Capítulo 19

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Alessandra tenía sus ojos azules fijos en un punto indefinido de la pared. De hecho, no recordaba hacía cuanto tiempo estaba en la misma postura ni por qué había empezado a pensar en el pasado en primer lugar. Era curioso. Estos días habían sido curiosos.

Reencontrarse con André había sido toda una sorpresa. En realidad, no había esperado que pasara jamás. Claro, estaba exagerando. Lo había esperado, el reencuentro inevitable, pero no a él. No podía explicar. Sencillamente, ella continuaba frecuentando muchos lugares que quizás él también y por eso, lo había esperado. No podía odiarlo eternamente.

De hecho, no lo odiaba ya. Había dicho la verdad. Al principio, oh sí, los primeros días... quizá los primeros meses, con gusto habría asesinado a André. En su mente, había muerto de mil formas diferentes, todas dolorosas y que implicaban su presencia en un costado, riendo de forma estruendosa, como si fuera una total bruja malvada. Dolor por supuesto, dolor en forma extraña e irónica, sin embargo dolor al fin. Vacío. Y una profunda tristeza.

Sí, quizá la tristeza había sido lo peor de todo. Ni siquiera había notado como André se había ido involucrando en su vida, en sus actividades diarias, en lo que ella era y hacía. A cada rincón de su vida que ella miraba, él había llegado. Tan idiota que ni siquiera lo había notado. Emma había tenido razón, ella había estado "idiota por André". Sin duda, idiotizada.

Aunque la vida seguía. El primer mes había sido el más duro; y de pronto, bueno, no tan de pronto, pero con la ayuda de Emma y las muchas actividades que había estado a punto de abandonar, había vuelto a su cauce de a poco. Pequeños pasos al inicio, grandes zancadas tras unos meses. Tampoco podía dejar toda la vida que tenía por delante por un desengaño amoroso. No se iba a rendir. Ella nunca se rendía. Era un obstáculo que superaría.

Así que, cumplido un año probablemente, ya Alessandra no deseaba nada malo a André. Simplemente que él aprendiera algo de todo lo que hacía. No pudo evitar preguntarse si algo de lo que él había dicho o hecho con ella había sido importante para él de alguna manera. No creía posible que alguien pudiera fingir todo el tiempo, había reflexionado cuando los meses críticos pasaron.

Sin embargo, trataba de no darle demasiadas vueltas al asunto porque eso no ayudaba a que se quedara en el pasado. Por lo que, empezó a pensar menos en él y ni que decir que su carrera incrementó su exigencia cuando se graduó y para ese entonces, ya había conocido por varios meses a John, quien se convertiría en su esposo dentro de pocos días.

Había sido maravillosamente paciente con ella. También era doctor, un cardiólogo de prestigio y ese era el motivo de que no estuviera esas semanas en Italia. Había asistido a un Congreso de medicina en Estados Unidos, aunque hablaban cada día. Él decía que la extrañaba y ansiaba verla. Ella... no se sentía diferente. Lo extrañaba tanto, quería la seguridad que le brindaba estar en sus brazos y sentir que lo demás desaparecía; o bien que el mundo podría derrumbarse, pero ni siquiera se percataría, porque ahí estaba él, a su lado. Sosteniéndola.

Oh, sí que lo amaba. Le había costado aceptarlo, pero al final lo había hecho. No quería perderlo por absurdos miedos. Sí, había tenido una mala experiencia, no obstante eso no significaba que tenía que renunciar a vivir el amor. A volver a creer en él.

Nadie había llegado a ella como lo había hecho John. Con su sonrisa franca, sus ojos marrones sinceros y su cabello rubio, él era increíblemente apuesto, totalmente inteligente y... solo era él. En todos los sentidos posibles, él era perfecto.

Y lo había sabido. Él sería el hombre con el que compartiría el resto de sus días. Se casaría con él y tendrían hijos, un hogar y...

Bien, tendría su cuento de hadas personal. Y no podía estar más ansiosa por comenzar.

Ahora, el porqué del regreso de André a su vida no podía alcanzar a comprenderlo. Siempre oportuno, había mencionado con ironía Emma; no obstante, en cierta manera, lo era. Oportuno, curioso que su amiga lo calificara así y aún más curioso que a ella le pareciera apropiado el uso de la palabra.

Oportuno... oportunidad. No que significara nada, por supuesto. Era más bien como una pequeña punzada de nostalgia por lo que quizá pudo ser si hubiera sido diferente. Él. André.

Sin embargo, volvía a pensar. André sí que había sido el hombre que había necesitado en ese momento particular de su vida. Dudaba que hubiera congeniado con John tal como lo había hecho si André no hubiera estado presente antes. No sabía por qué tenía esa certeza. ¿Sería porque él la había hecho apreciar, por primera vez, el riesgo de amar y la fragilidad de un corazón roto?

Y tenía aún más certeza que John no le rompería el corazón. Él no. Solo lograba que se acelerara su corazón al pensar en él. Lo necesitaba a su lado. Más que nunca.

Pestañeó brevemente y sus ojos se quedaron fijos en el resplandor que se desprendía del anillo colocado en su dedo. Su anillo de compromiso. Suspiró y recordó el día que John se lo había dado. Había sido mágico.

Alessandra podría jurar que vio una estrella fugaz aquella noche. Simple y sencillamente... mágico.

Sacudió la cabeza brevemente, intentando desprenderse de los recuerdos y volver al presente. Había cosas que hacer aún para la boda. Revisar el listado de invitados, la última prueba del vestido, la cena de ensayo...

Se levantó y cerró el historial clínico del último paciente que había atendido hace –miró su reloj– cuarenta y cinco minutos exactos. Suspiró. Iba tarde. Emma seguramente la mataría.

–Soy tu dama –fue el saludo de Emma a Alessandra– pero eso no significa que me voy a ocupar de todo. La boda es tuya, Alessandra.

–Hola Emma, qué gusto saludarte también –contestó Alessandra con diversión mientras ella ponía los ojos en blanco– yo te ayudé con la tuya –se justificó.

–Sí, pero tú no tuviste que probarte mi vestido de novia, ¿o sí?

–No –negó categóricamente– ¿tú sí el mío?

–Estaba a punto –siseó Emma suspirando–. ¿Dónde estabas?

–En la clínica –respondió automáticamente y la mirada de Emma la aguijoneó de inmediato– sola.

–¿Por qué pensaría lo contrario? –Emma siempre dejaba ver en su tono mucho más de lo que las palabras expresaban. Así que, más o menos, esto era un "menos mal que no estuviste con André, él no es bueno para ti" o algo por el estilo.

–Solo se me ocurrió aclararlo –comentó por lo bajo y encogió un hombro– ¿dónde está mi vestido?

–Tendrás que esperar. Perdiste el salón reservado para la prueba.

–¿Por qué parece que te divierte? –inquirió con un mohín.

–Porque lo hace. Te lo mereces, debes llegar a tiempo.

–Lo sé. Me retrasé sin querer, lo siento.

Emma entrecerró los ojos. Alessandra los cerró brevemente. Aquel gesto significaba que lo que sea que diría no podía ser bueno para ella.

–Alessandra, permíteme preguntarte algo –el tono era tan casual, demasiado. Alessandra sintió un escalofrío– ¿eres feliz?

–Por supuesto que sí –afirmó de inmediato.

–¿Con la boda? ¿Eres feliz con la boda?

Alessandra clavó sus ojos azules en ella como si hubiera perdido el juicio. ¿Qué clase de pregunta absurda era esa?

Casi amor (Italia #11)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora