Baile na gCroíthe se estaba despertando cuando Camila enfiló el puente de piedra gris que le servía de puerta. Dos inmensos autocares llenos de turistas avanzaban muy despacio intentando cruzarse en la estrecha calle sin rozarse. Dentro, Camila vio caras aplastadas contra las ventanillas, gente soltando exclamaciones, sonriendo y señalando, cámaras levantadas hasta los cristales para captar en película aquella villa como de muñecas. El conductor del autobús que venía hacia ella se humedeció los labios con cara de concentración y Camila acertó a ver el sudor que le perlaba la frente al maniobrar lentamente el desmedido vehículo por la estrecha calle que en su día se diseñó para caballos y carros. Los costados de los autocares casi se tocaban. Al lado del conductor el guía turístico, micrófono en mano, hacía lo posible por entretener a su público a tan temprana hora de la mañana.
Camila echó el freno de mano y suspiró profundamente. Aquello ocurría con frecuencia en el pueblo y sabía que podía durar un buen rato. Dudaba que los autocares fueran a detenerse. Rara vez lo hacían a no ser que efectuaran una breve parada para ir al lavabo. Siempre se tenía la impresión de que el tráfico atravesaba Baile na gCroíthe sin detenerse jamás. Camila no los culpaba; era un lugar estupendo para ayudarte a llegar a dondequiera que fueras, pero no para quedarte en él. Los vehículos aminoraban la marcha y los visitantes tenían ocasión de ver cuánto había que ver, pero luego los conductores pisaban el acelerador y salían zumbando por la otra punta.
Tampoco era que Baile na gCroíthe no fuese bonito; sin duda lo era y mucho. Su mayor motivo de orgullo fue ganar el concurso Ciudad Cuidada por tercer año consecutivo, y cuando entrabas al pueblo, encima del puente un esplendoroso arreglo floral formaba un rótulo de bienvenida. Los arreglos florales se sucedían por toda la localidad. Las jardineras adornaban las fachadas de las tiendas, había canastas colgadas de las farolas negras, los árboles crecían a lo largo de la calle mayor. Cada edificio estaba pintado de un color diferente y la calle mayor, la única calle, era un arco iris de tonos pastel y colores atrevidos como verdes menta, rosas asalmonados, lilas, amarillos limón y azules de lo más variado. Las aceras relucían sin el menor rastro de desperdicios y en cuanto levantabas la vista por encima de los tejados grises de pizarra te encontrabas rodeado por majestuosas montañas verdes. Era como si Baile na gCroíthe estuviera arrebujado, acurrucado en el seno de la Madre Naturaleza.
Acogedor o asfixiante.
La oficina de Camila estaba ubicada entre una estafeta de correos verde y un supermercado amarillo. El edificio era azul celeste y el local quedaba justo encima del negocio de telas, cortinas y tapicería de la señora Bracken. Anteriormente la tienda había sido la ferretería del señor Bracken, pero cuando éste murió diez años atrás Gwen decidió convertirla en su propia tienda. Según parecía tomaba decisiones fundamentándose estrictamente en lo que su difunto marido habría pensado. Abrió la tienda «porque es lo que el señor Bracken habría querido». No obstante, Gwen se resistía a salir los fines de semana o a participar en eventos sociales, dado que «no es lo que el señor Bracken habría querido». En opinión de Camila, lo que hacía feliz o infeliz al señor Bracken parecía concordar la mar de bien con la filosofía vital de la señora Gwen.
Los autocares avanzaban cruzándose centímetro a centímetro. Baile na gCroíthe con tráfico de hora punta: el resultado de dos autobuses excesivamente grandes tratando de compartir la estrecha calle. Finalmente ambos consiguieron pasar y Camila contempló con displicencia cómo el guía turístico saltaba de su asiento presa de un súbito entusiasmo, micrófono en mano, logrando convertir lo que esencialmente era un aburrido atasco en un viaje apasionante en autobús por las carreteras secundarias de Irlanda. Aplausos y vítores a bordo del autocar. Una nación en fiesta. Más flashes por las ventanillas y los ocupantes de ambos autocares despidiéndose con gestos de la mano tras haber compartido la emoción de aquella mañana.
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Si pudieras verme ahora ( Camren)
Fiksi PenggemarEn la vida de Camila Cabello todo tiene su sitio, desde las tazas para café exprés en su reluciente cocina hasta los muestrarios y los botes de pintura de su negocio de diseño de interiores. El orden y la precisión le dan una sensación de control so...