Camila tenía trece años y se estaba empezando a adaptar a sus primeras semanas de enseñanza secundaria. Eso significaba que tenía que viajar más allá del pueblo para ir al instituto, de modo que se levantaba y salía más temprano que todos los demás por la mañana y, como las clases terminaban tarde, regresaba a casa cuando ya había oscurecido. Pasaba muy poco tiempo con la pequeña Sofy, que contaba a la sazón once meses. A diferencia del autocar de la escuela primaria, el autocar del instituto paraba al final de la larga carretera que conducía a la granja, dejándola sola ante la caminata hasta la puerta de casa, donde nunca la aguardaba nadie para recibirla. Era invierno y las mañanas y atardeceres oscuros extendían su manto de terciopelo negro sobre el campo. Camila, por tercera vez aquella semana, había recorrido el camino a pie bajo la lluvia y el viento, con la falda del uniforme arremolinándose en torno a sus piernas mientras la cartera, cargada de libros, le encorvaba la espalda.
Ahora estaba sentada en pijama junto al fuego intentando entrar en calor, con un ojo puesto en los deberes y el otro en Sofy, que gateaba por el suelo metiéndose cuanto quedara al alcance de sus regordetas manos en la boca babeante. Su padre, en la cocina, calentaba su estofado casero de verduras una vez más. Era lo que comían a diario. Gachas para desayunar, estofado para la cena. De vez en cuando tomaban un grueso bistec de ternera o algún pescado fresco que su padre hubiese capturado ese día. A Camila le encantaban esos días.
Sofy gorjeaba y babeaba agitando las manos en derredor y observando a Camila, contenta de ver a su hermana mayor en casa. Camila le sonreía y hacía ruidos alentadores antes de volver a concentrarse en los deberes. Usando el sofá como punto de apoyo, Sofy se puso de pie tal como llevaba haciendo durante las últimas semanas. Poco a poco avanzó hacia un lado, yendo adelante y atrás, adelante y atrás antes de dar media vuelta hacia Camila.
—Venga, Sofy, puedes hacerlo.
Camila soltó el lápiz y fijó la atención en su hermanita. Desde hacía unos días Sofy cada tarde intentaba cruzar la habitación caminando hasta su hermana, pero acababa desplomándose sobre su trasero almohadillado. Camila estaba decidida a estar presente cuando por fin diera aquel salto adelante. Quería inventar una canción y un baile sobre aquel momento, tal como su madre habría hecho si no se hubiese marchado.
Sofy soltaba el aire por la boca formando burbujas en sus labios y chapurreaba en su misterioso lenguaje.
—Sí —asentía Camila—, ven con Camila—. Le tendió los brazos.
Muy despacio, Sofy se soltó y con una mirada resuelta en su rostro comenzó a dar unos pasos. Avanzaba inexorablemente mientras Camila contenía el aliento esforzándose por no gritar de entusiasmo por miedo a hacerle perder el equilibrio. Sofy sostuvo la mirada de Camila todo el trayecto. Camila nunca olvidaría aquella mirada en los ojos de su hermana bebé, cargada de determinación. Finalmente alcanzó a Camila y ésta la tomó en brazos y se puso a bailar de aquí para allá cubriéndola de besos mientras Sofy reía y hacía más burbujas.
—¡Papá, papá! —llamó Camila.
—¿Qué? —gritó su padre, malhumorado.
—¡Ven aquí, corre! —instó Camila ayudando a Sofy a aplaudirse a sí misma.
Alejandro se asomó a la puerta torciendo el gesto con preocupación.
—¡Sofy ha caminado, papá! ¡Mira, hazlo otra vez, Sofy; camina para que te vea papá!
Puso a su hermana en el suelo y la alentó a repetir la proeza.
Alejandro resopló.
—Jesús, pensaba que era algo importante. Creía que te pasaba algo malo. Deja de fastidiarme con chorradas.
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Si pudieras verme ahora ( Camren)
ФанфикEn la vida de Camila Cabello todo tiene su sitio, desde las tazas para café exprés en su reluciente cocina hasta los muestrarios y los botes de pintura de su negocio de diseño de interiores. El orden y la precisión le dan una sensación de control so...