–¿Te peleaste con el pobre hombre? –lamentó Emma, con su habitual tranquilidad.
–¿Pobre hombre? –Alessandra rió–. Deberías darle un vistazo a su auto y cambiarías esa idea, de inmediato.
–¿Un auto costoso? –preguntó Emma.
–Costosísimo –confirmó Alessandra y eso volvió a captar la atención de Carlotta.
–¿Realmente? –miró, extrañada–. ¿Cómo era?
– Un auto deportivo negro –contestó con sencillez Alessandra. Carlotta negó.
–No, no el auto –comentó impaciente– él... ¿cómo era?
–¿Increíblemente imbécil? –soltó Alessandra para exasperar a Carlotta, quien hizo un mohín–. Bien, bien... –se rindió– alto, cabello negro, ojos grises y una sonrisa que... decía claramente lo que pensaba de las mujeres al volante.
–¿Eso lo decía su sonrisa? –inquirió curiosa Emma.
–En realidad, él mismo lo dijo. ¡Un hombre insufrible!
–Creo... –Carlotta la miró inquisitivamente– que no es tan insufrible como pretendes hacerlo ver...
–¿Qué? –Alessandra puso los ojos en blanco–. Me dijo que casi nos accidentamos por mi culpa, si no era por sus rápidos reflejos. Que las mujeres no deberían conducir y para colmo: ¡me llamó nena!
–¡Ay Dios! –rió Emma– ¡qué fea ofensa! –se burló.
–Odio a los hombres que tratan a las mujeres como si fuéramos sus muñecas de colección o algo así. ¡No soy un objeto!
–¿Y quién dice que lo eres? –Carlotta volvió a mirarla, dejando su revista finalmente a un lado, abierta en la página que leía– ¿él lo dijo?
– No, pero su mirada lo decía todo –bufó Alessandra.
–Estás loca... –comentó Carlotta y notó la mirada fija de Alessandra en la página que había estado mirando– ¿qué pasa?
–Es él... –señaló sorprendida Alessandra– es ese hombre.
–¿Qué? ¿Qué hombre? –preguntó Emma pero Carlotta tomó de inmediato la revista, abriéndola totalmente, como si fuera posible.
–¿Cuál de las fotos? –Carlotta señaló una de las fotos– ¡por favor dime que no hablas de ellos! –rogó señalando la foto de dos hombres jóvenes.
–¡Es él! –Alessandra la miró, extrañada– ¿lo conoces?
–Por supuesto –el tono de suficiencia de Carlotta la irritó, pero no era nada nuevo. Aún se preguntaba qué era lo que tenían en común, que hacía que se quisieran tanto y sobrevivía a esa amistad– ¿cómo puedes no conocerlo?
–¿Cómo, efectivamente? –soltó sarcástica Alessandra–. Yo no soy parte de tu círculo de amistades –se burló con una risita– dudo mucho que lo conozca, aunque sé que no hay nada de lo que me pierdo.
–¿No? –Carlotta la miraba como si hubiera perdido la razón– ¡Es André Ferraz! ¿Cómo puedes no conocerlo?
Alessandra hizo una mueca. Al parecer, debía conocerlo. ¡Qué más le daba! A ella, no le interesaba ni un poco que fuera el mismísimo rey de Italia (si aún lo hubiera).
–¿André Ferraz? –interrumpió Emma mirando a Carlotta– ¿de los Ferraz, de esa empresa de diseño?
–¡Precisamente! –Carlotta asintió aprobadora–. Es heredero de los Ferraz.
–Oh, qué emoción –el tono irónico de Alessandra se escuchó– ¿podemos cambiar de tema ya?
–¡No! –gritaron al unísono y Alessandra rió, a su pesar.
–Bien... ¿qué quieren saber? –se resignó una vez más.
–¿Estaba solo? ¿Qué exactamente te dijo? –preguntaron las dos amigas y Alessandra relató lo sucedido, palabra por palabra.
–No, no puedes haberlo dejado así –Carlotta trataba de ocultar su sonrisa aprobadora–. Eres terrible, Alessandra.
–Lo tenía merecido –comentó Emma también, al término del relato.
–Yo solo sé que no quiero volver a verlo, nunca más –Alessandra se masajeó las sienes mientras tenía la revista bajo sus ojos. Efectivamente, era él. No podría confundirlo nunca. Suspiró y al notar las miradas burlonas de sus amigas, dijo–: es muy guapo –sonrió con malicia– su amigo, aquí –leyó– Alex Lucerni.
Emma negó riendo y Carlotta la miró con desaprobación.
–Los dos son tan diferentes pero igual de guapos –Carlotta sonrió– e igual de rompecorazones. Aunque se dice, que André tiene muchos más corazones rotos en su haber que Alex, quien es más dulce.
–¿Rompecorazones? –Alessandra indicó con voz molesta–. Cada vez me desagrada más ese André Ferraz.
–Si yo fuera tú... –Emma sonrió con cautela– tendría cuidado con mis palabras.
–Si tú fueras yo... –Alessandra la miró segura– sabrías que es imposible que lo mire con simpatía siquiera. Jamás.
–Ay, mi querida Alessandra –se burló Carlotta– estoy segura que una tarde con él haría que cambies totalmente tu manera de pensar.
–Jamás –repitió Alessandra segura– ¡cuando el infierno se congele!
Las risas se dejaron escuchar y Alessandra rió, aun cuando estaba segura de cada una de sus palabras. ¡Imposible era una palabra que se quedaba corta en lo que concernía a André Ferraz!
–Es peligrosa esa palabra –comentó Emma con pragmatismo–. ¿Jamás? Ten cuidado, Alessandra.
–Ustedes dos no tienen ni idea. Me ha bastado unos minutos a su lado para saber que sería el último hombre al que yo podría mirar diferente, no importa lo guapo o adinerado que sea. Eso no le quita lo insufrible.
Las tres rieron divertidas mientras continuaban mirando la foto de André. Alessandra señalaba sus defectos, Carlotta sus pro y Emma se limitaba a juzgar en silencio, como acostumbraba en esas discusiones sin fin.
–Finalmente... ¿lo dejaremos tranquilo? –pidió Alessandra con una mirada suplicante–. Estoy segura que, después de hoy, nunca más lo veré.
–¿Por qué estás tan segura? –replicó Emma.
–Es obvio que no lo verás más, no tendrías por qué... –Carlotta sonrió con envidia– ¿o sí, Alessandra?
–¡Que no! –negó con vehemencia–. No importa cuanto tenga que repetirlo. André Ferraz no existe para mí. ¡Ni siquiera lo conozco!
–¿Pero te gustaría? –Carlotta insistió.
Alessandra se limitó a suspirar con cansancio y puso los ojos en blanco. Se levantó a comprar un bebida y decidió que no valía la pena darle más vueltas a aquel asunto. Nunca le habían gustado los hombres como André Ferraz. Frívolos, rompecorazones y que se creían dueños del mundo. Eran repulsivos, al menos para ella y ni siquiera consideraría mirarlo dos veces.
No importaba lo guapo o atractivo que fuera. Ella era diferente. Siempre lo había sido. Diferente, difícil de deslumbrar. No debía pensarlo más.
ESTÁS LEYENDO
Casi amor (Italia #11)
RomanceAndré Ferraz no creía en el amor. Lo había visto de cerca, en su familia abundaban ejemplos, pero no estaba interesado en algo así. Él se divertía y era completamente feliz sin ataduras. Nadie se le ha resistido... hasta ahora. Encuentra en Alessan...