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CAPÍTULO
CATORCE

Mito lo sabía. La pareja era demasiado obvia ante sus ojos y bastaba con ver a Tobirama para saber que algo le sucedía con la rubia Uzumaki. Parecía que ella se estaba tomando muy en serio lo de volver humano a su cuñado. Sin embargo, a pesar de que él se negaba a ceder ante las insistencias de la que próximamente sería su esposa, tarde o temprano sucedería —la boda— y entonces no habría más que hacer. Además de eso, no podía olvidar el hecho de que la hija del Cuarto Hokage podría regresar a su época o desaparecer. La situación era demasiado imprecisa. Cabían muchas teorías y posibilidades. Prefería mantener una posición neutral. Tobirama no amaba a Sora, pero parecía estar interesado en Phoenix, quien no pertenecía a esa época. ¡Mayor lío en el que se había metido su cuñado!

Lo que Mito Uzumaki no sabía era que, en uno de esos encuentros en el bosque, la rubia y el de ojos rubí se impusieron una orden: distancia. Lo intentaron y lograron por al menos un par de días. No obstante, el deseo de estar junto les superó. Cuarenta y ocho horas fueron suficientes para entender que no querían estar separados.

¿Estaban enamorados? No lo sabían. Lo único que tenían claro era eso que sucedía cuando sus miradas chocaban de forma inesperada: sus corazones se aceleraban. Esa pequeña reacción física debía significar algo.

No es como cuando te enfrentas a un oponente muy fuerte. Aunque cuando tu corazón se acelera por alguien, esa persona tiene poder sobre tí. Así que sí, sería algo más o menos similar.

Lo que inició con pequeños encuentros y besos robados, fue dando pasos más grandes y conforme pasaban los días, la tensión se hacía más y más palpable. Había algo, una pequeñísima chispa que haría detonar cientos de sentimientos en un solo momento. Solo había que aguardar, reservar un poco de chakra y enfrentarlo; dar la cara a ese revoltijo de emociones que yacían en su interior. La pregunta era: ¿saldrían con vida de la explosión?

Cuando la viajera en el tiempo fue despertada por un ave mensajera en medio de la madrugada, intuyó que algo andaba mal. ¿Quién podría autorizar el envío de una carta a las tres mañana? Solo el líder supremo. Y no era siquiera una carta, era una nota con solo siete palabras.

Te espero en el sitio de siempre.

— ¿Qué demonios? —maldijo al aire y pasó sus dedos en forma de caricia por la cabeza del ave. Ésta salió de la habitación y ella se apresuró a vestirse. Mientras se colocaba sus botas, tuvo miedo. ¿Y si algo malo estaba sucediendo? Tan malo como para que él no fuera por sí mismo a buscarla. ¿Y si era una trampa?

Así que, optó por enviar un clon solo por precaución mientras ella se ocultó a unos cuantos metros de distancia.

En efecto, Tobirama le esperaba sentado sobre aquella enorme roca que se había vuelto su punto de encuentro.

Deshizo el clon y trotó hacia el Senju, con un rostro cargado de enojo. Si algo malo sucedía, ¿por qué demonios él parecía tan relajado?

Se sentó a su lado y tomó la palabra.

— Dime que se está muriendo alguien —señaló su cabello, que extrañamente estaba suelto—. Olvidé peinarme.

— Afortunadamente nadie está muriendo —giró hacia ella, tomó un mechón de cabello rubio y comenzó a juguetear con él. Parecía relajado. De hecho, no llevaba su vestimenta habitual. Portaba algo más fresco digno de una madrugada como aquella.

— ¿Entonces?

— Quería verte.

— Pude arreglarme mejor —se rió con un toque de rubor en sus mejillas—. ¿Por qué a ésta hora?

tempus . tobirama senjuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora