Capítulo 16

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–Permíteme recapitular... –tomó la palabra Sebastien tras el prolongado silencio en que se había sumido André. Ya caía la noche y lucía exhausto. Sí que le había estado dando vueltas al asunto–. Después de todo lo que pasó entre ustedes, has vuelto a pensar en ella... ¿Por qué la has reencontrado, cierto?

–Sí... –André torció el gesto– no exactamente. Creo que siempre pensé... que nunca dejé de... ¡no lo sé, Sebastien! –masajeó sus sienes con las manos–. No sé, estoy...

–Lo entiendo –lo interrumpió–, pero creo que tengo una solución.

André lo miró de inmediato. Sus ojos grises reflejaban incredulidad, sorpresa y un poco de ¿esperanza?

–¿Realmente? Pensé que habías dicho que...

–Sí, que era imposible que lo dejaras atrás, aunque es bastante simple en realidad.

–¿Ah sí? –André arqueó una ceja. Algo en el tono de Sebastien le advertía que esto sería de todo menos simple o fácil.

–Sí. La has reencontrado pero no te interesa.

–Yo no he dicho que...

–No la amas. ¿Estoy equivocado? –bufó con cansancio.

–No, pero...

–Bien, siendo así, no te será nada difícil. Todo lo que debes hacer es dejarla.

–¿Qué? ¿Acaso no me escuchabas? Nosotros no estamos saliendo, es más...

–No, no me refería a eso –Sebastien elevó sus ojos azules clarísimos desafiantes–. No debes verla nunca más. ¿Por qué sería difícil si no la amas?

–Yo... –André abrió la boca varias veces, intentando refutar la lógica de Sebastien. Él tenía razón, si no sentía nada por ella, ¿por qué interesaba si la veía o no? Simplemente debía no verla más. ¿No sería difícil, verdad?

–¿Qué opinas, André? ¿Puedes hacerlo? –su sonrisa era divertida, casi demasiado, para mortificación de André.

–No sé si quiera hacerlo –André alzó su barbilla, respondiendo al desafío– yo no estoy acostumbrado a huir de nada... ni nadie.

–¿Huir? Interesante elección de palabras.

–Yo no... –puso los ojos en blanco–. Alex tenía razón.

–¿En qué? –Sebastien cruzó los brazos con suficiencia, sabiendo que André no encontraba manera de contradecirlo.

–En que siempre te sales con la tuya –contestó y se levantó para despedirse. Sebastien soltó una amplia carcajada y le extendió la mano. ¿Él también había sido así de complicado a su edad?

Mientras André caminaba en silencio hasta su auto, pensó en el tiempo que pasó junto a Alessandra y en cuánto había cambiado ella en los años que no se habían visto. Cuatro años después, ella era toda una pediatra encantadora que había reencontrado durante su visita a uno de los nuevos pabellones del hospital de la Fundación. Lo había sorprendido verla ahí, en aquel lugar que antes frecuentaban juntos. Y ella no lo había reconocido, o eso afirmó.

André ni siquiera había tenido que buscar en su mente para saber que era Alessandra. Aquellos ojos azules no podían pertenecer a nadie más y su cabello rubio... él no la había olvidado en todos esos años, lo que lo sorprendió.

Unas semanas después, André había sido obligado por su hermana Beth, a llevarla a ella y a su sobrina Liz para un chequeo médico, pues a causa de su embarazo, Beth ya no conducía y su esposo se encontraba filmando una película en quien sabía que parte del mundo. Beth estaba intensamente frustrada por su ausencia y todos huían de ella, pero André esta vez no había sido tan rápido.

Por una extraña coincidencia, la pediatra de Liz era Alessandra. André miró a Beth, que pareció sumamente interesada en unos cuadros que colgaban de la pared. Esta vez, él no dejó pasar la oportunidad de saludar y recordarle quien era.

–Te reconozco –Alessandra admitió cuando él ya se había dado por vencido– pero te advertí que quería olvidar que alguna vez te conocí.

–Lo sé, no puedo soportar que me olviden –André soltó sin pensarlo. Alessandra sonrió un poco, para su sorpresa–. ¿Trabajas aquí? Te vi en la Fundación y...

–Trabajo aquí –confirmó–. En la Fundación, solo digamos que es un servicio a la comunidad.

André asintió. Seguía siendo Alessandra, con su espíritu compasivo pero con un increíble aire de madurez y sofisticación.

–Te ves muy bien –André observó y ella hizo un mohín–. Siguen sin gustarte los halagos sobre tu físico.

–No es lo que debería destacar, André –contestó con severidad, pero una sonrisa asomó a sus labios–. Tú sigues igual... los años no han pasado por ti.

–Gracias, a mí me encantan los halagos sobre lo bien que luzco –André hizo un gesto dramático que provocó una carcajada en Alessandra–. Me gusta tu risa.

–A mí me gusta cuando no estás –Alessandra fijó sus ojos azules en él–. Tu sobrina está bien, deberías marcharte.

–¿Me estás echando de un hospital? –arqueó una ceja– ¿y a Liz?

–No, a Liz no. Ella es un encanto –le sonrió a la niña que se encontraba en el otro extremo de la sala de espera, junto a Beth–; pero a ti sí, no eres un niño, ¿verdad?

–Bueno, no tengo seis años –contestó André intencionadamente. Alessandra lo miró con sorpresa–. Todos recordamos cosas.

–No siempre es bueno... –Alessandra se encogió de hombros y llamó a su siguiente paciente. Con eso, dio por terminada la conversación.

De esa manera, él se había hecho asiduo a las visitas de Liz con la pediatra. Alessandra lo miraba con curiosidad pero ya no le hablaba con familiaridad, sino solo para dar las instrucciones pertinentes.

Claro que André se encargó de cambiar aquello. Provocaba a Alessandra hasta que ella le contestaba y él sonreía. Ella ponía en blanco los ojos y no dejaba de recordarle lo irritante que era. A él no le importaba demasiado. Simplemente era un cambio, alguien interesante con quien platicar y conocida.

¿Una amiga? Bueno, no le quedaban demasiadas amigas del género femenino. Cada una de sus posibles amistades, bueno, él se había involucrado demasiado con ellas. Y lo detestaban. De hecho, le sorprendía que Alessandra no lo detestara.

–El tiempo y la distancia –le había contestado una vez Alessandra y él elevó sus ojos grises hasta ella–. Los recuerdos se desvanecen y el dolor desaparece.

Así que André había continuado visitándola, inclusive cuando ya Liz estaba totalmente recuperada y no debía asistir en un tiempo. Él, por otro lado, encontraba estimulante la compañía de Alessandra y, quizás había insistido tanto, que ella empezó a hablar con él, a tratarle como alguien normal y no como el idiota que le había roto el corazón. Casi como un amigo.

Una tarde le había convencido de que tomaran un café, ahí mismo, en la cafetería del hospital. Ella le había dirigido una mirada dudosa aunque había asentido. La conversación había girado en lo que había pasado desde que se habían separado y los cambios notables en la vida de Alessandra y en las rutinas continuas de André.

Evitaron tocar el tema de la vida privada de cada uno y empezaron a encontrarse una vez a la semana, para tomar un café.

Al día siguiente, precisamente, sería su tarde con Alessandra.

Casi amor (Italia #11)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora