André trató de aflojar el nudo de la corbata que llevaba, como si eso lo fuera a ayudar a respirar con normalidad, dejando la sensación de asfixia de lado. Quizá no funcionaría, pensó mientras caminaba a través de las personas que abarrotaban el salón y el efecto asfixiante solo crecía.
–¿Te encuentras bien? –escuchó a Alex a su lado, que por alguna extraña y retorcida razón, estaba sonriendo feliz–. ¿André?
–No me fastidies ahora –lo amenazó, o al menos intentó, pues su voz sonó poco convincente– no estoy de humor.
–En estos últimos años, nunca lo has estado –comentó con tono casual y se ganó una mirada gris fulminante– anímate, es una fiesta.
–A la que no quería venir –murmuró André malhumorado y volvió a mirar a su alrededor. No sabía si quería verla. No sabía si podría soportarlo o si era justamente lo que necesitaba.
–Es por ella, ¿verdad?
Alex no sabía lo cerca que estaba de morir asfixiado por su mejor amigo, pensó André. No reconocía el peligro.
–No sigas por ahí –advirtió con seriedad.
Alex lo entendió. Asintió con una pequeña sonrisa y se alejó de la mano de su esposa, hacia la pista de baile.
André miró a su mejor amigo y a su hermana, Danaé mientras bailaban y sonreían, tan enamorados como el primer día. Eso hacía que se sintiera enfermo... y celoso. Él jamás tendría nada así. Nunca.
Tomó el sobre que contenía su contribución para la gala de caridad y se acercó a la mesa donde se encontraba la bandeja. Lo depositó y esperó que la persona a cargo le pasara el libro de constancia para firmar. Cuando la miró, se quedó sin aliento. Podía creer que era un sueño, pero sus sueños no habían sido tan vívidos durante todos esos años. Era Alessandra.
–Alessandra –saludó él, aclarándose la voz– que sorpresa –comentó.
–André –sonrió levemente y le pasó el libro– que gusto encontrarte aquí.
–Sí, gala anual... motivo de reunión familiar –se justificó.
–Ya lo creo –Alessandra lo miró con curiosidad– ¿te sientes bien?
–Perfectamente –contestó de inmediato– ¿y tú cómo estás?
–Bien –intentó sonreír con naturalidad, pero el breve gesto de tensión no le pasó inadvertido a André–. ¿Necesitas algo más?
–No. Un gusto encontrarte... –se despidió André y en cuanto se alejaba, volvió a mirarla–. Alessandra, ¿podría pedirte algo?
–Por supuesto, ¿qué sucede André?
–¿Tomarías un café conmigo? –pidió para sorpresa de Alessandra y suya también–; es decir, yo, olvídalo... –murmuró y se alejó.
–Espera –escuchó que lo seguían y André se detuvo– me parece bien.
–¿De verdad? –André se sorprendió–; bueno, con todo lo sucedido...
–¿Cómo amigos, verdad? –Alessandra recalcó y André asintió–. Acepto, entonces.
–¿Cuándo te viene bien? –preguntó incrédulo aun.
–Te llamaré –sonrió Alessandra y su voz sonó insegura– ¿aun tienes el mismo número?
–Sí, los mismos números... –confirmó André, sabiendo que no llamaría.
–Perfecto entonces, nos vemos pronto.
–Espera –André le tomó del brazo cuando ella giró– ¿te gustaría bailar?
–¿Bailar? –Alessandra se sintió incómoda–. Yo... no lo creo.
–Sí, es una tontería. Lo siento –se disculpó y pensó en salir a tomar aire. Lo necesitaba urgentemente.
André se apoyó en el balcón, con la cabeza entre las manos mientras intentaba respirar con normalidad. Se sentía un total estúpido. ¿Cómo había llegado a ese punto? Ni siquiera podía pensar en ella sin sentir que el aire de sus pulmones se escapaba lentamente. ¡Tamaña idiotez!
Sintió que le tocaban ligeramente el hombro y giró. Se encontró con una hermosa mujer que le sonreía.
–¿André? –lo saludó con un beso en la mejilla– ¿qué haces aquí?
–Diane –la abrazó, esbozando una sonrisa– que gusto verte. ¿Cómo estás?
–Encantada de verte –le acarició el brazo– te he extrañado. Tanto tiempo sin verte.
–Sí, he estado algo ocupado –se excusó, sin saber bien que decir.
–¿Tan ocupado que no puedes tomarte un par de días libres y salir conmigo? Estoy de visita, querido y me gustaría verte más seguido –sonrió provocativamente.
–Te llamaré –prometió aunque sabía que mentía. Solo quería que lo dejara tranquilo– debo irme.
–¿A dónde vas? ¿Me dejarás sola? –hizo un puchero y André se sintió aún más desubicado. Su pasado parecía una vida totalmente diferente en realidad.
–Debo irme, seguramente me estarán buscando y... –se encogió de hombros y salió, esquivando el intento de la mujer por retenerlo. No estaba de humor.
Como últimamente. Como hace unos años. ¿Qué rayos le pasaba?
–¿Nueva conquista? –escuchó y giró para encontrarse con Alessandra.
–No. Antigua, al parecer –contestó cínicamente.
Alessandra, sorpresivamente, sonrió y le extendió la mano. André la miró con curiosidad.
–Acepto bailar contigo –explicó divertida y él asintió, haciendo que tomara su brazo y la condujo hasta la pista– no parecías estar teniendo un buen tiempo.
–Aunque te parezca difícil de creer, así era –André la tomó en sus brazos y comenzaron a moverse lentamente, al ritmo de la música.
–Bastante difícil –murmuró Alessandra y lo miró con curiosidad– ¿realmente has cambiado, verdad?
–¿Te parece así? –André hizo que girara– ¿estoy más guapo? ¿Más divertido?
–Maduro –exclamó con una sonrisa– pero sigues siendo divertido.
–Gracias –André la sujetó firmemente por la cintura. Clavó sus ojos grises en los ojos azules de ella–. Lo siento.
–¿Disculpa? –Alessandra soltó incrédula– ¿por qué?
–Por lo que sucedió –pretendió que esa frase lo explicara todo.
–Está en el pasado –le palmeó levemente el brazo– no importa más.
–Gracias... creo –André sonrió ligeramente, elevó la mano hacia el rostro de Alessandra y le colocó un mechón de su cabello rubio tras la oreja.
Alessandra clavó sus ojos en el pecho de André al sentir el contacto leve de su mano. Era un gesto tierno, que siempre había tenido con ella. No sabía por qué recordaba esto ahora pero... bueno, no podía negar que existía un pasado entre ellos.
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Casi amor (Italia #11)
RomanceAndré Ferraz no creía en el amor. Lo había visto de cerca, en su familia abundaban ejemplos, pero no estaba interesado en algo así. Él se divertía y era completamente feliz sin ataduras. Nadie se le ha resistido... hasta ahora. Encuentra en Alessan...