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CAPÍTULO
DIECIOCHO

Tobirama Senju no solo fue el creador del Jutsu que le arrebató a la mujer de sus sueños. Sin saberlo, fue él mismo quien la llevó a su lado. Sí, el creativo y desesperado hombre de ojos rubí desarrolló un complejo jutsu de espacio-tiempo capaz de romper las barreras del tiempo, la vida y la muerte con el único fin de ir con la preciosa mujer de la que se había enamorado perdidamente.

Por desgracia, el Segundo Hokage fue traicionado por uno de sus aliados y dicho Justu, cayó en manos equivocadas.

Jugar con el tiempo a tu gusto es bastante fácil si tienes las herramientas necesarias. El hombre de la máscara las tenía y estaba más que dispuesto a destruirlo todo, tal y como niño caprichoso que no obtiene lo que quiere. Él deseaba poder que no le correspondía. Deseaba venganza. Anhelaba salir de la sombra en la que siempre había permanecido. Su único sueño era ver a todos arrodillados ante él. No le importaba nada más. Ni siquiera la aldea por la que juró luchar. Era un traidor.

Incontables saltos en el tiempo se acumularon hasta que el sujeto de la máscara logró perfeccionar su plan. Después de tanto, lo consiguió y estaba a poco tiempo de dar el golpe final; desequilibrar a la aldea y distraer a Minato Namikaze solo fue el primer paso.

No obstante, sin importar cuanto intentes cambiar el rumbo, no tendrás otra opción más que aceptarlo: lo que está escrito, sucederá. Cientos de intentos y diferentes métodos, no importa lo que hagas: lo que ha de suceder, sucederá tarde o temprano. Manipular el tiempo a tu gusto no sirve de nada contra el fenómeno al que conocemos por destino.

Y, aunque el Senju y la Uzumaki ya no estaban juntos físicamente, la tinta del libro llamado vida ardía incesante aguardando por cumplir su prometido: aquello que el destino había escrito entre sus páginas.

El tiempo seguía corriendo y dejando huellas a su paso. Lamentablemente, dichas huellas no significaban más que dolor para la rubia. ¿Cuanto había pasado ya desde su regreso? Había perdido la cuenta y francamente, no le importaba. El tiempo dejó de tener sentido para ella en medio de su depresión.

Por primera vez en su vida le entregaba su corazón a un hombre y ahora, cuando estaba totalmente segura de no querer a nadie más a su lado, la vida se lo arrancaba de los brazos y sin anestesia. Tobirama estaba muerto. Aunque, si tan solo pudiera volver al pasado...

No dejaba de preguntarse cómo era posible que el pergamino hubiera desaparecido. Según su padre, un sujeto con máscara le había dicho algo al respecto pero ella no había entendido ni media palabra. Solo pensaba en que no volvería a ver a Tobirama.

Konoha no estaba en sus mejores momentos. Los viejos del Consejo y demás miembros se negaban a continuar apoyando a Minato como líder. Debido a la desaparición de su hija y a la aparición del sujeto de la máscara -el cual amenazó con afectar la estabilidad de la aldea-, alegaban que el Namikaze se encontraba lo suficientemente perturbado como para continuar con el mandato. La posición de Minato estaría en peligro hasta que el Daimyō se pronunciara y tomara una decisión. Mientras tanto, todo fluía con tensión e incertidumbre. Y, como si fuera poco, la cabeza hueca seguía sin querer aceptar la realidad.

La depresión es un efecto secundario de estar muy jodido. No importa lo que los científicos y genios de la mente digan en sus enormes y empolvadas enciclopedias: no es únicamente un efecto colateral del luto. La depresión solo te recuerda cuan jodido estás y ella estaba tremendamente jodida, hundida, ahogada en sus recuerdos. Esos recuerdos que había conservado gracias a él. Tobirama. Cuanto le dolía pronunciar su nombre.

— ¿Cuánto tiempo más te la pasarás tumbada en esa cama? —Naruto rompió el silencio de la desastrosa habitación de su hermana melliza.

— Lárgate —respondió ella, dándose la vuelta y cubriéndose con su frazada. Ese día no se había levantado siquiera para lavar sus dientes. No tenía ganas de nada, como el día anterior y el anterior a ese.

— ¡Eres una egoísta! —chilló el muchacho, abriendo las cortinas para que la luz solar inundara la alcoba—. Papá está muy abatido y tu actitud no ayuda para nada. Han pasado quien sabe cuantos meses desde que volviste del pasado y...

— Cállate, Naruto.

— Mi habitación al lado de la tuya es un paraíso. ¿Cuándo fue la última vez que la limpiaste?

— Déjame en paz.

— ¿Cómo puedo dejarte en paz cuando todos estamos tan preocupados por ti? —se sentó a un lado de su hermana y le tocó el hombro—. Realmente te extraño -su voz se entrecortó—. No dejo de sentirme culpable, ¿sabes? Si yo no hubiera insistido en buscar la maldita cueva... —una vez más, ella le interrumpió.

— No es tu culpa —tomó asiento y exhalando mucho aire, sujetó la mano de su hermano quien se veía bastante triste. Ya no parecía el chiquillo animado, lleno de vida y mucha energía de aquel día cuando encontraron el pergamino.

Ella no era consciente de ello, pero todos se vieron afectados por su desaparición. Y su hermano mellizo era quien más se culpaba, después de todo fue su idea el buscar el maldito pergamino.

— Lo es.

— ¿Qué ibas a saber tú que era una trampa? —refutó, negando con la cabeza—. En primer lugar, el culpable fue nuestro antepasado, ese que creó el jutsu para saltar en el tiempo. En segundo lugar, también está el hombre enmascarado, aunque no tengo idea de quién sea. No tiene mucho sentido para mí.

— Para nadie tiene sentido —le apoyo él—. Éste hombre solo se presentó una vez ante nuestro padre. Él le dijo a papá que te había enviado al pasado, usándome a mí y al Sabio Pervertido como carnada. Ya sabes, yo confiaría ciegamente en la palabra del Sabio —tensó su mandíbula—. Lo que no entiendo es, ¿por qué tú y no yo?

— Supongo que porque tienes a Kurama. No lo sé, Naruto. Lo único que sé es que ese viaje al pasado fue como una bendición y una maldición para mí.

La puerta de la habitación se abrió y de inmediato, Kushina hizo acto de presencia. Llevaba un delantal y una cinta amarrando su larga cabellera roja.

— La comida está lista —notificó, agachándose para recoger algunas prendas de ropa del suelo.

— ¿Bajarás? —le preguntó Naruto a su hermana, mientras se ponía de pie.

Ella negó.

— Tu hermana sí bajará, Naruto —espetó Kushina, incorporándose y tirando la ropa en el cesto—. Ella sí comerá.

— No, mamá —la chica negó con la cabeza.

— ¡Es una orden! —vociferó la pelirroja, claramente enojada—. Muévete ahora mismo. Abandona la cama, toma una ducha y baja a desayunar. ¿Me estás entendiendo?

Sin refutar, la hija mayor se encerró en el baño. Llevarle la contraria a Kushina es igual a firmar tu sentencia de muerte y pagar un boleto al peor de los infiernos.

¿Cuándo había sido su última ducha? Ella no tenía idea. Solo sabía que apestaba. Después de desprenderse de su ropa, arrastró los pies hasta el espejo y se observó. No podía verse peor. Las baldosas blancas que decoraban el cuarto de baño tenían más color que ella. Ni hablar lo traslúcido de su piel, que permitía la visibilidad de unas cuantas venas que se repartían entre sus pechos y su abdomen.

Veinte minutos más tarde, bajó. Su madre y su hermano le esperaban.

— ¡Bajaste! —Naruto se emocionó al verla-. Mamá cocinó tu comida favorita.

Eso fue lo último que ella escuchó antes de perder el sentido.

La visita inesperada a la clínica respondió el por qué del dolor abdominal, la falta de apetito e insomnio. Nada tenía que ver su depresión. De hecho, la verdadera razón se remontaba a unas cuantas décadas en el pasado, específicamente a aquella madrugada del cumpleaños de Tobirama.

— ¿Estoy embarazada?

— Estás entrando al quinto mes de gestación y el bebé está en peligro. La pregunta es, ¿estás segura de que quieres continuar con el embarazo?

— Voy a tener al bebé.

Sí, la cabeza hueca llevaba en su interior a la única descendencia de Tobirama Senju. Ahora, no solo estarían unidos por recuerdos y un poco de chakra. Ese bebé que luchaba por vivir, era la prueba definitiva de su amor. La prueba definitiva de que el tiempo había sido burlado y que, el amor había ganado.

tempus . tobirama senjuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora