Capítulo 34

4.1K 564 13
                                    

–Y simplemente decidiste irte –André continuó con la vista fija en los papeles que tenía sobre el escritorio. ¿No era un poco temprano para esto?

–Uno pensaría que tienes un horario que cumplir... ¿no deberías estar trabajando?

–Eso es lo hermoso de mi trabajo –Alex se sentó con una sonrisa frente a André– que puedo disponer de mi tiempo siempre que cumpla a tiempo los pedidos.

–Y era yo quien tenía la vida perfecta... –murmuró André con voz derrotada. Lo miró– ¿qué haces aquí?

–¿Esa es la manera de tratar a tu mejor amigo? Si no te conociera, me sentiría ofendido de tu falta de modales.

–Al grano. Estoy ocupado –pidió con impaciencia.

–¿De mal humor de nuevo? André, cualquiera pensaría que te estás amargando.

–Y tú que es imposible que te ablandes más, pero al parecer, no hay límite.

–No me he ablandado –soltó con fastidio Alex– es solo que tú...

–Que yo no estoy casado, eso ya lo sé –André puso sus manos sobre el escritorio, con impaciencia–; ahora dime, ¿qué es lo que quieres?

–Me bastaría con fastidiarte –rió divertido– pero no. He venido porque estaba preocupado por ti. Anoche desapareciste.

–Sí, claro. ¿Cuántos años tengo? ¿Y ahora te preocupa que desaparezca? Pensaría que después de tanto tiempo, estarías acostumbrado.

–Ya no es lo normal. Últimamente tú... –Alex se pasó una mano por su cabello rubio– no sé cómo decirlo. Estabas bastante... tranquilo.

–Tranquilo –André cruzó sus brazos– ¿qué haría que te fueras?

–Está bien. ¿Quién era? No pudiste haberte ido así como así... solo.

–Ah eso –se encogió de hombros– me fui con una mujer. ¿Contento?

–¡Lo sabía! –Alex asintió, complacido consigo mismo–. Tú no has cambiado nada.

–¿Por qué lo haría? ¿Habías pensado que había cambiado?

–Ni por un instante –entrecerró sus ojos azules clarísimos– solo que en este tiempo, tu actitud ha sido... diferente.

–Se llama crecer –soltó con ironía– también lo hago. ¿Sabes?

–Había pensado que no –Alex lo miró con atención– es cierto que estás diferente; sin embargo, ¿tan diferente como para volver a pensar en una mujer? –André frunció el ceño–. No me malinterpretes. Quiero decir en volver a pensar de esa manera en alguien. Como lo hacías con...

–Alexandre –bufó con cansancio– no tengo tiempo ni ánimo para escuchar tus desvaríos sobre mi vida privada. ¿Por qué no los limitas a las fiestas familiares como todos los demás?

–Porque yo soy tu mejor amigo y tengo el privilegio que ellos no.

–A veces me pregunto, ¿cómo es que aún sigues vivo?

Alex sonrió con lentitud, divertido. Se encogió de hombros.

–¿Qué te parece ir a comer y me cuentas quien es la nueva chica?

–No, gracias.

–Vamos André, sabes que estaré aquí hasta que aceptes y...

–Lo sé. Pero no quiero hablar de eso.

–Está bien –Alex se recostó en la silla– entonces, ¿quién es?

–¡Déjame tranquilo, Lucerni! –siseó con exasperación André. Alex volvió a sonreír más ampliamente.

–Así que... ¿tan importante es?

–Bien, tú ganas –elevó sus manos en signo de derrota– iremos a comer.

–Perfectamente –se levantó con elegancia del asiento– iré a ver a mi esposa antes de irme a trabajar.

–¿Me extraña tu actitud? –André arqueó una ceja–. No.

Alex salió con una sonrisa de triunfo mientras André volvía la mirada de los papeles que tenía sobre el escritorio. Si tan solo la imagen de Alessandra y el sonido de su voz se esfumaran de su mente.


***

–Gracias por aceptar pasear conmigo –habló Alessandra en tono nostálgico– creo que necesitaba un poco de aire fresco –precisó mientras elevaba su rostro para sentir la brisa golpeando de lleno en ella.

–Creo que también necesitaba un descanso –respondió André, intentando dejar de mirar embelesado a Alessandra. Empezaba a sentirse como un idiota.

–¿Qué? –Alessandra dirigió sus ojos azules hacia él.

–¿Sobre qué? –inquirió automáticamente André. Ella sonrió.

–¿Qué miras tanto? ¿Tengo algo en mi rostro? –lo miró completamente y André se sintió incómodo. Y, ahora sí, totalmente idiota.

–No, y no te estaba mirando –contestó, desviando sus ojos grises.

–¿Ah sí? –Alessandra se encogió de hombros. André no entendía como pudo saber que la miraba si tenía sus ojos cerrados–. Creí sentir tu mirada.

El comentario tomó por sorpresa a André. Intentó decir algo, pero no sabía qué sería lo correcto. Era obvio que fue dicho con la mayor naturalidad del mundo y que no implicaba nada, sin embargo...

Su corazón se desbocó. Sintió intensos deseos de pasar sus dedos por el rostro de Alessandra, por aquel mechón rubio rebelde que le rozaba la frente y besarla como había soñado durante esos años.

Solo que, era evidente que no podría hacer nada de eso. Entrelazó las manos con fuerza, en la espalda, resistiendo la tentación de hacer lo que no debía hacer.

–¿Estás aburrido? –Alessandra notó que él había hablado muy poco durante las horas que habían compartido. André no era así, no lo recordaba así. Siempre tenía algo que decir, una anécdota que compartir, un halago, una broma... pero ahora, parecía estar siendo muy cuidadoso. Frunció el ceño–. ¿No estarás incómodo, verdad?

–¿Disculpa? –André abrió la boca con sorpresa. ¿Acaso Alessandra lo había adivinado? ¿Era tan evidente lo que sentía? ¡No, no debía aceptar estar con ella tanto tiempo! Ojalá pudiera resistirse.

–Estar conmigo, André. Desde que perdí a mi esposo, todos cuidan lo que dicen a mí alrededor y tú pareces, de cierta manera, cuidar lo que dices y haces también. No es necesario, ¿sí? Quiero algo de normalidad, para variar.

André soltó el aire con alivio. ¡Por un momento había pensado que...! Bueno, no había pasado. Alessandra no lo sabía ni lo sabría nunca.

–Lo siento, tienes razón. Es que no quería hacerte sentir incómoda.

–No lo haces. Me gustó como me trataste cuando nos encontramos en el evento. Por cierto, gracias por rescatarme.

–No tienes nada que agradecer; además, no fue un rescate.

–Para mí, lo fue –sonrió Alessandra levemente y siguió caminando–. ¿Ves ahí? Quiero tomar un helado. ¿Me acompañas?

Casi amor (Italia #11)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora