—Ally —avisé sin levantar la voz desde el umbral de su despacho. Parecía tan frágil que me daba miedo que cualquier ruido la hiciera añicos.
—Lauren.
Ally sonrió cansada y se apartó las trenzas de rastafari de la cara prendiéndolas con un pasador.
Me vi en sus ojos brillantes al entrar en la habitación.
—Estamos muy preocupados por ti. ¿Hay algo que podamos hacer para echarte una mano?
—Gracias, Lauren, pero aparte de vigilar que todo vaya bien por aquí, la verdad es que nadie puede hacer nada. Estoy tremendamente cansada. He pasado las últimas noches en el hospital obligándome a no dormir. Sólo le quedan unos pocos días, ahora; quiero estar a su lado cuando... —Apartó la vista de Lauren y la dirigió a la foto enmarcada que tenía en el escritorio, y cuando al poco volvió a hablar lo hizo con voz temblorosa—. Ojalá existiera una manera de despedirme de él, de hacerle saber que no está solo, que estoy a su lado.
Se le saltaron las lágrimas. Fui junto a ella y la consolé pese a sentirme impotente y saber que por una vez no cabía hacer absolutamente nada para ayudar a aquella amiga. ¿O acaso sí?
—Espera un momento, Ally. Quizás haya una manera de hacerlo. Tengo una idea.
Y dicho esto salí corriendo.
Camila había organizado a última hora que Luke se quedara a dormir en casa de Sam. Sabía que necesitaba estar a solas aquella noche. Percibía que se estaba operando un cambio en su fuero interno; el frío se había adueñado de su cuerpo y se resistía a marcharse. Estaba acurrucada en la cama con un jersey que le iba grande y una manta, tratando desesperadamente de entrar en calor.
La luna al otro lado de la ventana reparó en que algo iba mal y la resguardó protegiéndola de la oscuridad. La idea de lo que le esperaba le daba a Camila retortijones en el estómago. Las cosas que Lauren y Luke habían dicho hoy habían hecho girar una llave en su mente abriendo un baúl de recuerdos tan aterradores que Camila tenía miedo de cerrar los ojos.
Miró la luna a través de las cortinas descorridas de la ventana y al cabo se dejó llevar a la deriva...
Tenía doce años. Hacía dos semanas que su madre la había llevado de picnic al campo, dos semanas desde que le dijera que iba a marcharse; y la niña llevaba dos semanas aguardando su regreso. Fuera del dormitorio de Camila su padre acunaba en sus brazos a una chillona Sofy de un mes tratando de consolarla y calmarla.
—Ea, ea, pequeña, no llores más...
A veces decía esas tiernas palabras en tono más alto y luego bajaba la voz mientras caminaba de un lado al otro de la casa en la noche avanzada. En el exterior el viento aullaba y se colaba silbando por las rendijas de las ventanas y las cerraduras de las puertas. Una vez dentro, corría y bailaba por las habitaciones mofándose de Camila, fastidiándola y haciéndole cosquillas sin tener en cuenta que estaba tumbada en la cama con las manos en los oídos y las mejillas cubiertas de lágrimas.
Los lloros de Sofy se hicieron más agudos, las súplicas de Alejandro más apuradas y Camila se tapó la cabeza con la almohada.
—Por favor, Sofy, deja ya de llorar—rogó su padre, que trató de entonar la nana que la madre de Camila siempre les cantaba a sus hijas. Camila se apretó más las orejas con las manos, pero aun así siguió oyendo los chillidos de Sofy y la desafinada melodía que cantaba su padre.
—¿Quieres un biberón? —preguntó su padre con ternura al bebé que no dejaba de chillar—. ¿No? Dime, cariño, ¿qué te pasa? —preguntó con voz apenada—. Yo también la extraño, cariño, yo también la extraño. —Y él también se echó a llorar.
ESTÁS LEYENDO
Si pudieras verme ahora ( Camren)
FanfictionEn la vida de Camila Cabello todo tiene su sitio, desde las tazas para café exprés en su reluciente cocina hasta los muestrarios y los botes de pintura de su negocio de diseño de interiores. El orden y la precisión le dan una sensación de control so...