?
A Lucy por poco se le cae la quijada. La miré de reojo, y su rostro de sorpresa me llevó a aquel verano, cuando Ross me mostraba su casa por primera vez. Mi expresión facial no había estado tan lejos de la expresión que Lucy tenía en el rostro en aquel instante.
— Si —contesté volviendo la vista hacia la casa, y soltando aire por la boca helada—. Lo sé. Yo reaccioné igual que tú.
— Si yo hubiera encontrado la casa por mi sola, posiblemente hubiera entrado esperando poder hospedarme; ¡Parece un hotel! —Chilló con las pupilas dilatadas, y yo sonreí.
— ¿Lista para entrar?
Pregunté mirando hacia la casa otra vez.
Aquella iba a ser una larga noche.

...

Nuestro nombre estaba en la lista. Que sorpresa.
El hombre de traje y moño que nos abrió las puertas nos sonrió. Una mujer joven de tez blanca y pelo rubio nos recibió de igual manera. Llevaba un sencillo vestido negro de cóctel de tirantes, y su pelo recogido en una organizada coleta, cuyo pelo suelto le llevaba hasta los hombros. Sus ojos se posaron en nosotras, y nos mostró sus espectacularmente blancos dientes.
— ¿Me permiten? —Alzó ambas manos, y señaló con la palma abierta hacia nuestros sacos. Miré a Lucy, y titubeando un poco sacamos nuestros brazos de las mangas. La joven mujer tomó nuestros dos sacos negros, abrazándolos con el entre brazo extendido —. ¿Sus nombres?
— Laura Marano.
— Lucille Geraghty.
La mujer sonrió, y tomó dos etiquetas desde lo que parecía ser un simple forero. Escribió nuestros nombres en letra cursiva, y después los engrapó desde la solapa de nuestros sacos.
— Disfruten la fiesta— Dijo por último.
La mujer atendió a una pareja de adultos mayores que entraban justo detrás de nosotras, cuando Lucy y yo comenzamos a adentrarnos a la casa.
Había recordado esa casa por muchas, muchas razones, y sabía que mi mente a veces fallaba un poco en cuanto a los recuerdos, pero aquel lugar parecía simplemente... un palacio.
La casa había cambiado, sin lugar a dudas. Ahora, las escaleras tenían dos entradas desde ambos extremos de la gran sala, las cuales terminaban por unirse en una cúpula a lo alto y al centro. Al fondo, donde según yo recordaba, estaba la cocina —¿o era el comedor?— había otra gran sala, donde se veía a más y más gente, la diferencia es que la mayoría ahí bailaba la dulce música de una banda que tocaba sobre una pequeña tarima integrada por el evento.
Mi vista recorría todos los rincones; mis manos temblaban. ¿Qué haría cuando lo viera? ¿Cómo iba a controlar mi sistema nervioso? Ni siquiera lo había visto, y ya me encontraba sintiendo como mi estómago se revolvía.
— Busquemos el baño —sugirió, tomándome del brazo. Esa idea pareció bastante reconfortante.
Por las manos engarrotadas de Lucy sobre mi brazo, deduje lo nerviosa que ella estaba también. ¿Qué podría querer Riker de ella? ¿Por qué no simplemente hizo como si nada hubiera sucedido? Algo dentro de mí me decía que quizás Riker no hubiera querido olvidarlo, ¿qué pasaba si a Riker en verdad le gustaba Lucy?
Lucy haló de mi brazo, y me hizo caminar más rápido. Mientras cruzábamos la gran habitación hacia donde intuimos que podían ser los baños, procuré no mirar a mis alrededores: si veía a Ross por ahí, posiblemente iba a ponerme tan nerviosa que tropezaría y lo arruinaría todo.
Mi ritmo cardíaco volvió al regular cuando encontramos el baño. Al abrir la puerta, encontramos un tocador vacío y grande, y otra puerta al fondo. Lo más probable era que aquello fuera el retrete.
Entramos apresuradas, y cerramos la puerta detrás de nosotras.
La miré, y ella hizo lo propio conmigo. Pude adivinar por el modo en que me miraba, que sus ojos grandes y verdes me preguntaban: "¿Qué mierda estamos haciendo aquí?"
— Aún estamos en tiempo de irnos de aquí —comenté deliberadamente—. Podemos salir, ir por nuestros abrigos y olvidarnos de éste asunto.
— Que débiles somos —masculló Lucy, casi con decepción en su tono de voz—. Pensé que sería más fuerte ante las adversidades.
— No se puede ser fuerte con alguien que es tu debilidad.
Entonces comprendí lo débil que era.
Jamás me había considerado a mí misma un alma frágil, o al menos nunca había querido considerarme así. Desde que había pasado lo de mi padre, me hice a mí misma acreditadora de la palabra "fuerza", aunque ahora parecía que eso solamente era una fachada: por dentro estaba rota. Y no fue hasta que conocí a Ross, que me di cuenta de que estaba rota en todos los sentidos.
Pensé que su partida no me afecta afectado, pero como en un luto, si no lloras durante el entierro, lo harás después. Pueden pasar horas, días, meses o años, pero algún día lo llorarás todo, y sanarás tu agua.
Mi alma era como un estanque: el agua necesitaba fluir, si se quedaba estancada, comenzaba a encharcarse, llenarse de basura y terminar contaminada. Mi alma estaba contaminada por dolores estancados y lágrimas caducadas.
— No... —Lucy cerró los ojos con fuerza, y apretó los labios—. No sé ni siquiera por qué lo hice. Digo —titubeó—, Riker es encantador, dulce y atento, pero simplemente no es del tipo de chicos que me gustan.
Conforme hablaban, sus ojos se fueron apagando. La mirada estaba perdida en los azulejos del suelo, y sus labios color rosa pálido se notaban secos.
Claro que no: Riker no era para nada del tipo de Lucy. Ella amaba a los chicos aventureros, libres, soñadores. Su idea del romance perfecto era encontrarse con el amor de su vida manejando un Volkswagen 1962 y al segundo día viajar de mochileros por todo América, conociendo todo los Estados Unidos, bajando hacia el pintoresco México y dando vuelta en "U" solamente cuando hubiesen llegado a la Patagonia. Ella buscaba todo lo contrario a un chico que usaba suéteres, iba en traje a desayunar, tenía chofer e iba en limosina a todas partes. Como si su rostro angelical bien dotado por los genes "Lynch" no fuera suficiente para llamar la atención.
Lucy era más... estilo Frank, aquel guapo Italiano que había sido su amigo desde que tenía memoria, que estilo Riker.
— Caer en los encantos de los Lynch es fácil, Lucille —solté un suspiro frunciendo los labios—. Son encantadores, guapos, carismáticos, y tienen una voz sensual por naturaleza.
— El peor enemigo de chicas que ven, escuchan y respiran.
Estallé en risas, y Lucy lo hizo de igual modo, pero a bastantes escalas menores. Ambas sonreímos: Si, Los Lynch eran nuestra perdición.
— Vamos —llevé mi mano hasta su muñeca, y la elevé caminando hacia la puerta—. Necesito una gran, gran, gran copa que me embriague lo suficiente como para sentir que de algún modo esto no es un grave error.

A Writer Without LoveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora