Capítulo 1

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Años antes

André bostezó desinteresado mientras la chica continuaba hablando, o eso le parecía. Movía sus labios pero él estaba más que aburrido con lo que decía desde, miró su reloj, media hora; así que no escuchaba. Tendría que empezar a pensar seriamente en una razón para terminar la tortura. Su madre lo necesitaba, su mascota había muerto, su padre llamaba, su mejor amigo lo vería...

Excusas. De años. Siempre funcionaban. Cada vez que él las decía y realmente ¿alguien era tan ingenua? Sí, siempre había alguien. Y él, no era de las personas que dejaban pasar las oportunidades. Nunca.

–Lo lamento –se levantó con una enorme sonrisa de disculpa– había olvidado que debo encontrarme con Alex para resolver unos asuntos de negocios –añadió, para evitar preguntas–. ¿Te llamo, sí? –dejó dinero en la mesa para la cuenta, le dio un beso en la boca y se alejó. Una más a la que no estaba deseoso de ver, un día más aburrido. Y repetitivo.

Tomó su auto y manejó velozmente. Eran una de las pocas cosas de las que jamás se aburriría. Su deportivo negro. Tomó una curva cerrada y por poco choca con la persona delante de él, que se atravesó de la nada. ¡Maldición!

El ruido de frenado al máximo alertó a quien conducía el otro vehículo, que también se detuvo y por poco, nuevamente, André se va contra el auto. Se orilló para insultar a quien fuera que conducía de esa manera.

Una joven alta, de cabello abundantemente rubio, ojos azules, y furiosa descendió del vehículo. André se quedó mudo ante la figura esbelta y su cabello agitado por la brisa ligera que corría. Tenía toda la apariencia de una modelo o estrella de cine, así que, tenía que él tratarla como tal. No dándole demasiado crédito a su inteligencia o capacidad al manejar.

–¡Eres un imbécil! –gritó la joven, molesta– ¿no ves por dónde rayos vas?

André sacudió su cabeza. ¿Tenía carácter? Arqueó una ceja y sonrió complacido, vería cuanto le duraba eso. Salió de su auto también y la enfrentó, mirándola desafiante y sonrió.

–¿Sabes? No ha sido mi culpa, nena –él contestó con tono seguro–. Tú te has atravesado.

–¿Qué? –ella lo miró como si estuviera loco–. Yo venía conduciendo con normalidad y tú has venido a quien sabe cuántos kilómetros por hora. ¡Loco!

–¿Loco? –él se quedó asombrado. No recordaba cuando su sonrisa no había funcionado para calmar a una mujer, probablemente porque nunca antes le había pasado–. ¿Sabes? Mujeres como tú no deberían conducir, no son capaces.

–Idiota –soltó ella en tono afilado–. Tú, nene, no deberías conducir los juguetes que te dan tus padres. O al menos, aprende primero –sonrió complacida al ver el gesto de rabia en sus facciones.

–Yo no... –André sentía ganas de gritar y sacudir a esa mujer, pero no haría ni lo uno ni lo otro. Él no se descontrolaba frente a extraños, nunca– solo digamos que no ha pasado a mayores. ¿Por qué seguir con esto?

–Sí –ella confirmó para sorpresa de él– ha sido una suerte que pudiera frenar.

¡Grave error! André la miró con escepticismo, como si tuviera la certeza que se había vuelto loca o que fuera tonta por no ver lo evidente.

–¡Toda la culpa ha sido tuya, maldición! –gruñó André poniendo los ojos en blanco– ¿por qué las mujeres no aceptan que no pueden manejar bien?

–¿Las mujeres? –ella lo miró desafiante. ¡Odiaba las generalidades!–. ¿Solo los hombres son capaces? ¡Rayos! ¿En qué siglo crees que estás?

–Lastimosamente sé que en este no podré hacer nada. Tú seguirás convencida que ha sido mi culpa, cuando yo lo único que hice fue evitar un accidente con mi oportuna reacción.

Ella se rió, con fuerza y burlonamente. André arqueó una ceja.

–¿Tu reacción? ¡Qué egocéntrico eres! Pero como quieras... tú reaccionaste a tiempo. Tú evitaste una gran tragedia –sonrió ella y se encogió de hombros, girándose para alejarse.

–¡Claro que fui yo! –soltó él, aunque ella no respondió, ni giró. Pero André habría jurado que vio que sus hombros se sacudían con fuerza. ¡Seguía riéndose de él!

André regresó a su auto, absolutamente molesto por la situación. Quería golpear algo por la frustración de no haber tenido la oportunidad de decirle unas cuantas cosas a esa mujer. Aún más, a él jamás lo dejaban con una palabra. Y ella le había dejado con por lo menos una hora continua de palabras y réplicas por sus comentarios. ¿Cuál era su problema? ¡Ciertamente, era bellísima! Y sin embargo, hablaba con tono mordaz e inteligente.

No, no era que él despreciara eso en una mujer. Siempre era buena idea hablar con alguien que pudiera entender una palabra de más de seis letras y si lucía así... bueno, ¿quién sería él para negarse? El problema era que, las mujeres que lucían así no eran tan inteligentes. Por experiencia propia. Había conocido un par que tal vez podían ser la excepción a la regla, pero las modelos con las que él había salido... no había mucho que mereciera la pena destacar.

¿Por qué daba por sentado que era una modelo? Su figura podía indicar muchas otras cosas, sin embargo él no podía imaginarse qué. ¿Desperdiciar un cuerpo y rostro así sin mostrarlo al mundo? No había manera. Tenía que ser una modelo.

André sacudió la cabeza mientras volvía a encender su auto. De inmediato aumentó la velocidad, para despejar su mente de lo sucedido. No era su costumbre darle demasiadas vueltas a nada y no empezaría ahora.


***

Alessandra suspiró renuente a dejar que sus pensamientos fueran más allá. Trataba de concentrarse en el texto delante de sus ojos pero no lo lograba. Era una misión imposible en ese instante. Y por primera vez, en años, deseó que terminara esa clase. Y todas las que le seguían. Ese día no era su mejor día, había empezado todo mal. Desde quedarse sin agua templada para bañarse hasta olvidarse sus llaves en el departamento. Lo último había sido aquel casi accidente. ¿Podría empeorar? Y por culpa de aquel sujeto. Irresistiblemente guapo pero igual de condescendiente con ella. Nada nuevo, y aun así, odioso. Con gusto le habría estampado su bolso en la cara, pero no, era darle demasiada importancia y hombres así, eso era lo que buscaban: atención femenina. Ella no caería en ese juego. No otra vez, al menos.

–¿Señorita? –escuchó que su profesor se paraba frente a ella– ¿está de acuerdo?

–Por supuesto –contestó ella, sin saber con qué debía estar de acuerdo. Sus compañeros rieron y ella miró desorientada hacia sus amigas, Emma y Carlotta. Para su total alivio, su profesor fue comprensivo y siguió de largo. Ella suspiró aliviada. ¡Necesitaba poner atención!

Cuando la clase concluyó, dio gracias por los quince minutos que tendría para poner su mente en orden. Lo necesitaba, con urgencia.

–¿Qué te pasa, Alessandra? –preguntó Emma preocupada–. Sigues en las nubes. ¿Ha sucedido algo?

–Nada, en absoluto –negó para tranquilizar a su amiga– es una estupidez que me sucedió de camino aquí.

–¿Qué fue? –Carlotta cuestionó, alzando por primera vez sus ojos de la revista que tenía entre manos– ¿algo interesante?

–Un hombre insoportable se cruzó en mi camino con su auto. ¡Y pretendía que fuera mi culpa! –soltó y ellas se miraron cómplices, riendo. ¡Se notaba que había sido un tonto al haber pretendido llevarle la contraria a Alessandra!

Casi amor (Italia #11)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora