Capítulo 38

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André se evaluó frente al espejo con ojo crítico, intentando no mirar a la corbata que estaba apoyada en el respaldo del sofá de su habitación. No quería usarla, pero tenía que hacerlo. Después de todo, sería un efecto dramático y era la perfecta ocasión para eso. Sonrió.

Su aversión por las corbatas solo era superada por la anticipación de la sorpresa que se dibujaría en el rostro de Alessandra al verlo usándola. Volvió a sonreír.

Se estacionó frente a la casa de Alessandra. A punto de bajar del auto, ella abrió el portón y salió al mismo tiempo que André se paraba a mirarla. Los dos se observaron por un instante. Alessandra no dijo nada mientras él rodeaba el auto y le abría la puerta, para que entrara. Ella estaba a punto de hacerlo, cuando ladeó su rostro para mirar a André sosteniendo aún la puerta.

–Estás usando corbata –observó sonriendo. Él asintió–. No, un momento... –su boca se abrió con sorpresa– ¿es posible que sea...?

–Sí, la misma –encogió un hombro André sonriente– fue un regalo de cumpleaños –murmuró divertido; y, aunque cerró la puerta y rodeó el auto de vuelta, estuvo seguro de haber escuchado una risita proveniente de ella.

El evento transcurrió con relativa normalidad. André notó que Alessandra lo miraba más de la cuenta, cuando pensaba que él no la veía. Ella no sabía que él siempre la miraba, en todo momento atento a ella. ¿Cómo podía ser diferente? Podía sentir su presencia, porque la anhelaba cuando faltaba.

Sin duda alguna, haber elegido esa corbata había sido uno de los mayores aciertos que había tenido. Y valía la pena la tortura de sentirse asfixiado con cada movimiento de asentimiento que hacía.

–Tú supiste retribuirme el regalo, André –habló Alessandra a su lado, con tono engañosamente despreocupado– en mi boda.

Él se sorprendió de que Alessandra no pareciera ser consciente que había sonado divertida al hablar al respecto. Desde que se habían vuelto a ver, cada vez que mencionaba algo relacionado a su vida matrimonial, una sombra de tristeza cruzaba su rostro y teñía su voz.

–Sí que lo hice –confirmó, sin un rastro de culpabilidad. Ella le golpeó el costado juguetonamente–; no me dejaste opción, Alessandra.

–¿Por regalarte una corbata? Y que, debo añadir, te sienta muy bien.

–¿Has encontrado algo que no me siente bien? –replicó André, secretamente feliz por el halago recibido.

–Mmm... no sería algo difícil, supongo –contestó Alessandra burlona. Él se limitó a poner en blanco sus ojos– fue extraño.

–¿El qué? –preguntó distraídamente André.

–Tu obsequio. Es decir, yo te di la corbata porque la compré para ti. Debías tenerla, no había caso que yo me la quedara. Pero tú... –se pasó una mano por la frente, quitando el acostumbrado mechón rubio que la cubría– tú compraste algo nuevo para mí, algo que me hizo pensar instantáneamente en... nosotros. ¿Por qué?

–Lo estás sobredimensionando –soltó, inseguro de su propia voz. ¿Cómo había podido leer tan claramente en él Alessandra? Inspiró hondo.

–¿Estás seguro de que es así? –susurró apremiante.

–No –replicó con convicción.

–Entonces, ¿qué fue?

–Una manera, algo egoísta y poco clara, de decirte lo que sentía.

–No te entiendo –sabía que no debía hablar. Pero no pudo evitarlo.

–Me enamoré de ti –confesó André de un solo golpe. ¿Qué más podía hacer? Era absurdo continuar negando lo evidente. La amaba, la había amado. No quería perderla, aunque sabía que ya la había perdido cuando la encontró por segunda vez. Y, de una manera egoísta sin duda alguna, había querido que pensara en él. Por un instante. Por un maldito segundo de su completa felicidad.

–Tú... ¿estabas enamorado de mí? –Alessandra no reconoció el chillido que parecía haberse convertido en su voz. André asintió, sin mirarla–. ¿Cuándo? ¿Cómo?

–No lo sé –admitió, sintiéndose totalmente incómodo. Había sido liberador decirlo... por un segundo. Ahora, no quería ser interrogado sobre eso–. No sé si me enamoré de ti desde el primer instante y no supe reconocerlo, o si sucedió gradualmente. Solo sé que, cuando me di cuenta, ya estaba irremediablemente perdido y era imposible que te tuviera para mí.

–Y no pensaste hacer nada... –Alessandra lo miró, extrañada–. ¿Estás seguro que te enamoraste de mí? Es que, bueno no puedo imaginarme eso. Como me parece haberte mencionado, tú enamorado es algo que... –sintió que se sonrojaba. ¿Qué hacía interrogándole a André sobre lo que había sentido por ella? Era pasado, no importaba. Nada importaba ya.

–Estás equivocada. Quizá cuando nos separamos por primera vez no hice nada. Pero, en nuestra segunda oportunidad, no podía quedarme de brazos cruzados. Estuve en tu boda –confesó. Alessandra elevó sus ojos azules con sorpresa– en realidad, llegué corriendo hasta ella, tras dejar mi auto en medio de la calle.

–Corriste –Alessandra no podía creer lo que escuchaba. ¡André había asistido a su boda, dejando abandonado su auto nada menos! Eso sí que era digno de pensarlo–. ¿Qué pensabas hacer cuando llegaras? –inquirió con curiosidad.

–No lo sé –confesó André con sinceridad– no lo había considerado. Simplemente supe que te amaba y que debía hacer algo para evitar perderte.

–Pero llegaste tarde...

–No exactamente –André vaciló. Alessandra lo miró con curiosidad–. Aun cuando hubiera llegado antes, te veías tan feliz que yo... no habría podido hacer nada.

Alessandra sonrió con nostalgia. Había sido un día maravilloso en su vida. ¿Por qué había tenido que terminar todo?

–Realmente me amabas, ¿eh? –intentó bromear.

–Algo así –contestó incómodo.

–Algo así –repitió Alessandra con tono bajo

–Necesito un trago –murmuró André mirando al suelo– algo fuerte y rápido.

–¿Has dicho algo, André? –Alessandra habló con voz lejana.

–Voy por una bebida. ¿Te gustaría algo?

–No, gracias. Estoy bien.

André asintió imperceptible, antes de alejarse a grandes zancadas. ¿Cómo había podido decirle que la amaba en ese momento? ¿En ese lugar? ¡No estaba lista aún! Bien, quizá nunca lo estaría, sin embargo él le debía al menos respetar lo que sentía. Pensar por ella y no solo por lo que él hubiera querido. ¿No decía amarla? ¿Cómo había podido ponerla en ese aprieto?

Alessandra se alejaría. Se sentiría incómoda en su presencia; y, hasta cierto punto, presionada por los sentimientos que él había manifestado. ¡La había perdido!

Nuevamente... equivocado. ¿Acaso nunca lo haría bien? Quizá no. Lo más probable era que él no tuviera derecho alguno a reclamar la felicidad, pero sí que la quería. Cada vez que Alessandra estaba cerca, él podía sentir como la felicidad lo rozaba, burlona, alejándose cuando ya él la sentía en la yema de sus dedos. Alcanzable... inalcanzable. De nuevo.

–André... –sintió una mano posarse en su brazo con suavidad. Él clavó sus ojos grises en ella– gracias.

–¿Disculpa? –preguntó confuso, antes de sentir un suave roce en sus labios. ¿Acaso estaba soñando? ¿A qué momento había bebido tanto? ¡Eso no podía ser real!

Casi amor (Italia #11)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora