Camila se dio impulso en el balancín de su jardín trasero. Sostenía un café caliente envolviendo con sus finos dedos el tazón color tiza. El sol se ponía lentamente y un ligero helor salía reptando de su escondite para ocupar su lugar. Camila contemplaba el cielo, una vista perfecta de algodonosas nubes rosas, rojas y naranjas como salidas de un cuadro al óleo. Un resplandor ambarino se alzaba desde detrás de la montaña que tenía delante, semejante al resplandor secreto que emergía de entre las sábanas de Luke cuando éste leía en la cama a la luz de la linterna. Inhaló profundamente el aire refrescante.
«Cielo rojo por la noche», oyó decir a una voz en su interior.
-Anuncio de buen tiempo -susurró en voz baja.
Se levantó una brisa leve como si el aire, igual que ella, estuviera suspirando.
Hacía una hora que estaba sentada allí fuera. Luke estaba arriba jugando con su amigo Sam después de pasar el día en casa de su abuelo. Camila aguardaba a que una de las madres de Sam, de las cuales no conocía, viniera a recoger a su hijo. Normalmente era Edith quien trataba con los padres de los amigos de Luke, de ahí que a Camila no le apeteciera lo más mínimo ponerse a charlar sobre los niños.
Eran las diez menos cuarto y la luz, al parecer, daba por concluida la jornada. Camila había estado meciéndose adelante y atrás mientras combatía las lágrimas que amenazaban con caer, se tragaba el nudo que amenazaba con cerrarle la garganta, y ahuyentaba los pensamientos que amenazaban con anegar su mente. Tenía la impresión de luchar contra el mundo que amenazaba con poner en peligro sus planes. Luchaba contra las personas que irrumpían en su universo sin su permiso; luchaba contra Luke y su mentalidad infantil, contra su hermana y sus problemas, contra Dinah y sus ideas en el trabajo, contra Joe y su cafetería, contra los competidores de su negocio. Sentía que siempre estaba luchando, luchando, luchando. Y ahora allí estaba sentada luchando contra sus propias emociones.
Se sentía como si hubiese aguantado cien asaltos en el cuadrilátero, como si hubiese aguantado todos los puñetazos, golpes y patadas que sus oponentes le habían propinado. Ahora estaba cansada. Los músculos le dolían, estaba bajando la guardia y las heridas tardaban en cicatrizar. Un gato saltó de la alta tapia que separaba a Camila de sus vecinos y aterrizó en su jardín. Echó un vistazo a Camila; la cerviz en alto, los ojos brillantes en la oscuridad. Caminó lentamente a través de la hierba con absoluta despreocupación. Tan seguro de sí mismo, tan confiado, tan henchido de su propia importancia. Se encaramó a la tapia de enfrente y desapareció en la noche. Camila envidió su capacidad para ir y venir a su antojo sin deberle nada a nadie, ni siquiera a los seres más próximos, quienes lo amaban y cuidaban de él.
Camila se sirvió del pie para darse impulso otra vez. El columpio emitió un leve chirrido. A lo lejos la montaña parecía estar ardiendo mientras el sol se hundía y se perdía de vista. Al otro lado del cielo la luna llena aguardaba la última llamada para salir a escena. Los grillos continuaban parloteando ruidosamente entre sí, los últimos niños corrían a sus hogares para pasar la noche. Los motores de los coches se paraban, sus portezuelas se cerraban de golpe, las puertas y las ventanas se atrancaban y las cortinas se corrían. Y luego se hizo el silencio y Camila volvió a quedarse sola sintiéndose como una visita en su propio jardín trasero, el cual había cobrado nueva vida en la creciente oscuridad.
Su mente comenzó a rebobinar los acontecimientos del día. Se detuvo y reprodujo la visita de Sofy. La reprodujo una y otra vez aumentando el volumen a cada repetición. «Al final todos se marchan, ¿no es cierto, Kaki?» La frase se repetía como un disco rayado. Le fastidiaba como un dedo que alguien le clavara repetidamente en el pecho. Cada vez con más fuerza, primero raspando la piel, luego rajándola, pinchando y pinchando hasta que por fin la desgarraba y le alcanzaba el corazón. El punto donde más dolía. La brisa sopló y la herida en carne viva le escoció.
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Si pudieras verme ahora ( Camren)
FanficEn la vida de Camila Cabello todo tiene su sitio, desde las tazas para café exprés en su reluciente cocina hasta los muestrarios y los botes de pintura de su negocio de diseño de interiores. El orden y la precisión le dan una sensación de control so...