Capítulo 36

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André tamborileó los dedos con inquietud sobre la mesa. Miró la hora y supo que algo andaba mal. ¿Qué podía haber detenido a Alessandra tanto que ni siquiera hubiera permitido que le avisara de su inminente ausencia?

Se sintió aún más preocupado porque, ¿y si ella había decidido que no valía la pena verlo más? ¿Si estaba cansada? Inspiró hondo, se estaba volviendo totalmente patético. Debía ser alguna clase de venganza de la vida por cómo se había burlado del amor. ¿Ironía?

Se levantó, pagó la cuenta y caminó hasta su auto. Al llegar al departamento, no tenía ningún mensaje. Y, realmente no quería ir... bueno, no debía ir, pero quería. Así que iría. Y ya estaba.

Tocó el timbre de la casa de Alessandra. Sin respuesta. Miró a su alrededor y lo intentó una vez más. Respondieron.

–¿Se encuentra Alessandra? –preguntó porque la mujer que le contestó no era ella.

–No. ¿Quién la busca?

–Eres... ¿Emma?

–Ah, André –lo reconoció. Él arqueó una ceja al interfono– dame un momento.

André miró a Emma a través de la reja que los separaba. Ella la abrió con una pequeña sonrisa. Eso lo sorprendió enormemente.

–Qué gusto verte, André. ¿Cómo estás?

–Sorprendido –contestó con sinceridad. Emma rió– te ves muy bien, Emma.

–Mmm... gracias –ella entrecerró sus ojos– me siento bien.

–Felicidades –soltó André mirando su vientre un tanto abultado– ¿niño o niña?

–Aún no lo sabemos, pero estamos muy felices. Gracias –sonrió.

–¿Alessandra está bien? –André preguntó con impaciencia–. Es que... ¿dónde está?

–No andas con rodeos, ¿eh? –bromeó Emma–. Ha ido a visitar a su esposo.

–Ah... –André miró a los lados, con incomodidad– debo irme. Adiós Emma, saludos a Nick –se refirió a su esposo.

–Espera –Emma le tocó levemente el brazo–. Hoy es el aniversario de su fallecimiento –explicó en voz baja.

André asintió y, tras obtener la señalización exacta, decidió que tenía que hacerlo. Acompañaría a Alessandra y, ella solo tenía que pedírselo, él se iría si ese era su deseo. No obstante, al menos debía intentarlo.

La encontró parada frente a la lápida. Parecía hablar en voz baja, sus ojos azules estaban cerrados y lágrimas se deslizaban por sus mejillas. André sintió que se le partía el corazón, poco a poco. No quería ver a Alessandra sufriendo, la amaba tanto que daría lo que fuera por verla feliz, aún si nunca más la tuviera a su lado.

Alessandra se detuvo. Abrió los ojos y los dirigió hacia él, con extrañeza. Parecía indecisa, como si no creyera que él estaba ahí.

André caminó hacia ella lentamente, como pidiéndole permiso con la mirada para acercarse. Alessandra no se movió. Se paró a su lado, quedándose en silencio mientras ella volvía a cerrar sus ojos.

Tras unos minutos, Alessandra ladeó el rostro hacia él, quitando el rastro de lágrimas con sus manos. André inspiró hondo.

–Lo siento –pronunció André, sintiéndose bastante incómodo. Alessandra asintió y él la abrazó– cuanto lo siento.

–Gracias –Alessandra se sorprendió por la sinceridad que se desprendía de las palabras de André y lo suave de su contacto– ¿cómo has sabido que estaba aquí?

–Emma me lo dijo –contestó André en tono de disculpa– no quise interrumpirte pero... solo quería asegurarme de que estuvieras bien.

– Sí, bueno... podría decirse que estoy bien –intentó sonreír un poco– seguramente Emma estaba feliz de que llegaras, el año pasado le prohibí acompañarme y has venido tú en su lugar.

–¿Le prohibiste acompañarte? –André arqueó una ceja– ¿puedes hacer algo así?

–Sí, cuando pierdes a alguien que amas, puedes hacer muchas cosas que nadie te objeta en lo absoluto.

André apartó un mechón de cabello de la frente de Alessandra. Ella clavó sus ojos azules en él, luego en la tumba de su esposo y se apartó.

–Lo siento, no quise incomodarte.

–No lo haces. Es solo que... no estoy acostumbrada a la compañía, aquí.

–Puedo marcharme también. A mí no necesitas prohibirme nada, con pedírmelo bastará –aseguró. Alessandra sonrió levemente.

–No es necesario, pero gracias por el ofrecimiento.

André asintió, con las manos en los bolsillos. Junto a Alessandra, se sentía bastante torpe. En ese lugar en específico, el sentimiento se magnificaba a gran escala.

–Oh... ¿hoy se suponía que nos encontraríamos?

– Sí –André miró al cielo gris que cubría sus cabezas– hace un par de horas.

–¡Cuánto lo siento! –Alessandra apoyó la cabeza entre las manos–. Hoy no pensé en nada más que... André, yo...

–Está bien, lo entiendo –André intentó que dejara de lamentarse– no es nada.

–Eres mi amigo y tenía que verte. Es suficiente para mí. Debo ofrecerte una disculpa, André.

–Ya lo has hecho y yo la he aceptado –miró al suelo fijamente–; realmente, no importa. Ha pasado.

–Bien –aceptó Alessandra con reticencia. Suspiró–. A John no lo asustaba la muerte. Decía que como doctores, era algo cotidiano, la lucha... enfrentarse a ello. No sé cómo... me gustaría compartir ese sentimiento.

–¿Por qué? –André se encogió de hombros–. Cada persona tiene una manera diferente de afrontar el concepto de muerte. Y cada forma está correcta, para ese ser humano en particular.

–Me gusta hablar contigo, André –suspiró– tienes unas ideas diferentes.

–No sé cómo tomar eso –murmuró André.

–Como un halago –aseveró Alessandra. Le pasó una mano por la mejilla– gracias por estar aquí.

–Gracias por permitirme estar aquí –habló con suavidad.

Alessandra asintió y miró una vez más hacia la lápida. Arregló las flores frescas que estaban depositadas al pie y pasó la mano por la fría piedra. Sus ojos se llenaron de lágrimas y André ni siquiera lo pensó. Le pasó un brazo por los hombros, en forma consoladora. Alessandra elevó sus ojos azules hacia él.

–Gracias –susurró y ocultó el rostro en su pecho.

André la estrechó entre sus brazos, con fuerza. No permitiría que se derrumbara, si Alessandra se dejaba vencer en algún momento, él estaría ahí. Sería fuerte por los dos.

Y, en ese instante fue consciente, más que nunca, que no volvería a amar así en toda su vida.

Casi amor (Italia #11)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora