Capítulo 32

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–Lo siento mucho –susurró André, apretando la mano de Alessandra entre las suyas– no tenía idea...

–Lo sé –inspiró hondo– gracias por sentirlo. Ha sido difícil.

André podía ver que aquella palabra no significaba nada. Difícil no podría llegar a describir lo que los ojos azules de Alessandra gritaban. Sintió un nudo en el estómago... ¡deseaba tanto borrar su dolor!

Alessandra no podía sostener su mirada por mucho tiempo. Bajó sus ojos enrojecidos, sintiéndose totalmente ridícula.

–No sé qué me ha pasado –sonrió tristemente– a momentos me supera.

–Solo puedo imaginarlo... –murmuró André, apartándole un mechón de cabello rubio de la frente– no sé qué haría en tu lugar.

–Nadie lo sabe, hasta que se encuentra aquí... –señaló alrededor de ella– no importa el tiempo que pase... algunas veces, aún creo que despertaré y estará a mi lado.

André asintió con firmeza. No se sentía capaz de hablar. Una cosa era saber que Alessandra amaba a alguien más y que no sería nunca más él... pero lejos. Ahora, era muy diferente mirar cuanto lo amaba y escucharla... era doloroso.

–¿Te has sentido así, André? ¿Perder a alguien que amas, para siempre? –ella no esperó respuesta, negó con rapidez–. Claro que no, tú no has estado enamorado.

–Él seguramente desearía que continuaras con tu vida –André suavizó el tono– no es que pretenda entender cómo te sientes, pero retomar actividades diarias y enfocarte en ello, ayuda mucho. Y, sin notarlo siquiera, los días, meses y años han avanzado. Has continuado. Lo has logrado.

–Solo escúchate –Alessandra rió, bajito– hablas como todo un adulto. Jamás pensé que llegaría el día... suenas como si supieras lo que se siente.

–Ha sido un consejo que he recordado, alguien muy sabio me lo dio.

–Sin duda alguna –suspiró y se pasó el dorso de la mano por la mejilla.

–¿Quieres que te traiga algo, Alessandra? ¿Necesitas algo?

–Sí, un vaso de agua y un neceser con mi maquillaje.

André clavó sus ojos grises en ella, sabiendo que se estaba burlando. Sonrió.

–Necesito un amigo, André –susurró. Él se sentó–. Tú me has escuchado. Nadie más lo ha hecho así. Tú eres diferente. ¿Crees que podrías...?

No la dejó terminar. Asintió. No había una respuesta más a aquella petición. Él sería lo que sea que Alessandra necesitara.

–Gracias, eres un gran hombre –lo besó en la mejilla. André elevó las manos hasta sus mejillas, para borrarle el rastro de lágrimas que habían empezado a fluir– no sé qué sucede, no puedo volver así.

–Está bien, no volvemos –André se encogió de hombros– traeré tu abrigo y nos vamos –no permitió que le contestara. Se alejó. Impresionantemente pronto, estuvo de vuelta–. Aquí tienes –le pasó el abrigo por los brazos, cobijándola.

–André, yo... –Alessandra clavó sus ojos azules en él, como si no lograra encontrar las palabras para continuar– no quiero que esto... bueno, se entienda mal y...

–Alessandra, soy tu amigo, ¿recuerdas? –André no supo cómo pronunció esas palabras–. Te llevaré a tu casa, te dejaré segura y me iré a la mía.

–Oh, yo... –enrojeció apenada– no quiero que pienses que...

–Créeme, entiendo por qué –André le restó importancia riendo– solo déjame asegurarme que estás bien, ¿sí? No permitiré que vayas sola.

–¿También quieres irte, verdad? –bromeó.

–Sí, también. Me has dado una razón y te lo agradezco –continuó la broma, intentando restarle importancia a su gesto.

–Está bien. ¿Vienes en tu auto?

–Siempre –exclamó orgulloso– pero puedo pedirle a Alex que lo lleve e iré contigo.

–¿Y luego como irás a tu departamento? –Alessandra negó–. Es mejor que deje mi auto aquí, mañana vendré por él y avisaré que lo dejo. Así tú podrás irte.

André asintió. No era tonto y sabía que Alessandra no confiaba del todo en él. ¿Por qué lo haría? Incluso él mismo le había dicho que no debía confiar en él. Solo que eso había pasado tantos años atrás... y, aunque él seguía siendo la misma persona, al mismo tiempo ya no lo era. Nunca más lo sería. Por ella.

–¿André? –lo llamó, extrañada– ¿estás bien? ¿Has recordado algo?

–No, en lo absoluto –le ofreció el brazo– es solo que pensaba en... no era nada.

Alessandra asintió imperceptiblemente, sintiéndose sin fuerzas para indagar en nada. Además, siendo André, probablemente había recordado a una mujer. Podía haber madurado, pero eso no significaba que hubiera cambiado en algo respecto a lo que sentía o pensaba de las mujeres. Quizá sí. Lo que, ciertamente, no le importaba en absoluto. Estaba agradecida de que alguien hubiera estado ahí para escucharla y preocuparse por ella, no por lo que sufría, solo por ella.

–Así que vienes cada año –comentó Alessandra, en cuanto André cerró la puerta y puso en marcha el auto– no sé porque no lo imaginaba.

–Porque no piensas en mí, creo –respondió en tono burlón–. Lo siento, no quise ser grosero –se disculpó, con la vista al frente.

–No lo eres –Alessandra dijo con tono divertido–. Me alegra que alguien me hable normal. Detesto escuchar que me hablan con cuidado, como si me fuera a romper.

André asintió. Imaginaba que desde la muerte de su esposo, había sido así. Muchas veces las personas pensaban que cuando uno perdía a alguien, lo que necesitaba era lástima. No había nada peor que un "lo siento" mientras te miraban con pena. Era detestable, ciertamente.

–No me agrada hablar con rodeos –se encogió de hombros–; además, sé que nadie necesita escuchar lástima de otros.

Alessandra giró con interés. Cómo era que André entendía lo que sentía, se le escapaba de la mente. Pero lo hacía. Precisamente era ese sentimiento, como si lástima fuera lo que daba ella, lo que quería... ¡estaba tan cansada! Por eso había aceptado ir al evento de caridad y retomar cada actividad que había dejado de lado en aquellos meses de dolor. Estaba francamente fastidiada de las miradas que le dirigían, de los comentarios, de... de no sentirse ella misma.

–¿Qué es lo que te sucedió en todos estos años, André? –Alessandra pronunció con curiosidad, todavía observando el perfil de él. Era guapísimo, no cabía duda alguna. Ahora lo era aún más que antes. Ese aire de madurez y sofisticación, su barbilla siempre un poco elevada, con orgullo. Sus ojos grises... la atmósfera alrededor de él en sí era diferente. Atrayente, magnética. Pero no como antes, no sabía cómo explicarlo. Solo era tan diferente.

–No mucho –contestó con tono indiferente, sin darle importancia. Él estaba seguro que Alessandra sería la última persona que querría saber qué le había sucedido en esos años. O por quién. No se sentía listo para decírselo y, dudaba que alguna vez, ella estuviera lista para escucharlo.

–Eso suena a que sucedió mucho –sus ojos azules brillaron por un instante, intrigados– ¿me contarás? ¡No puedes dejarme así!

André rió encantado, observando de reojo su interés. Le gustaba verla así, parecía más la Alessandra de la que se había enamorado. Es que en el fondo, seguía siendo la misma. Sí, más madura y hermosa, pero la misma mujer increíblemente ingenua por creer que podía salvar sola al mundo y detestablemente molesta cuando alguien le decía que era bella. Ahí estaba, tal y como él recordaba.

Tal y como la había amado durante todos esos tres años sin ella. Ni un instante... ni uno solo había logrado cambiarlo.

Casi amor (Italia #11)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora