Capítulo 31

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Camila estaba sentada al pie de la escalera y miraba por la ventana el jardín delantero. El reloj de pared marcaba las siete menos diez. Lauren nunca había llegado tarde hasta entonces y confió en que estuviera bien. No obstante, en ese momento su enojo superaba en bastantes grados su preocupación por ella. La conducta de Lauren el sábado por la noche le daba pie a pensar que su ausencia se debía más a la falta de interés que al juego sucio. La víspera había pasado el día entero pensando en Lauren, en que no conocía a sus amigos, a su familia o a sus compañeros del trabajo, pensando en la ausencia de contacto sexual y, a altas horas de la noche, mientras pugnaba por conciliar el sueño, se dio cuenta de qué era lo que había estado intentando ocultarse a sí misma. Creyó saber cuál era el problema: o bien Lauren ya estaba comprometida en una relación o no quería iniciar una.

Ella había hecho caso omiso de las recurrentes dudas que la habían asaltado. Resultaba insólito que Camila no hiciera planes, que no supiera el porvenir de una relación. Por consiguiente, aquel cambio tan radical la agobiaba. A ella le gustaban la estabilidad y la rutina, cosas de las que Lauren carecía. Bueno, ahora estaba segura de que lo suyo no saldría bien, mientras, sentada en la escalera, aguardaba la llegada de un espíritu libre, tal como hacía su padre. Y nunca comentaba sus temores con Lauren. ¿Por qué? Porque cuando estaba con ella hasta el más pequeño temor se disipaba. Lauren aparecía de improviso, la cogía de la mano y la conducía a otro emocionante capítulo de su vida, y aunque en ocasiones ella se sentía renuente a seguirla, a menudo aprensiva, con ella nunca estaba nerviosa. Era cuando estaba sin ella, en momentos como ahora, cuando lo ponía todo en tela de juicio.

Resolvió de inmediato que iba a distanciarse de ella. Aquella noche hablaría con Lauren de una vez por todas. Eran como el agua y el aceite; la vida de Camila estaba llena de conflictos y, por lo que ella sabía, Lauren corría como alma que lleva el diablo con tal de evitarlos. Mientras los segundos pasaban señalando que el retraso de su amiga era ya de cincuenta y un minutos, Camila se dijo que después de todo quizá no necesitara tener aquella conversación con ella. Seguía sentada al pie de la escalera con sus nuevos pantalones y blusa informales color crema, un tono que nunca se habría puesto antes, y se sintió idiota. Idiota por escucharle, por creerle, por no interpretar las señales correctamente y, lo que era peor, por enamorarse de ella.

Aunque el enojo tapaba su pena, lo último que estaba dispuesta a hacer era quedarse sola en casa y permitir que ésta aflorara. Camila era experta en esos lances.

Cogió el teléfono y marcó.

—Hola, Benjamin, soy Camila —dijo bastante deprisa, para no darse tiempo a dar marcha atrás—. ¿Te apetecería que saliéramos esta noche a tomar ese sushi que tenemos pendiente?

—¿Dónde estamos? —preguntó Lauren mientras caminaba por una calle adoquinada y poco alumbrada de una zona deprimida de Dublín. Los charcos abundaban en el suelo irregular de un barrio que consistía mayormente en almacenes y naves industriales. Una casa de ladrillos rojos se erguía solitaria en medio de esos edificios.

—Esa casa se ve rara, tan aislada —comentó Lauren—. Un poco solitaria y como fuera de lugar.

—Ahí es a donde vamos —dijo Ally—. El dueño de esa vivienda se negó a vender su propiedad a las empresas vecinas. Se quedó aquí mientras los nuevos locales salían como setas.

Lauren miró la vieja casa.

—Apuesto a que le ofrecieron un buen pico. Seguramente habría podido comprar una mansión en las colinas de Hollywood con lo que le pagaban. —Se fijó en las salpicaduras que su zapatilla roja Converse causó al pisar un charco—. He decidido que los adoquines son mi pavimento favorito.

Si pudieras verme ahora ( Camren)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora