André entró en la Mansión Ferraz con paso firme, evitando mirar demasiado a los primeros invitados que se aglomeraban en la entrada. Era temprano, sin embargo la actividad parecía no tener fin.
A su madre siempre le había gustado que la familia completa estuviera recibiendo a quienes llegaran. Eso significaba que su padre, su madre y sus dos hermanas estarían junto a él; ahora, además sus cuñados también. Suspiró. No le hacía demasiada gracia estar con una sonrisa pero era lo que debía hacer.
Era lo que había decidido hacer cuando tomó la resolución de pasar Navidad en Italia, como de costumbre. Tratar de retomar su vida lo más naturalmente posible, como si nada extraordinario hubiera sucedido. No que pensara que iba a ser fácil, por supuesto. ¿Iba a intentarlo? ¡Oh sí!
Su primera reacción ante las inevitables festividades de Navidad y fin de año había sido huir... lo más lejos posible de Italia. ¿Por qué querría soportar semanas de alegría navideña y regocijo por un nuevo comienzo?
Así que dejó los asuntos pendientes en la empresa arreglados, proyectándose dos semanas de vacaciones en lugares que ni siquiera imaginaba aún. Aunque al final, había desistido. Y no había sido por nada en particular, una cena en la Mansión Ferraz con su familia. El habitual bullicio y mirar a sus hermanas con sus respectivas familias siendo tan felices, le hizo sentirse bien. Extrañamente.
Sin siquiera notarlo, había tomado la decisión de quedarse ahí, en Italia. Donde pertenecía, el lugar que le traía tantas memorias de días pasados, pero que al mismo tiempo, sabía que no podría huir eternamente. Mientras más pronto afrontara todo, mejor sería.
Inspiró hondo y colocó una sonrisa en su rostro. Su madre Danna lo miró con curiosidad y le sonrió. André sintió una calidez extenderse por su pecho, sin duda había tomado la decisión correcta.
–Es bueno tenerte con nosotros, André –su padre le palmeó la espalda– ¿fue tan difícil continuar?
–¿Difícil? –se llevó la mano a la frente y la deslizó–. No puedo empezar a describirlo. Pero tenías razón –reconoció– el trabajo ayuda.
–Y otras actividades también lo harán, te lo aseguro –Leonardo arqueó una ceja– pero no te excedas.
André carraspeó incómodo por la sonrisa burlona que su padre esbozó. Sin duda sería una historia que pasaría de generación en generación.
–¡Hermanito! –Danaé lo abrazó por la cintura– ¿no pudiste dejar Italia después de todo, cierto?
–De hecho, he venido por mamá –André se encogió de hombros– la adoro.
–¡Oh, si eres un sol! –soltó con tono irónico Danaé y él se limitó a poner los ojos en blanco– ¿mamá te lo pidió?
–No era necesario que lo hiciera. Quería estar aquí, con mi familia.
–Estaremos siempre para ti, André –lo estrechó un momento más y se separó– ¡Beth se sorprenderá de verte!
–¿Pero están felices de tenerme aquí, cierto? –André elevó la barbilla–; después de todo, ¿qué sería una fiesta Ferraz sin mí? ¡Yo soy el espíritu de alegría!
–¿Últimamente? –escuchó la burlona voz de Alex detrás de él– pareces más el espíritu de la amargura que de...
–¡Alex! ¿Qué haces aquí? –André sonrió– oh sí, vienes a fastidiar.
–No, vengo acompañando a mi hermosa esposa –ofreció el brazo a Danaé– ¿verdad cariño que estoy invitado?
–Por supuesto que lo estás –Danaé clavó sus ojos dorados con amor en él– siempre estarás cerca de mí.
–¡Ay no, por favor! ¿Pueden esperar a que por lo menos sea medianoche? ¡Es temprano! –se quejó André con tono lastimero.
La risa de Alex resonó por la estancia, provocando que André cruzara sus brazos con obstinación. ¿Cuánto tiempo iba en la Mansión? Apenas diez minutos... ¡Diez minutos y ya estaba hastiado de las muestras de afecto!
–No seas duro con ellos –terció Beth saludando con un beso en la mejilla a André– siguen en la etapa de luna de miel.
–Oh no, pasado el año... ¡se acaba mi tolerancia!
Lucian, el esposo de Beth, soltó una carcajada de diversión mientras saludaba a la familia. André negó brevemente.
–De verdad, Lucian... ¿cómo lo soportas? ¡Claro, eres actor! ¿Me enseñas unas técnicas para sonreír como si apreciara las miradas de "eres el único" "siempre te amaré" y todo eso sin morir de risa o de exceso de sentimentalismo?
–A mí me gusta el romance –encogió un hombro Lucian– no puedo ayudarte en ese tema, pero puedo darte unos consejos de actuación.
–¡No! ¿Ahora quieres ser actor? –Alex abrió desmesuradamente sus ojos azules clarísimos para enfatizarlo–; aunque salir con tantas mujeres hermosas, sin duda se te daría muy bien.
–¡Alexandre Lucerni! –regañó Danaé moviendo la cabeza de un lado a otro– ¿qué sugerencias son esas?
–Te advertí, hermanita –André soltó risueño–. Alex se parece a mí más de lo que desearías en un esposo.
Alex le dedicó una mirada asesina, girando y cambiando de inmediato su expresión a una dulce.
–Jamás amor, contigo a mi lado, tengo todo lo que necesito y más.
–¡Alex! –lo abrazó y apoyó su cabeza en el pecho de él.
–¡Sí, Alex! ¡Qué cursi eres! –imitó una voz suave André, provocando que todos rieran por sus palabras.
–Ya niños, a comportarse –se escuchó la voz de Danna, con un suave pero autoritario tono– debemos recibir a nuestros invitados.
André dejó de apoyarse en la pared, recobrando la postura altiva que usualmente tenía. Saludó con una sonrisa y dio la bienvenida más veces de las que podía recordar, a más personas de las que habían asistido el año anterior, o esa impresión le dio.
La tradicional entrada de la familia, una vez que habían recibido a los invitados, se realizaba por la parte central del salón, que lo recorrían con elegancia y, lo común, era que lo hicieran en parejas.
Hasta hace unos años, él había llevado siempre a Danaé del brazo. Sin embargo, desde que se casó y Alex formó parte de su familia, hacía el recorrido solo. Este año no sería diferente. Tenía el presentimiento que en adelante, sería siempre así. Solo.
Su padre realizó el tradicional brindis, posaron para las fotos de costumbre y empezó el baile. André no estaba interesado en la persona con quien iniciaría, así que esperó este fuera el año en que él no participara del primer baile.
–No pensarás dejar a tu familia en la pista sin tu compañía, ¿verdad?
André arqueó una ceja y se giró con una sonrisa sesgada. No podría confundir aquella voz ni en mil años.
–Natalia –habló despacio, con voz sexy– ¿qué haces aquí?
–¿Así interrogas a todos tus invitados? –ella le pasó la mano por la solapa, con lentitud– pensé que éramos... amigos.
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Casi amor (Italia #11)
RomanceAndré Ferraz no creía en el amor. Lo había visto de cerca, en su familia abundaban ejemplos, pero no estaba interesado en algo así. Él se divertía y era completamente feliz sin ataduras. Nadie se le ha resistido... hasta ahora. Encuentra en Alessan...