Capítulo 8

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Alessandra asintió y esperó un momento por si André decía algo más. Sin embargo, él se limitó a sonreír un poco, antes de excusarse para saludar a una mujer que parecía conocerlo bastante bien, juzgando por el abrazo en que se fundieron.

Sintió una ligera punzada. No sabía cómo interpretar eso. Quizás era decepción. Quizás había esperado que él dijera algo más, no sabía qué, pero algo más que sonreír y marcharse. ¿Por qué lo había esperado? No lo sabía. Era un tanto desconcertante el cambio radical de unas semanas a aquí... sospechoso, al principio, o quizá, solo quizá, lo había juzgado prematuramente.

¿Podría haberlo hecho? ¿Podría haberse equivocado con André Ferraz?

Sacudió la cabeza lentamente, intentando alejar aquellos pensamientos de su mente. ¿Y qué si se había equivocado? No importaba nada, porque André no le interesaba. Observó como André se dirigía hacia el centro de la pista, con la mujer colgada de su brazo. Entrecerró los ojos... no, no se había equivocado. Punto.

–¿Alcanzaremos la meta propuesta? –Danna se acercó y Alessandra giró.

–Sí, al parecer. La recaudación ha sido exitosa –sonrió algo avergonzada–. Yo... André y yo, solo somos amigos y... –no sabía por qué lo decía.

–Lo sé, él me lo ha dicho. Se conocen de la Universidad –aseveró Danna. Alessandra no pudo ocultar su sorpresa. Por lo idiota que era André, pensó que inventaría alguna historia y... claro, Danna era su madre y quizá sería diferente con ella.

–Efectivamente –Alessandra asintió– André es... –torció el gesto.

–Es un niño –completó Danna, ante la estupefacción de ella, rió–. Conozco a mi hijo.

Alessandra se encogió de hombros y también rió. Le agradaba mucho Danna, era una mujer estupenda. No supo por qué, su mente intentó conjurar la imagen que habría tenido de niño el hombre que aún continuaba deslizándose en la pista de baile. Era una curiosa sensación, no podía imaginarlo siendo un niño inocente. No con esa sonrisa seductora y aquellos ojos grises profundos.

–El gusto ha sido todo mío –André le besó en la mejilla y sonrió–. No puedo creerlo.

–Créelo –le estampó un sonoro beso en la mejilla, riendo– estás guapísimo.

–Natalia, no has cambiado nada –arqueó una ceja, encantado.

–¿Decepcionado? –frunció sus labios con delicadeza.

–Ni un poco –se acercó a ella– me gustas así. Siempre me gustaste... así.

–Mi pequeño André –Natalia le lanzó una mirada burlona y admirativa– has crecido. Me gustas.

–¿Es una sugerencia? –se cruzó de brazos, con una sonrisa irónica.

–Si así lo prefieres... –le pasó los dedos por la solapa de la chaqueta–. Definitivamente... me gustas mucho ahora.

André se dejó guiar por Natalia. Años sin verla, desde que era un adolescente. Realmente había cambiado, cuando habían estado juntos, él había sido apenas un niño comparado con ella. No más, las cosas cambiaban. Para mejor, indudablemente.

Ella le pasó los brazos por el cuello y acercó su rostro hacia André. Él volvió a arquear una ceja y se separó. Natalia clavó sus ojos negros en él.

–¿Qué sucede, André? –inquirió extrañada.

–No estoy seguro de qué pretendes –él se separó de ella, quitando sus brazos del cuello–; pero, no tengo la predisposición de seguirte el juego.

–¿Qué? Ese no eres tú... –Natalia se rió– ¿es una broma?

–No, es una estrategia –le susurró en el oído. André le brindó una sonrisa y se alejó, de vuelta al salón que habían dejado atrás–. ¿Esperas a alguien?

Alessandra giró hacia André, claramente consciente que no serviría de nada ignorarlo. ¿Por qué se había dirigido ahí? No, no lo había visto. Que André saliera con esa mujer y que la rechazara, no tenía nada que ver con su ubicación ahí.

–Imagino que... –Alessandra sonrió– quizá si quiera bailar, después de todo.

–¿Es una invitación? –André amplió la sonrisa.

–Una sugerencia que... –sus palabras se perdieron en cuanto André la tomó en sus brazos y estrechó contra su pecho– ¿qué haces?

–Bailar –contestó él divertido y la condujo a la pista, muy cerca de sí.

Sus cuerpos se movían en perfecta armonía mientras Alessandra intentaba esquivar la mirada inquisidora de aquellos ojos grises. No sabía por qué había hecho lo que hizo, pero curiosamente, no se arrepentía. André hizo que girara y el movimiento la dejó con el rostro contra su pecho por un instante. La separó y con una mano, ágilmente, elevó su rostro para contemplar sus ojos azules.

–¿Avergonzada? –André entrecerró los ojos con diversión– ¿callada?

–No lo arruines –Alessandra murmuró, sintiendo como un tinte escarlata teñía sus mejillas– es mi prerrogativa cambiar de opinión.

–Cierto –sonrió encantado André y con su mano libre, apartó un mechón de cabello rubio de su rostro–. Te ves hermosa.

Algo en la manera que lo pronunció, hizo que Alessandra se estremeciera. No podía creerlo, cayendo en sus trucos. Pero estaba pasando... aunque solo era un baile, unos minutos. ¿Qué daño podía hacer?

–Gracias –murmuró y torció el gesto– me siento realmente estúpida.

André no pudo evitarlo. Soltó una carcajada por su berrinche y le acarició el rostro levemente. Alessandra abrió mucho sus ojos azules.

–Definitivamente, eres... –André la observó en silencio. Alessandra clavó sus ojos en el piso pero él le tocó ligeramente la barbilla, instándola a mirarlo– perfecta.

–No sé cómo lo haces –negó gravemente– mirarme como si no lo hubieras hecho antes, como si yo fuera única... –Alessandra bufó– lo detesto.

André sacudió su cabeza, como intentando regresar a la realidad. Se había quedado embelesado contemplando y sin siquiera notarlo. Intentó sonreír con despreocupación, pero se sentía un tanto inquieto por dentro.

–La práctica –contestó con descaro– ¿funciona?

–Bastante bien –Alessandra respondió con desinterés. Los ojos de él brillaban de diversión y burla, lo que sin duda, rompía la magia momentánea que los había cubierto minutos antes. Ese sí era André.

Cuando terminó la pieza, André caminó con Alessandra hasta el balcón aunque una mujer, parte de la organización del baile al parecer, la detuvo y él continuó solo.

–Ahora lo entiendo –escuchó una voz femenina divertida a su lado– la estás conquistando. ¿Difícil?

–No te haces una idea –contestó André a Natalia, cruzando sus brazos.

–¿Lo vale? –interrogó con desinterés, pasando los dedos por su brazo derecho.

–Por supuesto –André encogió un hombro– por supuesto –repitió.

–Qué lástima –Natalia se puso frente a él– realmente deseaba divertirme esta noche.

–¿Y por qué no? –André la asió de los brazos y la estrelló contra él– ¿ah?

–¿Invitación? –entrecerró los ojos encantada.

–Exigencia –susurró, antes de empujarla suavemente a una esquina oscura del balcón y besarla.

Casi amor (Italia #11)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora