Capítulo 29

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Lauren dio los toques finales a la mesa de la cena, cortó una rama de fucsia silvestre y la puso en un jarroncito en el medio. Encendió una vela y observó la llama danzar en la brisa como un perro que corriera por un jardín pero encadenado a su caseta. Cobh Cúin era tan silencioso como su nombre —que significa Cala del Silencio— daba a entender, habiendo sido bautizado por los lugareños cientos de años atrás sin que nadie hubiese osado llamarlo de otra manera desde entonces. El único sonido era el borboteo del agua que lamía la arena haciéndole cosquillas. Lauren cerró los ojos y se balanceó al ritmo de esa música. Un bote de pesca amarrado al muelle cabeceaba en el mar y golpeaba de vez en cuando el embarcadero añadiendo un tenue son de tambor.

El cielo era azul y comenzaba a oscurecerse a causa de unos jirones de nubes adolescentes que flotaban a la zaga de otras nubes mayores presentes horas atrás. Los astros titilaban brillantes y Lauren les guiñó el ojo; ellas también sabían lo que se avecinaba. Lauren había pedido al cocinero jefe de la cantina del trabajo que le echara una mano en la organización de la velada. Era el mismo cocinero responsable del servicio de comida y bebida para las fiestas que sus amigos íntimos celebraban en los patios traseros de sus casas, pero esa vez se había excedido a sí mismo. Había preparado el festín más exquisito que Lauren pudiera haber soñado. De entrante había foie gras y tostadas cortadas en cuadraditos perfectos, a continuación salmón salvaje irlandés con espárragos al ajillo y de postre una mousse de chocolate blanco con hilos de salsa de frambuesa. El viento cálido del golfo hacía subir los aromas hasta su nariz excitándole las papilas gustativas.

Jugueteó inquieta con la cubertería poniendo en orden todo lo que precisaba ser ordenado, aliso su vestido pasando sus manos por sus piernas una y otra vez a causa de los nervios, bajo el cierre de la chaqueta y decidió volver a subirla. Había pasado el día entero tan atareada preparándolo todo que apenas se había detenido a pensar en los sentimientos que se estaban despertando en su interior. Echando un vistazo a su reloj de pulsera y al cielo que se oscurecía esperó que Camila acudiera a la cita.

Camila conducía despacio cuesta abajo por la estrecha carretera sinuosa y a duras penas veía más allá del capó en la densa negrura del campo. Flores silvestres y brotes de seto rozaban los costados del coche a su paso. Las luces largas de los faros asustaban palomillas, mosquitos y murciélagos mientras avanzaba en dirección al mar. De súbito las tinieblas se abrieron al salir a un claro y vio el mundo entero extendido a sus pies.

Frente a ella, miles de millas de mar negro refulgían a la luz de la luna. Dentro de la cala había una barquita de pesca amarrada junto a los escalones, y la marea incipiente lamía la arena de un marrón aterciopelado jugueteando con ella. Aunque lo que la dejó sin habla no fue la visión del mar, sino la de Lauren de pie en la playa, vestida con un vestido corto que le llegaba un poco arriba de las rodillas y una chaqueta de cuero marrón, junto a una mesita primorosamente puesta para dos en cuyo centro parpadeaba una vela que proyectaba sombras sobre el rostro sonriente de su amiga.

Era una visión arrebatadora, una imagen que su madre le había inculcado en la mente, una escena que le había susurrado entusiasmada al oído describiendo íntimos festines en la playa a la luz de la luna, de tal modo que los sueños de su madre habían pasado a ser los suyos. Y allí estaba Lauren, plantada en el cuadro que Camila y su madre habían pintado tan vividamente y que permanecía grabado en su memoria. Camila entendió la frase de no saber si reír o llorar y por tanto hizo ambas cosas sin ninguna vergüenza.

Lauren se irguió hinchada de orgullo y sus ojos verdes que en ese momento tomaban más bien una tonalidad grisácea brillaron a la luz de la luna. Hizo caso omiso de sus lágrimas o, mejor dicho, las aceptó.

Si pudieras verme ahora ( Camren)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora