Capítulo 32

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Me quedó claro. Sabía qué debía hacer a continuación. Tenía que hacer lo que me habían enviado a hacer: que la vida de Camila fuera lo más agradable posible para ella. Sólo que ahora me había involucrado tanto con ella que tendría que ayudarla a curar viejas heridas además de las nuevas que tan estúpidamente le había infligido. Estaba enojada conmigo por estropearlo todo, por haberme abstraído y apartado el ojo de la pelota. El enfado que sentía era más fuerte que el dolor, cosa que me alegraba, porque, con vistas a ayudar a Camila, debía hacer caso omiso de mis propios sentimientos y hacer lo que fuese mejor para ella. Que era lo que tendría que haber hecho de buen principio. Pero así son las lecciones: siempre las aprendes cuando menos te lo esperas o deseas. Tendría tiempo de sobra a lo largo de mi vida para ocuparme del dolor que me causaba perderla.

Había pasado toda la noche caminando, pensando sobre las últimas semanas y sobre mi vida. No lo había hecho nunca, eso de pensar sobre mi vida. Nunca me había parecido necesario para mi propósito, pero me había equivocado. A la mañana siguiente me encontré de nuevo en Fucsia Lane, sentada en el murete del jardín donde había conocido a Luke hacía poco más de un mes. La puerta fucsia volvió a sonreírme y le devolví el saludo. Al menos ella no estaba enojada conmigo; no me cabía duda que Camila lo estaría. Le indignaba que la gente llegara tarde a reuniones de trabajo, por no hablar de las citas para cenar. Yo le había dado plantón. No intencionadamente. No por malevolencia, sino por amor. Imaginad defraudar a alguien porque le amas mucho. Imaginad hacerle daño a alguien, enojarle, hacerle sentir solo y que nadie lo ama porque tú consideras que es lo mejor para él. Todas estas reglas nuevas me estaban haciendo poner en tela de juicio mis aptitudes como amiga íntima. Me sobrepasaban, eran leyes con las que no me sentía nada a gusto. ¿Cómo iba a enseñar nada a Camila acerca de la esperanza, la felicidad, la alegría y el amor cuando yo misma no sabía si todavía creía en todas esas cosas? Bueno, sabía que eran posibles, vale, pero la posibilidad trae aparejada la imposibilidad. Una palabra nueva en mi vocabulario.

A las seis en punto la puerta fucsia se abrió y me puse firme como si un maestro hubiese entrado en el aula. Camila salió, cerró la puerta a sus espaldas, echó la llave y bajó por la rampa adoquinada. Se había puesto otra vez el chándal marrón chocolate, el único conjunto informal de su vestuario. Llevaba el pelo recogido atrás sin mucho miramiento, iba sin maquillar y no creo que vuelva a verla tan guapa en toda mi vida. Una mano me alcanzó el corazón y me lo apretó. Me dolió.

Camila levantó la vista, me vio y paró en seco. Su rostro no se iluminó con una sonrisa como de costumbre. La mano que me apresaba el corazón me lo retorció. Pero al menos me veía y eso era lo principal. Nunca hay que subestimar el hecho de que te miren a los ojos, no sabéis lo afortunados que sois. En realidad, al diablo con la suerte, no tenéis ni idea de lo importante que es que te reconozcan, aunque sea con una mirada fulminante. Es cuando te ignoran, cuando miran directamente a través de ti, cuando debes comenzar a preocuparte. Camila por lo general desdeñaba sus problemas; acostumbraba mirarlos por encima del hombro y nunca de hito en hito. Pero resultaba obvio que yo constituía un problema que merecía la pena resolver.

Anduvo hacia mí con los brazos cruzados sobre el pecho, la cabeza alta, los ojos cansados pero determinados.

—¿Te encuentras bien, Lauren?

Su pregunta me desconcertó. Contaba con que estuviera enojada, con que me gritara y no escuchase ni creyera mi versión de lo ocurrido, igual que en las películas, pero no fue así. Estaba serena, aunque con la furia burbujeando debajo de la superficie, lista para entrar en erupción según lo que yo contestara. Me escrutaba el semblante buscando respuestas que jamás creería.

Me pareció que era la primera vez que me hacían aquella pregunta. En eso iba pensando mientras ella me estudiaba la cara. No, para mí estaba claro como el agua que no me encontraba bien. Estaba crispada, cansada, enojada, ansiosa y dolorida, mas no se trataba de una punzada de ansia, sino de un dolor que nacía en mi pecho y se extendía por mi cuerpo y mi cabeza. Era como si mis opiniones y filosofías hubiesen cambiado de la noche a la mañana. Las mismas filosofías que de buena gana había tallado en piedra, recitado y a cuyo son había bailado. Como si el mago de la vida hubiese revelado cruelmente sus cartas ocultas y no hubiese ninguna magia, sólo un mero truco. O una mentira.

Si pudieras verme ahora ( Camren)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora