André soltó una carcajada seca, sin poder evitar la diversión en sus ojos. ¿Amigos? Esa sería la última palabra que a él se le habría pasado por la mente.
–No pensé que hubiéramos quedado como amigos, dadas las circunstancias de nuestro último encuentro –esbozó una sonrisa mordaz.
La sonrisa de Natalia se le congeló en el rostro. Parecía que el recuerdo no le había caído nada bien. André solo se preguntaba qué era lo que pretendía... estar ahí, sin más, no era su estilo.
–No hablemos del pasado ahora... –le extendió la mano– bailarás conmigo.
André arqueó una ceja con burla y su primer instinto fue largar una carcajada mientras se alejaba. Pero no podía hacer eso. Varios pares de ojos estaban sobre él, esperando que saliera a la pista y aquella descortesía no era propia de un Ferraz, aunque se le antojara muy apropiada para ese instante.
–Será un placer –le ofreció el brazo y se dirigió al centro de la pista de baile. La tomó entre sus brazos, intentando poner una discreta distancia entre ellos.
–Tus modales son impecables, como de costumbre –Natalia le acarició el brazo con lentitud–; sin embargo, te siento tan... frío. Distante.
–Interesante descripción –André hizo que girara, la acercó y la alejó, siguiendo el compás de la música– acertada.
–¿Qué ha sucedido, André? Desde hace unos años que no pareces el mismo.
–¿Hace unos años? –rió, divertido–. Pero no te he visto en mucho tiempo. ¿Recuerdas por qué?
–Sí, lo recuerdo –murmuró con voz cortante–. Fuiste un idiota, André.
–Disculpa que te contradiga –musitó con una sonrisa– pero fue lo más inteligente que hice en mucho tiempo.
La mueca en el rostro de Natalia le restó su belleza por un instante. André no lucía ni un poco arrepentido por el comentario. Es que ella había pensado que era un estúpido... quizá creía que aún lo era, después de todo.
–André –fue el inesperado saludo de Natalia, cuando él abrió la puerta para irse.
–Natalia –dijo con sorpresa, hacía varios días que no sabía nada de ella. Pero la verdad sea dicha, ni siquiera lo había notado– pensé que ya no estabas en Italia.
–Bueno... pensé quedarme un par de días más y... ¿por qué no verte a ti?
André arqueó una ceja, divertido. Natalia creía que continuaba a su disposición siempre que quisiera. Sonrió.
–Lo lamento pero tengo otro compromiso.
–¿Qué? –su rostro se puso rígido– ¿estás bromeando, cierto?
–Al contrario, estoy retrasado y mañana debo levantarme muy temprano.
–¿Por qué? ¿Sigues con la absurda idea de esa chica de la fiesta? Tu distracción después de ese día fue tan evidente que... ¿qué tiene ella? ¿Me ignoras?
Los pensamientos de André volaron hacia Alessandra. Sin duda, él no pensaba arriesgarse a que algo saliera mal. No más.
–Y continuaré con ella, en adelante. Estoy fascinado –soltó para verla rabiar, lo que sorprendentemente, pasó.
–Lo dudo mucho. Se te pasará. Has llevado años regresando a mi lado.
–El ciclo ha terminado aquí –comentó con seguridad.
–¡Ya lo veremos, André Ferraz! –los ojos de Natalia soltaban chispas– esto no se queda así.
Salió dando un portazo nada elegante y André no pudo contener varias carcajadas. Se sentía muy satisfecho consigo mismo y deseoso de encontrarse con Alessandra al día siguiente.
***
En cuanto el baile concluyó, André inclinó su cabeza en un discreto agradecimiento y se alejó de Natalia, a pesar de que sabía que lo correcto sería acompañarla hasta el lugar en el que ella se encontrara antes, cualquiera que este fuera pues él no había sido quien le pidió bailar.
–Ni lo sueñes, no te escaparás tan fácilmente –escuchó André y se detuvo. ¿Qué más podía hacer para evitar una escena indeseada?
–¿Deseas algo más que un baile? –su tono era engañosamente suave, con tono sarcástico–. Iré con mi familia.
–¿Es una invitación? –sonrió provocativa.
–De ninguna manera –negó categóricamente– lo siento, familia y allegados –explicó con calma, debía recordar que estaban en una fiesta, a vista de todos– adiós.
–Espera –lo tomó del brazo. André suspiró– ¿me acompañarías a dar un paseo por el jardín más tarde?
André soltó el aire despacio, como si sopesara sus posibilidades. Las que no eran muy variadas: le decía que no y ella no le permitiría alejarse de su lado, o le decía que sí y podía ganar un poco más de tiempo lejos.
–Por supuesto –sonrió y asintió. Caminó lo más aprisa que pudo sin correr del otro lado, como si eso ayudara en algo.
–No puedes correr o esconderte de tu pasado –escuchó una voz risueña frente a él. Elevó sus ojos grises para mirarlo.
–No es lo que intento, Marcos –André se encogió de hombros–, simplemente quiero un momento a solas. No exactamente –añadió de inmediato– reunirme con ustedes para charlar y luego, marcharme.
–No puedes irte tan pronto –dijo con el ceño fruncido Marcos– llamaría aún más la atención y no es lo que quieres.
–No –André cerró los ojos un instante, como incrédulo por el encuentro– ¿por qué está aquí? Desearía que no estuviera aquí.
–Imagino que sí, seguramente es invitada –elevó sus manos en gesto desinteresado–; de cualquier manera, no te dejará tranquilo –André lo miró con extrañeza– no ha dejado de mirar hacia ti desde que llegaste.
–Tú eres muy buena huyendo, Mía –bromeó André, sonriendo hacia la esposa de Marcos– ¿puedes darme algún consejo?
–Primero consejos de actuación, ¿ahora para huir? –esa voz era inconfundible y solo había una persona que sabría de inmediato todo lo que se hubiera dicho en su ausencia.
–Rose –André giró su cabeza hacia el costado– ¿por qué escuchas las conversaciones ajenas? ¿No te han enseñado modales ya en la escuela de nobles?
–¡Yo no voy a ninguna escuela de nobles! Tampoco asistí antes –soltó en tono amenazante, al notar que venía una réplica de André– ¿podrían dejar de decir eso? ¡Ian! –se quejó, abrazando a su esposo que se encontraba detrás de ella– ¿por qué tuviste que decirles a todos sobre eso?
–Yo no fui, Rose –Ian sonrió con malicia–; bueno, solo se lo dije a Marcos.
–¡Es exactamente igual! –se separó y cruzó los brazos, con obstinación.
–No, no es igual –él se acercó y la abrazó por detrás– tú misma dijiste que Marcos es muy reservado y discreto.
Rose frunció el ceño y pasó sus ojos celestes de Ian a Marcos. Luego André rió divertido y ella solo cerró los brazos con más fuerza sobre sí.
ESTÁS LEYENDO
Casi amor (Italia #11)
RomanceAndré Ferraz no creía en el amor. Lo había visto de cerca, en su familia abundaban ejemplos, pero no estaba interesado en algo así. Él se divertía y era completamente feliz sin ataduras. Nadie se le ha resistido... hasta ahora. Encuentra en Alessan...