Capítulo 44

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–Creo que deberías usar corbata –escuchó una voz familiar. André giró y sonrió, abrazándola.

–Y yo creo que no es necesario, mamá –respondió con un beso en la mejilla de Danna. Ella rió encantada.

–Pero eso sí, te ves muy guapo, André –lo miró con adoración.

–Detente, mamá –se quejó incómodo y Danna volvió a reír– ¡no puedo creer que aún puedas hacerme sentir como un niño!

–Soy tu madre, es normal –afirmó– ¿y por qué estás solo?

–¿Es la regla que esté acompañado?

–En tu caso, sí –el tono de Danna no era censurador ni despreocupado. Era sencillamente, maternal– últimamente... no.

–No empezaré a preguntar qué significa eso –puso en blanco los ojos.

–André Ferraz, a mí no me haces esos gestos –lo reprendió Danna– ¿por qué no invitas a bailar a alguna chica linda?

–Está bien –le hizo una graciosa reverencia y extendió su mano– mamá, ¿te gustaría bailar conmigo?

–Adulador –Danna sonrió y lo acompañó hasta la pista, mientras su padre seguía hablando con otros invitados– tu padre se ha sorprendido de verte.

–Sí, supongo que sí –André hizo que su madre girara– te ves hermosa, mamá.

–¡Ay, hijo mío! –Danna le besó en la mejilla– sé por qué estás aquí.

–No lo digas –rogó André.

–Lo harás bien esta vez, André –aseguró Danna, al término de la canción y volvió al lugar en que estaba su esposo, Leonardo.

André intento descifrar las palabras de su madre, lo que suponía un gran esfuerzo pues las mujeres de su familia tendían a ser enigmáticas. No todas, pero en general... sí.

–Es tu madre, ¿cierto? –escuchó a sus espaldas y giró. Una chica de grandes ojos celestes y una encantadora sonrisa lo miraba–. Es una gran persona.

–Lo es –confirmó André con orgullo– ¿trabajas aquí?

–Sí, bueno soy voluntaria –justificó–. Camille –extendió su mano, presentándose.

–André –contestó con una sonrisa cortés– ¿hace mucho que estás aquí?

–Un poco –Camille se encogió de hombros– me gusta, quiero ser doctora.

–¿Ah sí? –André la miró. Tan joven... por un momento, recordó a Alessandra. ¡Cuánto tiempo! Sonrió.

–Sí –Camille lo miraba fascinada. Era un hombre guapísimo– me encantaría bailar.

André abrió la boca, sin saber qué decir. ¿Estaba coqueteando con él? Evidentemente, sí.

–Me encantaría invitarte, pero he venido con alguien más...

–Sí, Alessandra –confirmó la chica– le he preguntado. ¿Son amigos, verdad?

–Sí, muy buenos amigos –contestó en tono monótono André, decepcionado. Bueno, él sabía que debería acostumbrarse al título y que era lo mejor que conseguiría con ella. Sin embargo no podía, simplemente no. Porque la amaba.

–Estupendo, no creo que le moleste que bailes conmigo, ¿cierto? –lo tomó del brazo– ¿qué dices?

Alessandra había observado la escena desde su lugar junto a uno de los invitados. André había sido encantador junto a su madre, como de costumbre, como lo recordaba... Y, al terminar el baile, Camille se había materializado junto a él. ¿Qué le pasaba? ¿Por qué era así? ¡Con André no!

Se encaminó hacia ellos con paso firme, sin dejar de mirarlos con sus ojos azules furiosos. ¿Cómo podía hacerle esto André? ¡Qué humillación!

Y, de pronto, lo notó. ¿Qué hacía André? ¡Ellos no tenían nada! Nada, absolutamente nada. Y, ella había dejado claro que eso no cambiaría.

A punto de girar, fue demasiado tarde. Tanto André como Camille notaron su presencia y hubiera sido totalmente evidente retirarse.

–¿Cómo va todo, Alessandra? –preguntó André, adelantándose y con ese movimiento, se liberó de la mano de Camille– ¿estás bien?

–Perfectamente –contestó entre dientes– ¿y tú?

–Muy bien, he visto a mi madre –sonrió. El corazón de Alessandra se saltó un latido. Carraspeó.

–Sí, Danna siempre nos acompaña. Es increíble –concordó Alessandra.

–Alessandra –llamó su atención Camille– le he pedido a André que bailara conmigo.

–Ah, ¿sí? –no sabía qué decir. ¿Qué esperaba que dijera?

–Sí, ¿no te molesta, verdad? Es decir, tú dijiste que solo eran amigos, muy claramente y...

–No, no me molesta –interrumpió azorada Alessandra.

–¿Lo ves? –Camille le sonrió a André– ¿bailas conmigo?

André estuvo a punto de negarse. Empezó a mover su cabeza en gesto negativo, cuando Alessandra le tomó el brazo.

–Sí, André. ¿Por qué no bailas con Camille? ¿Cuál es el problema?

Él la miró con incredulidad. Podía leer en sus ojos grises que se sentía ofendido y dolido. Sin embargo, André lo ocultó rápidamente y asintió hacia Camille.

–Por supuesto. ¿Bailamos? –pidió, sin tener opción alguna. No podía ser menos descortés si se iba, como se le antojaba hacer. Solo que, él ya no era un joven impulsivo. Era un hombre, había madurado y tenía una imagen que mantener.

–¡Encantada! –rió Camille y se dirigió a la pista de su brazo.

Alessandra intentó no mirar, sin embargo no podía dejar de posar sus ojos en los movimientos ágiles de André. ¡Era increíblemente hábil! Parecía que había nacido sabiendo como bailar y aún recordaba cuando, en aquel restaurante, hizo que bailaran cuando nadie más lo hacía. No supo por qué lo recordó, solo que en aquel instante, lo vio. Él era diferente. No importaba lo que quisiera aparentar.

Y, diferente no era malo. Solo... diferente. ¿Podía ser que ella...? No lo creía posible. Pero, cuando murió John, había creído que seguir con su vida sería imposible. Que no volvería a sonreír ni a soñar con una familia. Y no solo había sonreído, sino había reído. Y no solo había soñado con una familia, lo había vislumbrado al mirar los ojos grises de André. ¡Rayos!

–Disculpen –se acercó hacia la pareja que bailaba, no podía evitarlo por más tiempo– necesito hablar contigo –le tomó de la mano a André y lo alejó, haciendo que salieran hasta el jardín exterior. Tanto André como Camille se habían quedado sorprendidos y no habían dicho nada.

–Alessandra –André la observó mientras paseaba frente a él, en silencio, dando diez pasos una y otra vez, en el mismo lugar– ¿estás bien?

–Sí... no... –suspiró exasperada– ¿te estabas divirtiendo?

–¿Qué? –sus ojos grises se clavaron con confusión en ella–. Bueno, yo no quería bailar, pero tú...

–Entonces, ¿por qué bailaste con ella? ¡Viniste conmigo! –protestó furiosa.    

Casi amor (Italia #11)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora