Capítulo 24

4K 592 15
                                    

André tenía un terrible dolor de cabeza. Pensó no abrir la puerta pero el sonido del timbre era insistente y sentía sus oídos a punto de estallar. No tenía más opción, malhumorado se dirigió hasta la entrada, intentando descifrar quién podía ser tan inoportuno y por qué demonios habían dejado que alguien pasara a verlo.

Maldijo al abrir la puerta y encontrarse con Leonardo Ferraz, nada más y nada menos que su padre. Parecía tranquilo, muy controlado y solo le echó una mirada despectiva por la manera en que se encontraba. Y ahí supo André que sus días de diversión habían quedado atrás. Por fuerza, estaba seguro.

–Buenos días, hijo mío –pronunció Leonardo con tono calmado y solo un destello de dureza– ¿cuánto más?

–Padre... –André se pasó una mano por el cabello– yo... ¿disculpa?

–Sí, soy tu padre, pero no por eso voy a tolerar tus caprichos. Eres un hombre –cerró la puerta con fuerza y se dirigió hasta la sala del departamento– ¿qué estás haciendo con tu vida? ¿Qué estás esperando?

–Yo no... es mi vida y... –intentó enfrentarlo, pero Leonardo lo calló con una mirada fría– ¿qué haces aquí?

–¿Qué haces tú? André, ya no eres un niño. ¿Estás sufriendo? Perfecto, pero eso no tiene por qué detener tu vida. ¿Te equivocaste? Enfréntalo y dale solución. No tienes por qué rendirte.

–Yo no me he rendido ante nada –André elevó la barbilla– jamás te he decepcionado.

–Ahora lo haces –negó lentamente– no voy a insistir en saber qué es lo que sucede. Tienes razón, eres un adulto y es tu vida. Pero, que no se te olvide algo. Soy tu padre sí, pero también soy tu jefe. Como tal, te doy un ultimátum. O te incorporas a tu puesto de trabajo mañana mismo o serás reemplazado.

–No puedes hacer eso –André soltó con sorpresa– ¡también es mi empresa!

–Lo es y puedes seguir siendo accionista. Pero no trabajarás más –añadió con férrea decisión– tú decides. Te lo digo como tu jefe.

–¿Y cómo mi padre? –inquirió sin creerlo del todo aún. Leonardo jamás había sido tan severo con él.

–Como tu padre, te exijo que lo superes –soltó con voz serena y llena de cariño–. Estamos preocupados por ti. Esto tiene que terminar. O lo haces tú...

–¿O...? –André sabía que no debería desafiarlo, pero realmente odiaba que le impusieran lo que debía hacer.

–O lo haré yo –Leonardo cruzó sus brazos, mirándolo imponente– preferiría que lo hicieras por tu cuenta.

–No soy un niño, no...

–Pues, demuéstralo entonces y no te dejes tratar como tal.

André miró al suelo avergonzado. Su padre se caracterizaba por mantener la calma y ser comprensivo, aunque a veces había pensado que era demasiado firme con él, a diferencia de Danaé o de Beth. Ahora entendía por qué. Quizá si Leonardo no fuera tan firme... bueno, él no lo escucharía.

–Lo siento, sé que mi actitud... –André se sentó con la cabeza entre las manos– realmente no quise hacerles daño, pero... –inspiró hondo y sintió la mano de su padre sobre su hombro– lo lamento –soltó mirándolo con tristeza.

–Lo sé, también lo siento –Leonardo le despeinó, como solía hacer cuando era un niño– ¿pero sabes que es lo mejor? Que el dolor remite con el tiempo, quizá no te parezca y ni siquiera lo percibas, pero así es. Lo lograrás.

André asintió sin convicción. Quería creer que sería así pero lo veía difícil. ¿Cómo podría superar algo a lo que no podía siquiera darle nombre? ¡Ni siquiera estaba seguro de lo que era! Soltó un involuntario suspiro.

–¿Quieres ir a comer algo? –ofreció su padre con una sonrisa conciliadora.

–Lo acepto si me das diez minutos para tomar un baño –contestó André.

–Si no lo hicieras, te lo ordenaría –bromeó y André soltó una leve carcajada.

Caminó con su padre a un restaurante cercano a su departamento. Se sentaron en una mesa del rincón, alejada del ruido de los demás comensales.

–Has estado ausente del trabajo por más de una semana –comentó Leonardo con tono casual, que escondía una dureza que André entendió perfectamente– tu madre ha estado llamando a tu departamento y... estábamos preocupados.

–Lo sé, lo lamento –volvió a disculparse André– me siento perdido.

–André, sea lo que sea, puedes superarlo –sonrió Leonardo con afecto.

–¿Sabes algo? –lo miró con sus ojos grises, heredados de él–. No pensé que me sentiría nunca de esta manera. Es decir, tenía mi lugar en la vida... siempre me sentí seguro, orgulloso de ser un Ferraz y de saber lo que quería. Ahora...

André se detuvo y miró la carta que tenía frente a sí. No recordaba hacía cuantos días había comido, quizá demasiados. Se sentía avergonzado bajo la mirada de su padre, aunque no lo juzgaba, sus ojos contenían curiosidad y preocupación.

–¿Ahora? –Leonardo lo instó a seguir con una leve sonrisa alentadora.

–Ahora sé que no importa lo que haga, diga o sea... no tendré lo que quiero.

–¿Por qué no? –inquirió y fueron interrumpidos para ordenar. Lo hicieron y Leonardo continuó esperando una respuesta.

–No, no es lo que quiero –murmuró André, como si le costara pensar con claridad. Lo que probablemente sucedía. ¿Su padre había dicho más de una semana?

Leonardo observó con creciente preocupación el rostro intranquilo de André. Nunca antes lo había visto así y no podía imaginarse la causa de su estado.

–Probablemente, sería más acertado afirmar que es lo que necesito –se pasó una mano por el cabello, con impaciencia– ya no sé ni lo que quiero decir.

Su padre entrecerró los ojos levemente. Lo estudió por un instante y sonrió.

–Estás enamorado –dijo con tono de afirmación. André lo miró de inmediato– es un tanto evidente para alguien que ya lo pasó. Pero, ¿cuál es el problema?

–¿No te parece suficiente problema que yo esté... enamorado? –vaciló André al final, lo que provocó que Leonardo soltara una carcajada–. Sí, seguramente pensaste que nunca lo haría.

–No has perdido tu sentido del humor al menos –suspiró centrándose nuevamente en el tema– ¿qué tan malo es?

–No es malo, es imposible.

–¿Imposible? –puso los ojos en blanco–. Con los años que he pasado, dudo mucho que exista algo imposible en el amor.

–Amor... –André casi se atragantó. ¿Cómo era posible que su padre pudiera hablar con tanta calma de ese tema? ¡Inexplicable!– yo no sé si la amo.

–Un momento –elevó la mano con autoridad– ¿no sabes si la amas?

–No estoy seguro... hasta hace poco no lo creía posible siquiera.

–¿El amor? ¿Enamorarse? –preguntó incrédulo y André asintió– ¿por qué?

–No lo sé –se encogió de hombros– no parecía algo tan importante y real.

–Hummm –Leonardo tomó un sorbo de agua– ¿por qué no averiguas que sientes primero, André?

Casi amor (Italia #11)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora