Capítulo 26

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En cuanto salí de casa de Camila a la mañana siguiente decidí ir directamente a ver a Ally. En realidad había decidido hacerlo mucho antes de salir de casa de Camila. Algo de lo que había dicho me había tocado en lo más vivo. En realidad, todo lo que decía me tocaba en lo más vivo. Cuando estaba con ella me volvía como un erizo, quisquillosa y susceptible, como si tuviera todos los sentidos alerta. Lo más divertido del caso es que yo creía que todos mis sentidos ya estaban alerta, pues como amiga intima profesional deberían de haberlo estado, pero sentía una emoción que no había experimentado antes y esa emoción era amor. Por descontado yo amaba a todos mis amigos, pero no de este modo, no del modo que me hacía palpitar el corazón cuando miraba a Camila, no de un modo que me hiciera desear estar con ella todo el rato. Y lo bueno era que no quería estar con ella por ella, sino que me di cuenta de que era por mí. Ese amor había despertado en mi cuerpo un grupo de sentidos adormecidos cuya existencia yo desconocía.

Me aclaré la garganta, comprobé mi aspecto y entré en el despacho de Ally.

En Aisatnaf no había puertas porque nadie podía abrirlas, pero había otra razón: las puertas actuaban como barreras; eran cosas gruesas y poco gratas que podías utilizar para encerrar a la gente dentro o fuera y nosotros no estábamos de acuerdo con eso.

Optamos por oficinas de planta abierta en aras de una atmósfera más abierta y agradable. Aunque eso era lo que siempre nos enseñaron, últimamente encontraba que la puerta principal fucsia de Camila, con su buzón sonriente, era la puerta más simpática que había visto en la vida, y eso dio al traste con aquella teoría en concreto. Camila hacía que me cuestionara toda suerte de cosas.

Sin siquiera levantar la vista, Ally me llamó.

—Adelante, Lauren.

Estaba sentada a su escritorio vestida de morado como de costumbre y llevaba los rizos de rastafari recogidos en lo alto y sembrados de purpurina, de modo que con cada movimiento su cabeza resplandecía. En cada una de las paredes había fotos enmarcadas de cientos de niños, todos sonriendo felices. Las fotos cubrían incluso los estantes, la mesa de centro, el aparador, la repisa de la chimenea y el alféizar de la ventana. Allí donde mirara había filas y más filas de retratos de personas con quienes Ally había trabajado y compartido amistad en el pasado. Su escritorio era la única superficie despejada y encima sólo había una foto en su marco. El marco llevaba años puesto allí de cara a Ally, de modo que en realidad nadie tuviera ocasión de ver quién o qué salía en la foto. Sabíamos que si se lo preguntábamos nos lo diría, pero nadie había cometido nunca la grosería de preguntar. Porque lo que no necesitábamos saber, no necesitábamos preguntarlo. Hay gente que no capta el meollo de esa cuestión. Puedes mantener un sinfín de conversaciones con la gente, conversaciones profundas, sin ponerte en un terreno demasiado personal. Existe un límite, ¿sabes? Una especie de campo invisible que rodea a las personas y que por instinto sabes que no debes traspasar, y yo jamás lo he cruzado con Ally; ni con nadie más, si a eso vamos. Hay personas que no alcanzan a ver ni eso.

Camila habría aborrecido aquella habitación, pensé echando un vistazo en derredor. La habría vaciado en un instante, dispuesta a quitar polvo y sacar brillo hasta que todo relumbrara con los destellos clínicos de un hospital. Hasta en la cafetería había tenido que disponer la sal, la pimienta y el azucarero formando un triángulo equilátero en el centro de la mesa. Siempre movía las cosas un par de centímetros a la izquierda o a la derecha, adelante y atrás hasta que dejaban de fastidiarla permitiéndole concentrarse de nuevo. Lo más gracioso era que a veces terminaba volviendo a poner las cosas exactamente tal como estaban antes de empezar y entonces tenía que convencerse de que le agradaban de ese modo. Eso decía mucho acerca de Camila.

Si pudieras verme ahora ( Camren)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora