Capítulo 35

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La señora Bracken estaba ante la puerta de su tienda con otras dos mujeres de edad que, como ella, sostenían en las manos sendos trozos de tela. Al ver a Camila se quedó boquiabierta y adoptó una expresión de repulsa. Las tres chasquearon la lengua con desaprobación al contemplar el paso cansino de la joven cuyos cabellos, terminados con grumos de pintura, le rozaban la espalda creando un bonito efecto multicolor.

—¿Ha perdido la cabeza o qué? —cuchicheó sin bajar la voz una de las mujeres.

—No, más bien al contrario. —Camila notó por su voz que la señora Bracken sonreía—. Diríase que la ha estado buscando a cuatro patas.

Las mujeres produjeron con la lengua nuevos chasquidos de censura y se retiraron murmurando que Camila no era la única que había perdido la cabeza.

Haciendo caso omiso de la mirada fija de Becca y del grito de Dinah «¡Así me gusta!», Camila entró decidida en su despacho y cerró la puerta con suavidad a sus espaldas, dejando todo lo demás fuera. Apoyó la espalda contra la puerta e intentó explicarse por qué temblaba tanto. ¿Qué demonios había surgido en su interior? ¿Qué monstruos habían despertado de su sueño para escapar burbujeando a travé de su piel? Inhaló profundamente por la nariz y exhaló despacio contando una, dos y tres veces hasta que sus debilitadas rodillas dejaron de temblar.

Todo había ido bien, por más que resultara embarazoso, mientras caminaba por el pueblo con el aspecto de haberse metido en un bote de pintura de los colores del arco iris. Todo había ido bien hasta que Lauren había dicho algo. ¿Qué había dicho...? Había dicho... Y entonces lo recordó y un escalofrío le sacudió todo el cuerpo.

El pub Flanagan's. Siempre evitaba el pub Flanagan's, le había dicho. No se había dado cuenta hasta que ella se lo señaló. ¿Por qué lo hacía? ¿Por Sofy? No, Sofy bebía en el pub Camel's Hump, en la carretera de la colina. Se quedó apoyada contra la puerta devanándose los sesos hasta que empezó a marearse. La habitación daba vueltas y decidió que tenía que irse a casa. A su casa, donde controlaba lo que sucedía, quién podía entrar, quién podía salir, donde cada cosa tenía su sitio y todos los recuerdos estaban claros. Necesitaba orden.

—¿Dónde está tu saco de alubias, Lauren? —preguntó Caléndula mirándome desde su silla de madera pintada de amarillo.

—Bah, ya me he cansado de eso —contesté—. Ahora mi asiento favorito son las sillas giratorias.

—Qué bien —asintió Caléndula con aprobación.

—Ally se está retrasando mucho —dijo Tommy limpiándose con el brazo la nariz que no le paraba de moquear.

Caléndula apartó la vista con asco, alisó su lindo vestido amarillo, cruzó los tobillos y balanceó sus zapatos blancos de charol y los calcetines con volantes tarareando la canción del tarareo.

Olivia hacía punto en su mecedora.

—Estará al caer —dijo con aspereza.

Jamie-Lynn se acercó a la mesa de centro y cogió un bollo de chocolate Rice Krispie y un gran vaso de leche, pero le dio un ataque de tos y se derramó el vaso de leche por el brazo. Ni corta ni perezosa, la limpió a lametones.

—¿Has estado jugando otra vez en la sala de espera del médico, Jamie-Lynn? —preguntó Olivia fulminándola con la mirada por encima de la montura de sus gafas.

Jamie-Lynn asintió con la cabeza, volvió a toser encima del bollo y le dio otro mordisco.

Caléndula arrugó la nariz con repugnancia y siguió desenredando el cabello de su Barbie con un peinecito.

Si pudieras verme ahora ( Camren)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora